Por Israel Tolentino
En política y arte, las casualidades no existen, leyendo el texto, publicado el 28 de marzo por Arlindo, admirado amigo, recordé mi pequeña historia con Vallejo. Desmintiendo a la casualidad hoy, 16 de abril, estoy en Madrid, he viajado el Viernes Santo como en 1938, cuando terminando de escribir febrilmente “España, aparta de mí este cáliz” y “Poemas humanos”, Vallejo viajaba a la eternidad, “muere de España y muere de privación, minado por muchos años de miseria” como recuerda Samuel Yurkievich.
Hace muchos años llevo una pequeña carpeta de dibujos pensadas en ser llevadas a una técnica llamada Aguafuerte (grabado en metal), titulada: César Vallejo en Ambo. Todos debemos tener en cuenta que el joven César Abraham, vino por un tiempo corto, se dice 7 u 8 meses, a dictarle clases a los hijos del hacendado Domingo Sotil en la hacienda de Acobamba en el distrito de Huácar, provincia de Ambo en 1911, imaginaba al vate universal tomando el tren a la Oroya e internándose luego a caballo por Yanahuanca hasta su destino con aroma a junco y capulí, sin embargo, hace poco, Pilar Trujillo, estimada amiga, me obsequio el libro: “Soneto. César Vallejo”, donde el poema con ese nombre fue descubierto por Hugo Arias Hidalgo, hallazgo que desmiente el viaje imaginado por mí; como fuere, ese viaje por esta serranía algo debe haber marcado en sus recuerdos mientras caminaba al borde del río Sena.
“Por esos días conocí a César Vallejo, el gran cholo; poeta de poesía arrugada, difícil al tacto como piel selvática, pero poesía grandiosa, de dimensiones sobrehumanas.” Contó Neruda en sus memorias. Mi generación ha sido marcada por César Vallejo, a los trece años recitaba “Las caídas hondas de los cristos del alma” y “Quédate en la hostia, ciega e impalpable, como existe Dios…” recuerdo que un poema que hacía que sienta a Vallejo en la cotidianidad fue “La violencia de las horas” nunca pude desprenderme de esa sensación, sobre todo siempre que llegaba al pueblo y una de mis preguntas eran; ¿quién se casó?, ¿quiénes murieron? Otro título que a esa edad y esta sigue produciéndome vértigo es: “Intensidad y altura”, aprendía sobre los endecasílabos y las rimas, este poema tenía todo eso martillado en un diablo de zapatero: espuma/ suma/ puma/ bruma; Atollo/ cogollo/ encebollo/ desarrollo… En 1992 bajé a la capital, entre brumas, recuerdo que se celebraba el centenario de su nacimiento, por el centro, Av. Abancay, parque Universitario, Grau, habitaban los libreros, por allí, uno en el parque Universitario, tenía su plástico azul tendido en el piso, le compré un librito de pasta roja escrita como en mimeógrafo con letras negras y azules de manera indistinta, el precio recuerdo claramente, un sol. Una pobre moneda, como César en sus días, un pan y tal vez un vaso de agua con colorante y azúcar. Guardé la extraña compra, como quien sabe, que sus sueños se identifican con ese hombre que cumplía cien, hay que estar listo para el camino a seguir, valiente hasta el compromiso de jugarse la juventud, los sueños…
César Abraham Vallejo Mendoza, ni en los momentos de mayor contento se fue de mi lado, a un serrano selvático, sus versos le marcaron como grafías en la piel de serpiente (alguien dijo eso), el 2010, sabe él y Él, las circunstancias del viaje, mis dos pies anduvieron a orillas del Sena, seguro como César, seguro como Víctor Humareda, mirando las “vedettes” surcar el río. Desde la “Place de la République” en una caminata larguísima llegué al cementerio de Montparnasse, fue fácil ubicar su lecho, saludarle y cerrando los ojos decirle mucho, por un exceso de modestia casi no me tomo ni una fotografía, luego… recapacitando un instante, pedí un par de vistas, ese encuentro lo ameritaba, ese viaje de alguna manera tenía esta visita como objetivo. Las flores eran de plástico y alguien con canto rodado había escrito “hay golpes en la vida tan fuertes…” como quien va orgulloso, llevaba un polo que decía Perú, anduve el resto de la tarde cavilando en la grandiosidad y art decó de París y la pobreza de los Andes y los techos de paja, en, ¿en qué momento nuestra telúrica tierra nos marca con la tristeza en el alma? Cuando debiera definirnos para salir fortalecidos y orondos de tener este plumaje.
Cuesta creer que esto pueda ser posible aún hoy, espero ser de esa última generación marcada por la miseria de los gobernantes, por esta irrepetible tierra de hijos dedicados al Arte extinguiendo sus sueños antes de intentar ponerlos en camino, de un porcentaje de ciudadanos soñando con llegar al poder político para construir un puente multimillonario que les permita asegurar la “vida” y una casa en Las casuarinas o Miami. Vallejo descansa en París luego de haber buscado en Acobamba paz social para sus primeros versos, para la aldeana que veía cada mañana en su desayuno y le servía un café con leche y volteaba, enseñándole sus trenzas y espigado cuello. César tenía 19 años, empezaba a decidir y construir su futuro como muchos de los jóvenes que bajan a Lima hoy en día, una alforja con panes y libros, esperanzas que continúan siendo las mismas desde hace cien años, tal vez mil años.
Hace poco, en un viaje a Huácar, el taxista que me trasladaba, había nacido en Huánuco, ¿en qué parte? Le pregunté, Huánuco es grande, bueno, en Huácar respondió, volví con la pregunta, ¿En qué parte de Huácar? Un lugar lejano me dijo, está lejos, se llama Acobamba… Los pocos minutos que duró el viaje le hablé de César Vallejo, él, no sabía quién era César Vallejo, mordí los labios y luego volví a una respuesta, no se preocupe, él está muerto, muy lejos, tan lejos como es Acobamba en nuestras vidas hoy.
He cruzado el Atlántico, yendo hacia otro andar, donde los que nos encontraremos, seguramente recordaremos a César Vallejo y será uno de los pocos nombres que logren esa noche del 22, en Venezia, junto con Issela y Herbert hacernos presencia universal. En una ocasión, dijo Neruda: “Vallejo se murió de hambre y de asfixia, si lo hubiéramos traído a su Perú. Si lo hubiéramos hecho respirar aire y tierra peruana, tal vez estaría viviente y cantando” (Madrid, abril 2022).