Perú del Norte y Perú del Sur

Jorge Farid Gabino González

Escritor, articulista, profesor de Lengua y Literatura

De todos los mantras que propugna la izquierda en general, tanto en América como en Europa, es el del independentismo, a no dudarlo, uno de los que más fuerza viene cobrando en los últimos años, sobre todo en aquellos lugares en los que, como sucede en el caso del Perú, la diversidad cultural, las diferentes raíces étnicas o la posesión de idiomas distintos, dejan de ser vistos, como sería lo esperable, como elementos a todas luces favorecedores de una sana convivencia, esto es, como componentes enriquecedores por excelencia de la experiencia humana, y pasan a constituirse, por el contrario, en factores que, según la retorcida, sectaria, intolerante, manera de entender la diversidad que poseen los separatistas, justifican el que un país pueda, y deba, ser fragmentado, en el sentido más amplio y empobrecedor de la palabra.

El Perú, que, como pocos países del orbe, tiene la particularidad, la fortuna, de aglutinar bajo un mismo territorio una gran gama de culturas, razas y lenguas que son las que finalmente le confieren esa riqueza inmaterial milenaria que hace de nuestro país un caso único, y, en muchos sentidos, irrepetible, en América del Sur, comprable en América Latina solo con México, no había tenido hasta el momento, ¡y hemos atravesado por no pocas circunstancias difíciles!, nada de qué preocuparse respecto del mantenimiento de su unidad territorial, nada que se derivase de factores internos, en todo caso.

Hoy, sin embargo, el panorama se torna distinto. Pues las protestas desatadas luego del golpe de Estado realizado por Castillo, su posterior encarcelamiento, y la asunción de la presidencia de la República por parte de Dina Boluarte, han hecho que se comience a hablar (insistimos: de un modo en que jamás se había dado hasta ahora) de la “necesidad”, de la “urgencia”, de que las regiones del sur del país, (vale decir: Tacna, Moquegua, Arequipa, Puno, Cuzco, Apurímac, Ayacucho, Huancavelica y Madre de Dios) se independicen del resto del país, y se erijan en una nueva nación. Una que, según los argumentos de los separatistas, defienda, represente y encarne con exactitud y efectividad los verdaderos intereses de los pueblos que la conformen.

El discurso, por supuesto, no podría ser más desatinado. En primer lugar, por lo que decíamos arriba, esto es, porque si existe algo por lo que el Perú es mundialmente conocido, valorado y respetado, es por la enorme riqueza de culturas, razas y lenguas que coexisten en su territorio desde hace centurias, y que son las que en última instancia le otorgan la condición de pluricultural, tan propia y característica de esta tierra. En segundo término, y no por ello menos importante, porque a pesar de nuestras múltiples diferencias, a pesar de nuestras inveteradas rencillas, a pesar, incluso, de nuestras más insalvables oposiciones, los peruanos de todas las latitudes hemos encontrado la forma de convivir en democracia, de poner sobre la mesa nuestras ideas, sí, pero sin que ello signifique tener que despreciar las de los otros (siempre y cuando, naturalmente, no se trate de imbecilidades). No haber actuado de esta última manera habría derivado, desde luego, no solo en un evidente e innegable empobrecimiento del individuo como tal, sino también del grupo, del colectivo.

De ahí que, cuando observamos la ligereza, la irresponsabilidad, con que ciertos grupos de extremistas y sectarios difunden entre la población (de por sí soliviantada hasta el paroxismo por las decenas de muertes derivadas de la imposición de la fuerza por parte de la policía y las fuerzas armadas, abocadas a desbloquear las principales vías de comunicación, tomadas por los manifestantes) la idea según la cual al país le iría mejor si las regiones antedichas se separaran del resto de la nación, y pasaran a independizarse, caigamos irremediablemente en la cuenta del nivel de estupidez, de imbecilidad, a que puede llevar el fanatismo ideológico de unos sujetos a los que está claro que el Perú les importa un maldito carajo, y que en lo único en lo que piensan es en hacer realidad a como dé lugar sus delirios y necedades.

Lo preocupante de todo esto es que el contexto de particular divisionismo en que vive el país por culpa, en gran medida, de estos azuzadores profesionales de las diferencias entre peruanos (son tristemente célebres los consejos de ministros descentralizados llevados a cabo por el gobierno de Castillo, en los que lo único que se hacía a fin de cuentas era contribuir al fraccionamiento de país) hace que las fantasías malsanas de estos granujas encuentren terreno fértil donde echar raíces y desarrollarse. Por lo que no debería sorprendernos en absoluto que, andando el tiempo, se hagan cada vez más recurrentes las voces que pidan el desmembramiento del Perú, la independencia de casi la mitad de sus regiones.

Ante tamaña necedad, solo nos queda recordarle a la gente, cuantas veces sean necesarias, que la grandeza del Perú radica precisamente en la suma de sus partes. No en lo que cada individuo o comunidad valgan por sí mismos, sino en lo que sean capaces de hacer a partir de la suma de sus fuerzas. Ahora que nos enfrentamos a uno de los momentos más difíciles de nuestra historia reciente, conviene que lo tengamos a todas horas presente.