Por Arlindo Luciano Guillermo
Un lector de literatura, aquel que se interesa por voluntad propia por un escritor, ha leído tres libros de Oswaldo Reynoso: Los inocentes, En octubre no hay milagros y Los eunucos inmortales. Un lector culto le suma Luzbel (poesía), El hombre y el escarabajo, En busca de Aldino, En busca de la sonrisa encontrada, El goce de la piel, Capricho en azul, etc. Reynoso era alto, gordo como un Buda, sonriente, melena blanquísima como la nieve y lacia, hablar pausado y sereno como un sabio, gran bebedor de cerveza. En la segunda mitad del siglo XX alborotó el cotarro literario con una estética audaz, registro lingüístico popular, rebeldía personal, acercamiento sincero a la marginalidad social, desafío a los tabúes sociales y la consolidación de la literatura urbana. Leí “Cara de Ángel”, en el colegio; no se parecía a las tradiciones de Palma ni a Los perros hambrientos; era jerga pura, marginalidad barrial, collera solidaria, un muchacho que defendía su hombría, desobedecía los mandados caseros, espetaba lisuras de grueso calibre, mentaba a la madre, iba al cine con la gila y le frotaba las piernas. En mi barrio de Abancay había un Cara de Ángel, un Colorete, un Rosquita, un Carambola. Siempre repito de memoria: “Metió las manos en los bolsillos y fue más hombre que nunca”.
La novela El escarabajo y el hombre fue publicada en 1970. Yo leí la edición de Alfaguara (2023, 135 Págs.), con prólogo (“Desesperación de la luz”) de Katya Adaui y las ilustraciones, en blanco y negro, de Jesús Ruiz Durand (en total 26 dibujos), “el gran interpretador y creador de la iconografía velasquista”; hombre y escarabajo tienen destinos diferentes. En el libro se advierte: “La historia del escarabajo que cruza una carretera empujando una bolita de excremento me la contó Jorge Acuña, “el mimo”, una noche, en el bar Palermo”. Jorge Acuña Pardes es un comediante real que prefirió la calle para hacer reír y divertir a la gente. Es significativo el epígrafe que reproduce un poema de William Blake: “¿Qué Dios es ese que promulgó leyes de paz y se viste de tempestades? ¿Qué Ángel de piedad está sediento de lágrimas y se refresca con suspiros? ¿Qué rampante bellaco predica la abstinencia y se envuelve con grasa de cordero? ¡Ya no quiero seguir, ya no quiero obedecer!” Dios, ángel y rampante bellaco son interpelados por una voz lírica irreverente y cuestionadora que renuncia a la doctrina y la obediencia. Dice Katya Adaui que los personajes masculinos “son arrastrados por fuera de sus propios límites al vértigo irrefrenable de la máxima acción: la noche los despierta y el amanecer los acuesta, en un trastoque horario que abandona la posibilidad reparadora del sueño, de la prudencia de espíritu, de la confianza en el mañana”.
El escarabajo y el hombre tiene tres registros lingüísticos. Relato del Zambo, un estudiante, con lenguaje popular y vocabulario escatológico, de vivencias, anécdotas y percepciones de la vida diaria, adversa y compleja de jóvenes marginales, en noches de desenfreno y abierta sexualidad, sin fatiga, con creciente interés y suspenso, con pausas y omisiones que aclara el interlocutor, un profesor atento, paciente y con agudo oído para escuchar, a veces es un escritor, otras Oswaldo. Dice el estudiante: “Y le cuento, Profe, el ambiente de La Sevillana; aburrido, situación: nelson y había ganas malditas de no sé qué hacer, y la noche, virgen y uno pudriéndose por las puras huevas ahí sentado; las mesas estaban repletas de chicheros alharaquientos: cafiocas esquineritos con casacas de colores, botines y pelucones…” (Pág. 95). Dos personajes, el Uno y el Otro, observan desde una acera las peripecias de un escarabajo pelotero (”ni Atlas ni Sísifo”). ¿Llegará al otro lado con la bola de excremento que empuja heroicamente con las patas traseras, garantizar la alimentación de sus congéneres y conservar la especie? Entre ambos se produce una discusión acalorada mientras el insecto emprende la travesía. “- Antes que llegue a la mitad de la pista una llanta lo aplastará. -No, cruzará la carretera” (Pág. 71). El tercer discurso (“prosa poética”) parece un tratado entomológico, desde la perspectiva de una tercera persona versada en el asunto; es un enfoque científico del escarabajo, su particular comportamiento en la naturaleza y su relación con el hombre. “…hay un tipo de escarabajo de colores repulsivos que, cuando está amenazado, torna su aspecto nauseabundo en delicada semilla de colores calientes que nos impulsa a inclinarnos y levantar esa gotita iridiscente que, luego engastaremos en plata y oro;” (Pág. 109). El primer y tercer texto no tiene párrafos ni puntos seguidos ni aparte, solo comas, puntos y comas y dos puntos. Es propio de la narrativa moderna del 50, inaugurada, en el Perú, con la novela El cínico y el cuento La figurilla de Carlos Eduardo Zavaleta; el segundo adquiere el formato de un parlamento teatral.
Noche festiva y frenética, barrio picante, amigos signados con el mismo perfil (alcohol, soledad, desprecio, frustración, desamor) constituyen un marco social singular. La historia general contiene microrrelatos de personajes masculinos y femeninos. Oswaldo Reynoso es un escritor neorrelista según Ricardo González Vigil: mezcla en un mismo relato varios niveles de lo real, puntos de vista, diversos tiempos, diferentes técnicas. El escarabajo y el hombre -en Conversación en La Catedral (1969), el chofer Ambrosio y el periodista Santiago Zavala conversan mientras beben cerveza- el Zambo y el profesor dialogan amenamente. El gran tema es la frustración generacional, excluida de la dinámica económica cuya meta es el bienestar material, profesión rentable, familia nuclear, inmuebles, zona de confort. Es la realidad y la utopía de los personajes de El escarabajo y el hombre. Oswaldo Reynoso logra construir un friso real sobre la marginalidad, crítica al gobierno militar de Velasco y las desilusiones e hipocresías políticas y éticas. Reynoso, un socialista por convicción, jamás cedió a las tentaciones del modelo liberal.
Los libros de Oswaldo Reynoso merecen un sitial preferencial en las bibliotecas. No leer Los inocentes, En octubre no hay milagros, El escarabajo y el hombre y Los eunucos inmortales es un pecado literario. Sus libros no terminaron en la basura como hubieran deseado sus perversos detractores, no le quietaron el título pedagógico, no le impidieron ingresar a los colegios ni se le declaró indeseable para adolescentes y jóvenes. Cuenta Reynoso que, en la presentación de El escarabajo y el hombre, en el bar Palermo, repleto de concurrencia, Eleodoro Vargas Vicuña habló de todo, menos del libro. 12:30 p.m. Oswaldo subió a una mesa. “Me cago en todos los críticos literarios del Perú, sin ninguna excepción”. Aplausos y brindis. Martín Adán, luego de leer Los inocentes, le dijo, en el Palermo: “He tenido mucho miedo por usted. Con este libro su vida en el Perú va ser un martirio”. Oswaldo no le hizo caso; publicó En octubre no hay milagros y El hombre y el escarabajo.