MIGUEL ALONSO CORDERO VELÁSQUEZ Y EL TRACATRACT

El arte es como el jamón del país, necesita de la cebolla para ser butifarra (Jedeque).

Por Israel Tolentino

Carlos Arguiñano en el canal 7 TV. Perú es el primer recuerdo sobre cocina, en aquellos años sonaba extraño, solamente las mamás parecían destinadas a ese menester. Los años pasaron y en Radio Programas (RPP), los sábados se sintonizaba La divina comida con don Cucho La Rosa, me atrapó imaginar esas combinaciones, sobre todo los conceptos de cocina Novandina, mucha letra para algo consumido cotidianamente. Ya metido en el mundo del Arte, tres libros se sumaron a la biblioteca nómade: “Diente del Parnaso. Manjares y mejunjes del letrado peruano” de Antonio Cisneros, historias que causaron sensaciones extrañas mientras mis manos, en la Escuela de Arte, trabajaban con los pinceles. “El libro de oro de las comidas peruanas” de Mariano Valderrama, hermoso trabajo donde la comida se cotejaba con el pasado culinario y un tercero, pesado y hermoso: “La cocina Mágica Asháninka” de Pablo Macera y Enrique Casanto de alucinadas ilustraciones. Tres libros difíciles de llevar en una sola mano.

Hasta hace poco, antes que Miguel Cordero publique en su muro: “La verdad, tengo un interés más específico en desarrollar un libro de cocina -lo estoy escribiendo- que propiamente volver a exponer cuadros (o semejantes) en algún centro cultural” estaba, como quien tiene hojas de coca en la boca, masticando este texto y aunque se pueda confundir a Miguel con un docto cocinero o experto degustador, lo cierto es, que todo lo que hace está inevitablemente vinculado a su original oficio de artista, si es que se puede hablar de eso como profesión. A pesar mío y de él, me atrevo a quebrar alguna de sus sorpresas culinarias, parafraseando el prólogo de Juan José Campanella en el libro “Autorretrato” de Palito Ortega: “si esto fuera un concierto, mi trabajo aquí sería de telonero” es eso lo que intento hacer, telonero de la inclasificable carta del guisandero Miguel Alonso Cordero Velásquez.

En una entrevista entre Miguel Cordero y Alonso Velásquez, Miguel responde a la pregunta ¿Qué es el arte?: “el arte es alquimia pura, magia cuya composición precisa es: 1,400 gramos de encéfalo, 300 gramos de corazón y 21 gramos de alma. El arte, además, tiene la virtud de la imprecisión (felizmente…)” fórmula que no está demás probar.

Desde hace dos años, el último texto del año es una reflexión, coincidentemente, sobre Miguel Cordero artista, esta vez veía venir, su apetitosa relación con la cocina, hecho que me quedó claro, el medio día de octubre cuando debí terminarme una secuencia sabrosa y abundante de platos servidos en el corazón de Arequipa. Torrejas, Senca, Chicharrón, Rocoto relleno y mucha chicha de guiñapo. Hasta ese momento desconocía su reto: “debo recalcar que cuando me desenvuelvo como anfitrión con amigos de Lima, el único que realmente come parejito al igual que mis paisanos, es Mijail” siguiendo esa tónica completa:” emoliente de cúrcuma, kion y eucalipto, por favor.”

Con la seguridad, de realizar bien el papel de telonero de su futuro libro, indagando en la intimidad de Miguel Cordero, encontré una fotografía donde aparece puesto unos guantes amarillos, tiempos lejanos donde ejercía el oficio de dishwasher, de esa experiencia cabe recordar “mientras trabajaba en el restaurante peruano en Londres llamado “Fina Estampa”, decidí sublimizar la experiencia de lavaplatos con el arte (…) pues en todo momento era consciente que no lavaba únicamente los platos, sino que además estaba haciendo arte mientras tomaba fotografías a lo que quedaba de un ají de gallina o de un seco de cordero y que, así como yo, cobraba consciencia, otros inmigrantes también desempeñaban actividades semejantes. Sí, para mí “ESO” era ARTE”. Tremendo antecedente que hace poco, en un post, confirmó que siempre estuvo cocinando algo: “como “no hago nada artístico”, debido a una promesa propia, he empezado a escribir un libro de cocina. ¿Cómo? Sí. Por el momento titula TRACATRACT (con fondo musical de Peret y parentesco a Hermann Hesse)”.

Sin exagerar, quedo corto al alucinar lo que será ese extraterritorial libro, experiencia que provoca antojo, vale ponerse a la cola de la caballerosa invitación Migueloniana: “con todo respeto, y no voy a exagerar, ni el ceviche más pintadito puede con una zarza de senca (hocico de la res) con criadillas (los runtos del toro). Vienes de Lima a darte una vuelta por Arequipa? ¡Te reto!”

¡¡Como diría Juan Javier, los años panzan!! (Lima, diciembre 2024).