LA CAPITAL GRIS

Yeferson Carhuamaca

Lima, no es tu frío de invierno o la bruma solitaria del mar, solo es la sombría sonrisa de una niebla soñadora en el rostro de las gentes. Viajar siempre deja ecos en alma, moverte siempre de lugar al que estas acostumbrado es y será un reto sobrehumano. Para los provincianos que salimos de nuestras sierras heladas o selvas tropicales, ir rumbo al mar, es un acto de liberación, una mezcla de miedo y de esperanza en lo inhóspito de lo desconocido y el añoro del retorno.

Son las nueve de la anoche y el bus sale desde su estación en Huánuco, rumbo a Lima va mi alma, pero mis pensamientos y el amor se quedan en esta ciudad. Observo por la ventana, mientras busco mis audífonos para escuchar alguna canción que avive más este fuego que mezcla nostalgia y alegría, en una conjugación casi imperceptible por mi corazón.

Trato de dormir, las quejas de un pasajero me tienden a despertar, el bus a recorrido un largo tramo, afuera hay una completa oscuridad, solo maquillada por las luces frontales del bus. Miro mi celular, la señal de conexión de internet y del servicio telefónico se han esfumado, solo veo la hora y leo los últimos mensajes, otros que no llegaron o no se enviaron son atendidos por el pensamiento, mientras el bus sigue rumbo a la ciudad gris.

La carretera y sus huecos mueven al bus, que bruscamente me despierta por segunda vez, los vidrios de la ventana están cubiertas con un velo de humedad y no permite que vea el paisaje nocturno del camino, entonces, procedo a limpiar como mis manos la gélida ventana y noto que estamos en un lugar con casitas muy rupestres y un silencio, logro ver que son las tres de la madrugada y mi corazón está lleno de un frío inmortal.

Finalmente, la mañana se abre paso frente las diferentes casas de diversas fachadas, tamaños y desordenadas de tal modo que se ajustan a la carretera. Entiendo, entonces que me encuentro en la ciudad gris, esa que llaman “Lima” capital de nuestro país, he llegado y lo que cubre mi vista es la interminable neblina que dibuja el cielo, el sol no se ve muy seguido, en contraste de la ciudad que es lo más llamativo y visible a cualquier distancia, su extensión, su murallas, sus cables y las gentes que van gimoteando en silencio o de manera disimulada, es el reflejo de sus rostros al tomar su desayuno en la esquina o a la espera de un ómnibus que los lleven al trabajo, o simplemente que van caminando por las veredas llenas de desechos, con olores a orina y con el corazón entre sus manos.

Por fin piso este suelo en el centro de Lima, hay ciertos lugares donde se ven árboles cansados, plantas con hollín en sus hojas, supervivientes en medio de un caos vehicular, esta es “La Lima”, llego a la casa de mi hermano, el frio es soportable, el mar está cerca. Después de dormir, veo con unos pájaros sondean los cielos nublados de la capital, emprendo mi encuentro con el lago inmenso donde no se ve tierra desde su orilla, mis pasos se adelantan a mi corazón triste, llegamos al acantilado donde veo transitar a mucha velocidad autos, y a un costado, el imponente reino de Poseidón, mi rostro no sonríe, mis ojos miran lo más lejano, mi corazón está anclado al otro lugar en la sierra, pero la música de las olas besando la rocas, me devuelven paz, un suave céfiro me abraza en Magdalena del Mar.