Resulta a menudo incomprensible entender cómo la ambición desmedida puede nublar el juicio y el sentido de lo correcto en un ser humano. ¿Cómo puede alguien llegar al punto de comprometer a lo que más debería importarle: su familia, sus amigos, su comunidad, por una ganancia material ilícita?
Es doloroso observar la situación actual de la familia Alvarado, cuyo patriarca, Juan Alvarado Cornelio, alguna vez fue un profesor respetado, y hoy se encuentra en la penosa situación de ser considerado un vulgar delincuente,y recluso en Potracancha. Lo más trágico es que sus dos hijos también se ven involucrados en estas graves denuncias de corrupción, y al menos su hijo mayor enfrenta un presidio de prisión provisional por 36 meses, con una posible sentencia de 12 años.
La ambición desmedida de Alvarado ha dejado a su comunidad sin infraestructuras esenciales, escuelas, hospitales, carreteras por asfaltar, pueblos sin servicios básicos como agua y saneamiento. Parece que no le importaba nada más que el enriquecimiento personal, guiado por el consejo de un círculo de personas igualmente deshonestas.
El premio a esta ambición desenfrenada es una prisión, una familia manchada por el lodazal de la corrupción y la desgracia, y una comunidad que, habiéndolo elegido con esperanza, ahora lo detesta y lamenta profundamente su decisión de apoyarlo.
Esta situación es una lección clara y contundente para los actuales y futuros líderes de nuestra sociedad: la corrupción, el robo, la codicia, tienen un precio alto. No solo se paga en términos legales, sino también en el daño irreversible a la confianza y al tejido social.
La historia de nuestro pueblo seguirá escribiéndose, en blanco y negro, y esperamos que este episodio sirva como un recordatorio de lo que no debe ser. Que nuestros líderes aprendan a gobernar con integridad, sin robar al pueblo, sin comprometer su futuro, sin manchar su honor y el de sus familias.
Para la familia Alvarado Modesto, este es un momento de desgracia. Pero no olvidemos que esta es la consecuencia de acciones deliberadas, y como reza el dicho: «el que la hace, la paga».