Los temblores del gabinete

Escrito por: Marcos Cancho Peña

Todos los equipos necesitan un líder, aquel que no lo tenga está destinado al fracaso. A Guido Bellido le queda grande el cargo de premier. Hace cuatro días, mediante un tuit, confrontó al vicecanciller Luis Enrique Chávez, quien anteriormente había dicho que el Perú no reconocía a ninguna autoridad legítima en Venezuela. Además, añadió que “tenía las puertas abiertas” si no le gustaba aquello. Bellido fue incapaz de conversar internamente con el ministro de Relaciones Exteriores. Inexplicablemente prefirió crear discordia protestando por Twitter. Su misión es generar consensos, pero no lo está haciendo ni en español, ni en quechua. Un equipo necesita un líder de verdad, que sepa ser receptivo, no que constantemente vaya al ataque.

Los temblores continúan. Hace unos días, el ministro de Cultura Ciro Gálvez excluyó a nueve escritores de la delegación que representará a Perú en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Fue así como Renato Cisneros, Katya Adaui Sicheri, Jorge Eslava Calvo, Cronwell Jara, Nelly Luna Amancio, Carmen Mc Evoy, Karina Pacheco Medrano, Marcel Velásquez y Gabriela Wiener fueron excluidos de la lista, pese a que anteriormente habían sido invitados. ¿La excusa? Dar espacio a autores de regiones del interior del país. Lo extraño es que en la nueva lista fue añadido Rubén Darío Apaza, excandidato de Perú Libre al Parlamento Andino. Ojalá que el ministro Gálvez pueda dar explicaciones. Es complicado entender esta tragicomedia.

Pedro Castillo también sintió los temblores. Apenas llegó de la gira presidencial, sintió el primero: lo puso de rodillas, su sombrero cayó. El segundo fue más fuerte: no rompió la escala de Richter, pero sí la mina de su lápiz. El tercero fue más determinante: acabó con su confianza. Él sabe que debe tomar decisiones para acabar con el pandemonio, pero no lo hace. Calla, cede, permite. “No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”, dice un conocido refrán. Quizá sea cierto, tal vez algún día cesen los movimientos, pero para ese entonces Pedro Castillo ya no lo notará. Si no hace algo ahora, en aquella noche de paz continuará temblando involuntariamente… sin sombrero, sin lápiz, sin confianza.