LA SOCIEDAD DONDE VIVIMOS

Por: Arlindo Luciano Guillermo

Todos tenemos derecho de vivir cómodamente, con la conciencia tranquila, el corazón contento, la barriga llena, con la satisfacción de haber obrado correctamente y haber hecho el bien al prójimo, vivir con una casa, sueldo decoroso y una familia sólida. Sin embargo, la realidad, esa que no consiente imposturas ni excesiva teoría, ubica al ciudadano frente al reto, al desafío y a la exhibición de competencias y habilidades para resolver problemas con prontitud.
La vida diaria es un constante problema. Sin problemas la vida es insípida, sin emoción, sin desafíos. Así la vida avanza por inercia, sin movimiento trascendente, el ciclo vital se cumple sin pena ni gloria. Hemos vivido mucho, pero no hay huella de algo significativo para el presente ni para las generaciones que vendrán. Muchos ciudadanos, que vivieron solo para ellos, solo para sus intereses, la vigencia terrenal termina el día de su muerte; pero aquellos que pusieron su vida al servicio de los grandes ideales, de la búsqueda de la justicia, la vigencia de la libertad y la dignidad, viven más allá de la muerte y se convierten en paradigmas.
Vivimos en una sociedad con problemas, exigencias y exquisiteces. Cada día más la vida se somete a la “dictadura” del consumo, la publicidad, la oferta y la codicia para acumular fortuna, bienes, propiedades que garanticen una vejez holgada, sin aprietos ni necesidades. Tanto es así que las tarjetas de crédito, para obtener liquidez monetaria o compra inmediata de ropa, comida y ornamento, están infaltablemente en la billetera, la cartera o en la agenda de casi todos. A fin de mes se pagan tarjetas como si fueran préstamos hipotecarios, deudas por enfermedad o pago de pensiones por servicios de educación.
Peligrosamente sigue, en la cabeza de ciudadanos profesionales y “honorables”, la idea de que es mejor un gobernante que “robe y haga obras”, que otro que no robe y no haga obras. La corrupción ha llegado no solo al deseo de apropiarse de bienes, dinero y beneficios ilícitos, sino que se ha incrustado como una astilla filuda en el cerebro de mucha gente. El ejercicio del poder exige necesariamente transparencia, honradez y vocación de servicio. Hay responsabilidad social, política y ético del gobernante en el momento de tomar decisiones que benefician a todos. La construcción de una carretera representa grandes oportunidades para mejorar la calidad de vida, se produce un movimiento económico progresivo y define el desarrollo de los pueblos.
El Perú es una nación desigual social y culturalmente, pero a la vez una unidad territorial. Pertenecemos a un pueblo donde hay violencia de todo tipo, la discriminación se percibe directa o disimuladamente, la sinceridad se convierte en un “defecto”. Hay una brecha enorme entre zona rural y zona urbana. Los pobres (ciudadanos sin posibilidades de acceso a educación, salud y modernidad) son relegados a vivir con pocas oportunidades de despegue para elevarse y lograr una posición socioeconómica cómoda, una profesión idónea y competitiva y conformar una familia con mejores expectativas. El desinterés por los ciudadanos discapacitados crece. La homofobia, la falta de respeto a la equidad de género y la intolerancia juntas son bombas de tiempo que en cualquier momento pueden provocar tragedias, muerte y destrucción equivalente a un atentado terrorista islámico.
La xenofobia es una estupidez cultural equivalente al machismo recalcitrante y a ultranza. Creer que el mercado laboral en Huánuco debe ser solo para los huanuqueños es una riesgosa postura que revela discriminación y desprecio por otros talentos nacidos en el Perú. Nadie viene a Huánuco para quitar o desplazar a alguien. Muchos cargos en la administración pública son ejercidos por profesionales que no tuvieron la fortuna de nacer en Huánuco. Llegaron por estudios en las universidades, migración hacia un clima admirable o por concurso público. Se quedaron aquí, echaron raíces y seguramente morirán en Huánuco. El Himno de Huánuco, ese canto a la identidad cultural y a la historia de Huánuco, no es autoría de ilustres huanuqueños. Las letras perece a don Augusto Rivera Vargas; la música, a Jaime Díaz Orihuela. Ambos ciudadanos arequipeños. ¿Algún huanuqueño deja de cantar el Himno de Huánuco porque no fue escrito ni compuesto por huanuqueños?
La sociedad donde vivimos nos plantea tres escenarios: actuar para el mejoramiento de la convivencia democrática entre nosotros, preferir que otros hagan algo por nosotros o mostrar indiferencia ante lo que ocurre y pasa frente a nuestros ojos como un tronco que arrastra la corriente del río. Lo ideal sería involucrarnos en la historia de la sociedad como profesional, gobernante, político, padre de familia, maestro, médico. Todo lo que hagamos hoy, aquí en vida y en la Tierra, va a repercutir en los demás y en la memoria colectiva. No vaya que la historia de nuestro pueblo nos ignore, no recuerde qué hicimos cuando tuvimos la oportunidad de vivir sobre su suelo. La grandeza de la vida radica, precisamente, en dejar obras y ejemplos.
La educación juega un rol importante para que la sociedad sea justa y equitativa. Con educación se convierte la roca en escultura, la arcilla en valioso recipiente, el cerebro del estudiante en un capital incalculable de producción de conocimientos, ciencia, tecnología, también de actitudes, competencias y valores, que le permitirá contribuir con la sociedad desde la trinchera que ocupe como profesional, ciudadano, gobernante, padres de familia o vecino. El trabajo del docente está por encima del dictado, la sesión de clases y el currículo. La institución educativa es, precisamente, el escenario donde el docente aprovecha el conocimiento pedagógico y didáctico para despertar en el estudiante el interés por el aprendizaje, la vida, el compromiso con la sociedad y la participación en la historia.
Vivir conectados con la sociedad es demostrar que tenemos “vida ciudadana”, que ante nuestros ojos desfilan actores, necesidades y grandes soluciones a los problemas apremiantes. Vivir con anteojeras, con resentimientos y apatía no suma. Se necesita multiplicar voluntades, decisiones y coraje para hacer de nuestra vida útil y apreciable para la sociedad. Las obras materiales se ven con los ojos de la cara, se admiran, dejan boquiabierto a tirios y troyanos; las obras intangibles, las que no se ven, se reflejan en la educación, la cultura, el respeto, la sensibilidad de los ciudadanos y en la eficiencia de las instituciones.