UN PRECIOSO REGALO: JUDITH WESTPHALEN

Por: Isarel Tolentino 

Judith Westphalen (1922- 1976) es la mujer nacida para estar en el panteón de los mitos, como escribe Marcos Límenes en el catálogo: “creo que ha llegado el momento de ubicarla en el lugar que verdaderamente le corresponde”, insufló de sinceridad a su obra, en ese tiempo en que se creía que solamente lo pintado en lienzo se podía considerar “obra mayor” y todo lo realizado en soportes como el papel llegaban a la categoría de bocetos, estudios o cartones preparatorios.

La sala Ccori Wasi de la universidad Ricardo Palma, bajo la dirección de Alfonso Castrillón, actor importante en la historia del Arte Nacional y la colaboración de Silvia e Inés sus hijas, comparten esta obra visual bajo el título de “Trampas para la luz”.

Toda historia es una cajita de pandora, esta es, una de imágenes con palabras invisibles que guardan la luz de unos ojos cargados de magia. Estos tiempos, donde el espectáculo confunde y camufla la sencillez del acto creativo, el pensar, sentarse frente al escritorio o apoyarse en la ventana y mirar el jardín y oír a las hojas mecerse, con farándula y otras invenciones comerciales, la pintura de Judith es un regalo, el recuerdo que la intimidad del estudio en un laboratorio inagotable, necesario.

Escritas con el lápiz del dibujante es la primera sensación frente a su obra, un encuentro con la modulación de grises propias de la musicalidad de alguien que escucha poesía, que vive con el poeta, Judith, era esposa de Emilio Adolfo Westphalen, el inconmensurable poeta. Imagino la enorme dificultad de escribir dibujando teniendo a Westphalen como primer público y crítico, imagino esas manos calentadas bajo el sol de Piura, volando libres en el recorrido del lápiz y el pincel. Construyendo arquitecturas desquiciadas en sus estancias de New York, Roma y Lima.

La exposición ocupa las tres salas de la galería Ccori Wasi, una central y de mayor dimensiones y dos pequeñas, una al inicio como al final del recorrido. En la primera sala, un video nos presenta a Judith joven crecida entre los algarrobos, el río y la arena, de temperamento y decisión, primer espacio donde su ojo aprende a diferenciar cada hebra de la arena con el viento, las tonalidades de las dunas, el agua y su melancolía, los algarrobos, únicos y dueños de sus retortijones, el murmullo del viento yendo entre los pequeños andes y la cercana playa. Judith con los pies descalzos y el vestido sencillo encontrándole al dibujo la palabra y el reflejo del sol en el agua.

No es la abstracción en el sentido estricto de esa construcción del término o del movimiento histórico, se ven imágenes atemporales, fuera de toda tipología, se ve a un cuerpo poetizado emergiendo del silencio de su espacio y escribiendo esa realidad del alma en el papel. La abstracción le ha servido para construir los planos imposibles en la realidad, laberintos con luz propia, donde la intención no es perderse sino buscarse, encontrarse con uno mismo.

Ver las pequeñas obras que caben en la mano, son como una carta entre las palmas, el lenguaje enigmático, te hace sentir lo que intenta decir, aunque no se conozca el alfabeto. Modulaciones del color que en vez de agotarse se abren a una dimensión cósmica; lo que esa pequeña pintura regala a las pupilas es una parecida sensación frente a un Mark Rothko. Sin empalagosa erudición, el sencillo encuentro entre el espectador, el papel, el lápiz, el color y la vida de la artista.

Añade Límenes, esposo de Inés: “habrá que decir que yo también soy pintor y que las líneas que estoy por redactar se deben a la admiración que tengo por la artista, así como a la frustración que cargo por no haber tenido la oportunidad de dialogar con ella”.

Imposible saber que hubiera sucedido de conocerla, desde este lado, puedo decir, con seguridad, no hubiera entendido nada de lo que hacía, hubiera comparado el caos del lienzo con el universo y pensado que se necesitaba de mucha observación y teoría para encontrarle orden, entender sus espacios; hubiera considerado las modulaciones sutiles de color y formas como pequeñas explosiones emotivas, jamás me hubiera dado cuenta que hay en su obra una luz que sale desde su interior, que nos jala y envuelve y logra por un instante hacernos olvidar el ruido que hay afuera y, que podemos, aún con 54 años, una holladura profunda. (Amarilis, agosto 2022).