Por: Arlindo Luciano Guillermo
Algunos hechos en la historia del Perú marcaron el devenir de pueblos y ciudadanos. Pachacútec cambió el panorama geopolítico del incario en el siglo XV; después de él hubo incas imperiales: Túpac Inca Yupanqui y Huayna Cápac. Llegó la conquista española y desapareció el imperio. Las conspiraciones, insurrecciones y guerras por la independencia culminaron en 1824. El Perú se hizo república que, luego de muchas décadas, logró estabilidad social y política. La guerra contra Chile (1879-1883) afectó terriblemente al Perú. Sin esta conflagración no hubiera aparecido en el escenario político Manuel González Prada ni la legión de héroes memorables. Perú quedó quebrado, con Tarapacá y Arica en poder de Chile. Resurgimos de las cenizas y haciendo de tripas corazón reconstruimos el Perú. En la década del 90, tras el desastre del gobierno aprista -Alan García tenía 36 años-, la presencia de Alberto Fujimori en la política y el gobierno dividió y depredó el país. Sendero Luminoso, con su irracional maoísmo, le declaró la guerra al Estado en 1980. En Chuschi se encendió la pradera. Esta tragedia social, con muertos, desaparecidos, una CVR necesaria, destrucción de infraestructura, diáspora de pueblos, matanza de comunidades (Lucanamarca, Putis, Pucayacu, Accomarca), zonas de emergencia, fragmentó al Perú; sin embargo, recuperamos la paz, el “presidente Gonzalo” y su cúpula fueron capturados. Además, se suman los años de dictadura militar: Leguía, Sánchez Cerro, Benavides, Odría, Velasco, Morales Bermúdez y Fujimori. Esta “guerra interna”, fratricida, marcó con fuego la vida de Lurgio Gavilán; sin esta, Lurgio hubiera terminado sus días en su comunidad campesina junto a sus padres, familiares, tal vez analfabeto, hablando en quechua, pastando animales, comerciando y vigilando sembríos. El destino tenía un libreto para él. SL lo adiestró para matar por una ideología, el teniente Shogún le perdonó la vida, le dio una oportunidad en el ejército; su vida dio un giro notable.
Lurgio Gavilán fue senderista, militar, misionero franciscano, profesor universitario en Huamanga y antropólogo. Memorias de un soldado desconocido (2012, 2017), de Lurgio Gavilán Sánchez, es el testimonio real, vivido en carne propia, directamente, sin intermediarios, por el autor del libro. No es un relato oral ni el recojo de experiencias de un personaje fascinante de increíbles peripecias. El libro está dedicado a sus hijos Erick, Estela y Elif y a Rosaura y Rubén, senderistas muertos en combate. Dice el mismo Lurgio Gavilán: “La presente autobiografía fue escrita entre 1996-1998 y a inicios del año 2000. Los espacios vacíos fueron completados entre 2007 y 2010. Así puedo ofrecer esta memoria y dejar por escrito unos pocos recuerdos. No es una historia de violencia, sino relatos de la vida cotidiana que me tocó vivir, carentes de dramatismo y victimización”. Es evidente el intelecto en la escritura del libro; Lurgio es bilingüe como Arguedas, pero no escribe como él. El lenguaje fluye espontáneo, sencillo y categórico cuando cuenta enfrentamientos sin cuartel, asesinatos, incursiones feroces de SL y el ejército a comunidades, linchamientos, hambre, viacrucis. Lurgio fue becario de la Fundación Ford y viajó a México para estudiar una maestría en antropología en la Universidad Iberoamericana; hoy tiene 53 años. El libro contiene la Presentación (Sobreviviendo el diluvio. Las múltiples vidas de Lurgio Gavilán) de Carlos Iván Degregori. Luego vienen la primera parte (Lurgio en SL, el camarada Carlos), segunda (Lurgio en el cuartel Los Cabitos en Huanta), tercera (misionero franciscano en Santa Rosa de Ocopa), cuarta (20 años después regresa a Ayacucho para recorrer los caminos andados) y, finalmente, el Epílogo (testimonios de exmilitares, compañeros de Lurgio, que combatieron a SL junto a las rondas campesinas.
Hay pasajes espeluznantes que cuenta Lurgio cuando estaba en las filas de SL. Era una total incoherencia con el discurso senderista de justicia social, igualdad y la utopía del comunismo. “La compañera Martha se había robado un atún y tres galletas antes de ir a la vigilancia, algún camarada la delató a nuestro mando y esa misma tarde fue sentenciada a muerte. (…) En el partido no debía existir ningún ratero, pero nosotros sí podíamos robar a los comuneros. (…). Así fue ahorcada con una soga. No pudimos enterrarla porque estábamos en retirada, además no había ni pico ni pala para cavar la tumba. Así que la dejamos en una casa abandonada, sin techo, corroída por el tiempo. A los pocos días, cuando pasamos por allí, los perros se peleaban por su carne putrefacta”. Fabiola fue acusada de haberse enamorado de un sargento de la policía. “En la noche la ahorcamos. (…) Demoramos casi media hora, no podía morir. Por fin, dejó de patalear y la enterramos. Al día siguiente, la tumba donde la habíamos enterrado estaba vacía. (…) El cuerpo de la compañera Fabiola lo encontramos en el barranco, seguramente revivió y en su desesperación cayó al abismo”. Hubo excesos condenables del Estado y las fuerzas armadas; era una situación de guerra. La permanencia de Lurgio en el ejército fue hasta 1995; es decir, hasta que él tuvo 24 años. Sobre la base de las memorias de Lurgio Gavilán, el cineasta Luis Losa, con el guion de Mario Vargas Llosa, ha montado la película Tatuajes en la memoria (2024). Lurgio, luego de 20 años, regresa a Ayacucho, dice: “Los recuerdos reviven cuando uno divisa los lugares andados porque se ven como tatuajes en la memoria” (Pág. 181).
El libro de Lurgio Gavilán conmueve a quienes conocimos la “guerra interna” desde el balcón, los medios de comunicación y la lectura de libros. Yo era estudiante universitario en la década del 80; en 1983 me exceptuaron del servicio militar obligatorio. Supe de la masacre a ocho periodistas en Uchuraccay y la guerra que libraban senderistas y militares y policías en Ayacucho. Apagones, paros armados y coche bombas generaban zozobra. La violencia no resuelve los problemas sociales, políticos y culturales. Es absurdo que la “violencia sea la partera de la historia”. Hoy es democracia, convivencia, institucionalidad, respeto a la ley y al ciudadano. La intolerancia, exclusión social y fanatismo ideológico es la negación de la civilización. Es condenable lo que ocurre en Ucrania, Venezuela, Israel y la Franja de Gaza. El libro de Lurgio Gavilán es advertencia de lo que puede suceder si prospera la “amnesia histórica”. Una tragedia puede volver a repetirse si no se aprende la lección. Con defectos y fortalezas, imperfecciones y fragilidades, la democracia es la civilización. Lurgio Gavilán ha sabido superar extremas adversidades con resiliencia personal. La “memoria histórica” es el salvavidas en una sociedad donde, poco importa, lo que sucedió en el Perú entre 1980 y 2000. El delirio ideológico se enfrenta con pensamiento crítico, reflexión activa, competencia para entender que la democracia es la vía para el acceso a la justicia, a los servicios institucionales y el derecho a las oportunidades y el bienestar.