Escrito por: Arlindo Luciano Guillermo
Las dos dosis de vacuna, cual sea la marca, contra el Covid-19, protegen, inmunizan, dan confianza, sentimos que podemos derrotar a la enfermedad, pero el optimismo tiene que ser racional y real, no emocional ni de subestimación. El virus aún anda suelto como toro en plaza. Los grupos etarios para la vacunación van bajando; ya están vacunando en Huánuco a ciudadanos de 30 años. Es lamentable saber que se organizan fiestas con aglomeración de asistentes, sin las medidas sanitarias de bioseguridad; es decir, más impera un momento de diversión, jarana, ebriedad y el deseo obsesivo para divertirse, antes que preservar la salud, evitar el contagio y la posibilidad de ser afectado leve o severamente por el Covid-19. Los días 14 y 15 de agosto, días de aniversario de la fundación española de Huánuco, el perímetro de la laguna Viña del Río ha sido foco inminente de contagio por la multitudinaria concurrencia de la gente a la “feria pueblerina”. ¿El ilustre alcalde provincial no sabe que aún el Covid-19 es una amenaza para la salud pública? La autoridad elegida por el pueblo no es solo para ejecutar “obras de fierro y cemento” o remodelar una plazuela o implementar una ciclovía inservible y absurda, sino principalmente velar por la salud de los ciudadanos, la seguridad, el ornato y facilitar espacios favorables para la diversión y recreación saludables. ¿Acaso el alcalde y sus funcionarios no alcanzan estándares básicos de lucidez y sensatez para tomar correctas decisiones? ¿No trabajan en articulación intersectorial e intergubernamental como debe ser?
¿Por qué suceden estos hechos? ¿Por qué, a pesar de saber cabalmente (o quizá no se ya comprendido la letalidad) que el Covid-19 mata sin piedad, “sin asco”, sin misericordia (y los que se salvan vuelven a nacer como dice mi compadre Kike Salazar, pero con secuela fisiológica y sicológica que requiere urgente terapia y paciencia) si incumplimos las exigencias de prevención? El virus no da necesariamente tregua ni dos oportunidades; estamos aún en estado de guerra contra el coronavirus y la tercera ola está a la vuelta de la esquina. ¿Acaso estamos retando temerariamente a la muerte? Quien se contagia con el virus no solo se afecta a él mismo, sino a los demás y a los familiares cercanos y vulnerables. En estas circunstancias, la disciplina y la responsabilidad sociales son mínimas, pocos practican seriamente como ciudadanos empáticos y solidarios. La informalidad brutal y deletérea no solo se evidencia en la economía y la tributación, sino en las actitudes diarias de los ciudadanos. Salir a la calle sin doble mascarilla (se podría exceptuar el protector facial) es una grosera ausencia de empatía y de responsabilidad; irse de jarana donde hay 100, 200 o más asistentes es un desprecio a la vida, dejarse someter servilmente por las emociones y el hedonismo descontrolados; viajar en un minibús o un ómnibus de transporte urbano de pie, porque no hay asiento disponible, representa una imprudencia equivalente a conducir, sin frenos ni licencia, una combi asesina.
El artículo de opinión ¿Cuándo podremos confiar en nuestra palabra?, publicado ayer domingo 29 de agosto de 2021, en El Comercio, por Marilú Martens (gran impulsora de los COAR en el Perú), merece comentar y contrastar. “Somos un país solidario, pero lamentablemente poco honesto”. ¿Qué quiere evidenciar la exministra de educación? Veamos las razones. 1. Según un estudio internacional de las universidades de Michigan, Utah y Zúrich (2019), el Perú “es uno de los países menos honestos”, junto a China y Marruecos. Dos causas concretas: la informalidad y falta de educación cívica; es decir, la política económica del Estado y la educación en la escuela tienen resultados deficientes. En un país donde el esfuerzo de la inteligencia es para sacarle la vuelta a la ley y actuar por debajo de la mesa, no es muy difícil de imaginar por qué estamos dentro del área de la deshonestidad. “La “cultura del más vivo” está normalizada y nos hace mucho daño”, afirma Martens. 2. La encuesta nacional del Proyecto Especial Bicentenario (Datum, 2020) revela que el 50% de los peruanos no practicamos ningún valor. ¿Dónde están la honradez, el respeto, la solidaridad, la empatía, la integridad, la puntualidad, el diálogo, el perdón, la compasión? Nada de nada. ¿Cómo entonces vivimos asumiendo los retos diarios y de la pandemia en esas condiciones éticas? Apunta Marilú Martens: “Quizá podemos empezar mirando buenos ejemplos. Países como Suiza, Noruega y Holanda aparecen como los más honestos en la lista. Aspectos como la ética, el compromiso y la honorabilidad son temas imprescindibles en países que se encuentran en un nivel diferente de desarrollo”. 3. En la misma encuesta, 8 de cada 10 peruanos desconfían de los demás, 7 de cada 10 quisiera recuperar esa confianza.
Vuelvo al alcalde de la ciudad. Huánuco no va a crecer sosteniblemente, desde el punto de vista económico y de inversiones en infraestructura, si no ataca, multisectorialmente, la carencia de valores éticos, fortaleciendo la identidad cultural, promoviendo ferias de libros, enalteciendo las virtudes ciudadanas antes que echarles sombra. Sin respeto a ley y a las normas de convivencia, seguiremos administrando pacientemente, resignados al destino infausto, la anomia social, la viveza, la pendejada echa una “virtud”, el plagio y la coima. Todos quisiéramos regresar a febrero de 2020, sin Covid-19, haciendo una vida normal, sin mayor riesgo que la inseguridad ciudadana; hoy no se puede vivir así. Todos quisiéramos regresar al trabajo en la oficina, a las clases presenciales. ¿En una sociedad sin honestidad, donde la palabra no tiene credibilidad, sin un código ético coherente, con alta informalidad, pero, a la vez, con esperanzas, cuánto va a demorar el regreso de la normalidad de antes? Cuánta falta hace leer el Libro de Job para aprender que la más severa adversidad pasa como la tormenta, luego llega la calma y el bienestar.