EL PEOR ENEMIGO DE UN PERUANO ES OTRO PERUANO, ¿HASTA CUÁNDO?

Colaboradora diario Ahora

Por: Denesy Palacios Jiménez

Jorge Basadre amaba profundamente al Perú, “País que requiere urgentemente la superación del Estado empírico y del abismo social; pero al mismo tiempo, necesita tener presente, con lucidez, su delicada ubicación geopolítica en nuestra América”.

En su obra sobre Historia de la República, nos indica con lujo de detalles que el Perú, bien lo sabemos, es un país milenario y a cada una de sus etapas hemos dedicado diversas publicaciones, porque estamos convencidos de que todas ellas son importantes en la formación de nuestra nacionalidad.

Y plantea que, a fines del siglo XVIII, está la partida de nacimiento de nuestra patria que, en la realidad, ya no era un virreinato más de España sino una entidad diferente, distinta, profundamente mestiza no solo en el aspecto biológico sino en todos los ámbitos. Ya en ese momento, nos dice: el Perú está en condiciones de buscar su independencia política que le permitiría convertirse en una República, tarea que no es fácil, que se realiza entre convulsiones y luchas fratricidas. Ese es el Perú que, según Basadre, era un problema, pero al mismo tiempo una posibilidad por desgracia aún no alcanzaba a plenitud. Pero él no perdía la fe en días mejores y por eso señalaba: “La esperanza más honda es la que nace del fondo mismo de la desesperación. Soñó ver otra patria muy distinta de la que hoy tenemos todos ante nuestros ojos, quien mirando al porvenir inmediato piensa que se requiere cordura, lucidez y la superación de los viejos vicios de la lucha política criolla, que son el faccionalismo, la aptitud para el dicterio, el atolondramiento”.

No olvidemos que fue dos veces ministro de Educación y, emulando a Ricardo Palma, reconstruyó la Biblioteca Nacional casi totalmente destruida por un incendio ocurrido en 1943. Hay evidencias que don Jorge sufrió la tentación de la política, pero no sucumbió a sus halagos.

En una oportunidad, refiriéndose a la situación política del momento, dijo: “Para alcanzar nuestra maduración y nuestra modernización efectivas como Estado y como sociedad, es necesario que sean sustancialmente auténticos organismos como el del sufragio, liberándolo de los vicios tantas veces reiterados del fraude, la suplantación, el escamoteo o la manipulación en los votos o en los escrutinios. Esto implica, además, la sana coexistencia de los poderes públicos sin que interfieran los unos en los otros; y, sobre todo, la independencia y la austeridad del poder judicial. Y aunque la realidad venga a burlar nuestras esperanzas, alguien debe exigir porfiadamente la dación de un código de ética en el gobierno y de un régimen especial para la sanción contra el delito de enriquecimiento ilícito a base de jurados honorables e independientes que fallen con criterio de conciencia, a todo lo cual conviene agregar un sistema de sanciones severas, contra los difamadores y los calumniadores. De la rebelión sistemática contra el enriquecimiento ilícito pueden derivarse fórmulas para controlar distintos tipos de despilfarro y también estímulos para robustecer nuestra moral colectiva disminuida en tantos casos, por múltiples, crecientes y hasta impunes evidencias de incumplimiento del deber”. Son palabras que, lamentablemente, no han perdido su acusadora vigencia.

Esta frase que he puesto de título al artículo corresponde a Jorge Yamamoto, nos sirve para analizar qué está pasando en la situación actual, lejos de unirnos para empujar el carro que significa nuestra país, se busca mil pretextos, para generar la inestabilidad política, y no es casual que se agudicen los conflictos, que suba el dólar, que suba la gasolina y los artículos de primera necesidad, para culpar al gobierno, y no nos damos cuenta que ello es producto de la inestabilidad que se quiere sembrar. Por eso Yamamoto nos dice: El problema comienza cuando nos hacemos favores, pequeños o grandes, dentro o fuera de la ley; cuando lo hacemos con solo aquellos que forman parte de nuestra argolla, a nuestros ‘hermanitos’, sin pensar si es justo para los otros, sin reflexionar si con eso se arruina a un gran país

El problema está arraigado en uno de los niveles más profundos de la mentalidad de una nación: los valores. Conforme lo revelan estudios de investigación en psicología social de la PUCP y otros, encuentran en el Perú los valores de trabajo, ayuda y lealtad; a la vez, los antivalores de la envidia, el chisme y el egoísmo, ‘la tríada social del mal’. Cuando un peruano tiene éxito, el otro peruano se siente miserable y alivia su infelicidad devaluando el mérito del otro con una sofisticada narrativa que entremezcla la verdad con la difamación. Cuando al envidioso le toca el turno del éxito, el envidiado u otro peruano cercano le devolverá el favor practicando el deporte nacional del raje-macheteo. Esto crea un entorno egoísta, corta la ayuda mutua, motor del desarrollo y la felicidad, y degenera en el ‘animus jodendi’, o el hábito de fastidiar al otro, hasta cuando nos daremos cuenta que tenemos una inmensa tarea por hacer y una promesa por cumplir, todos y cada uno de nosotros.