TRANSPARENCIA

Por Arlindo Luciano Guillermo

La palabra “transparente”, según la RAE, tiene varios significados. Uno dice: “Que se realiza sin que se oculte información sobre la manera en que se hace o se desarrolla y, en particular, sin que haya duda sobre su legalidad o limpieza”. Esta acepción aplica a la gestión pública donde hay un funcionario designado, por meritocracia o una autoridad elegida por voto popular. La rendición de cuentas no es un favor a los ciudadanos, sino una obligación moral (que implica, precisamente, transparencia: las cosas tal cual son, sin maquillaje ni ambages) y un imperativo legal. Nadie gobierna en la oscuridad, clandestinamente, con afasia. Conocer la ballena por dentro, como Jonás, es una ventaja competitiva y un plus político que se debe aprovechar sin prejuicio ni egocentrismo. 

Los 100 días de tolerancia y de gracia al flamante gobernante no es una figura jurídica, sino una “costumbre política”. En ese lapso hay acomodamiento en el poder, designación de funcionarios y toma de conocimiento del activo y pasivo de la gestión y de la transferencia administrativa. En ese tiempo se toman las primeras decisiones e implementa el plan de gobierno, que no se cumple como una prescripción médica. Es demagogia hacer creer que la oferta electoral se hará realidad en cuatro años. A veces solo se sientan las bases, se encamina y culmina en la siguiente gestión. La pavimentación de la Vía Colectora, luego del cambió de unidad ejecutora, se inició en el último año de la gestión de Rubén Alva y se inauguró el 2019. En política nadie sabe para quién trabaja. Una cosa es con cajón (campaña electoral) y otra con guitarra (gobierno). En esos 100 días ya se debe saber por dónde camina la gestión, con quiénes va a trabajar la autoridad electa y hacia qué horizontes de desarrollo y bienestar se orienta la ciudad, la región y la nación. Durante el ejercicio del gobierno, ya no se ofrece ni engatusa, sino se hace, se trabaja sin descanso y se busca el modo más efectivo para resolver problemas. Gobernar no es fácil. Nadie ha estudiado para gobernar. Los grados académicos son referencias, cuentan los resultados, la eficiencia y la productividad. Es una falacia creer que si un gobernante es profesor va a mejorar la calidad educativa y cerrarán las brechas de infraestructura y tecnología. La pobreza tiene 200 años y sigue ilesa, indigna, vil.     

Han transcurrido cinco meses de la gestión regional y municipal. El tiempo es oro; pasa y no regresa. El tren de la historia no espera, deja a quien se distrae. No es mucho lo que se les puede pedir, tampoco nada. El primer indicador de alerta es la ejecución presupuestal. ¿Cuál es la meta de gasto público en el primer semestre? Decirlo con claridad es transparencia. No es gastar a la loca, sino con calidad, priorización pertinente, resultado e impacto socioeconómico. En cinco meses se ve el estilo de gobierno, las estrategias implementadas, la gente que cumple funciones administrativas y políticas para resolver los problemas de los usuarios. La efectividad de la gestión pública y privada es la capacidad profesional, de liderazgo y decisiones que involucran ciudadanos e instituciones. Si el eje fundamental del quehacer pedagógico es el estudiante, en la gestión pública tiene prioridad el usuario a quien se sirve con esmero, diligencia, empatía y respeto. Gracias a los usuarios existen los empleados públicos; sin ellos no hay nada que hacer. ¿Existe en la agenda de una autoridad política el fortalecimiento de la institucionalidad o la competitividad de las instituciones al servicio de los usuarios? Las obras de “fierre y cemento” son valiosas y necesarias. Sin red de conexión vial estamos condenados al atraso, la postergación y la injusticia; no sería posible la accesibilidad a los pueblos distantes de la ciudad ni habría flujo de intercambio comercial ni cobertura de salud y educación. Recuerdo que trepé, como un osado andinista, una gigantesca montaña, dos o tres veces más alta que los tres jircas de Huánuco, en la provincia de Lauricocha, para llegar a Shapray, un paraje solitario, frío y aislado donde almorzamos pachamanca de carnero y un platón de tocosh caliente. No había carretera ni trocha rudimentaria, solo un sendero borroso. Ahí había niños y una profesora de inicial. Las carreteras equivalen a integración, fomento de turismo, desarrollo socioeconómico y mejora sustancial de la calidad de vida de los ciudadanos. Para eso no se necesita ser gerente público de Servir ni ostentar doctorado en gestión pública; solo hay que tener visión y sentido común para saber dónde está la urgencia.

La clave de la transparencia es la práctica de la integridad del ciudadano que ejerce una función pública; en política es puntual su actuación, de lo contrario surgen los excesos y los desmanes cuyo desenlace es deplorable. Sin transparencia el gato es despensero. Actuar correctamente es transparencia, no lo políticamente correcto ni la voluntad política por encima de la ley y el marco legal. No a todos se puede atender ni todos son ingenuos para saber que si hay engaño o mecida el desprestigio socava la institucionalidad y la coherencia de la autoridad. El rasgo más notable de un estadista es la transparencia, aunque poco haga por resolver los problemas y queden como pendientes para las siguientes gestiones. Los vicios y perversidades del poder, justamente, aparecen, como feroces fantasmas, cuando no hay transparencia, cuando las puertas están cerradas sin candado, escasa claridad en los actos y decisiones políticas. La asertividad política comunica mejor que la publicidad embaucadora. No hay autoridad ni funcionario perfectos, invulnerables por omisión, torpeza o inducción, pero sí capaces de generar desempeño laboral, performance ético y visible vocación de servicio. Un gobernante no hace un favor a los ciudadanos cuando resuelve sus problemas, pues para eso fue elegido democráticamente. Esperar un monumento o una gran fiesta de gratitud es una banalidad y una tradición política de elevada egolatría. Un estadista, con actuación transparente en la política y la gestión, vive en la memoria y el afecto de la sociedad.

Hace poco estuvimos a merced del Covid-19, miles murieron, otros tienen secuela, vivimos temerosos de cualquier otra epidemia o endemia, nos coja otra vez con los pantalones abajo; ya aprendimos la lección. El zancudo del dengue es letal, la enfermedad mata, pero se puede prevenir para frenar la proliferación. Las autoridades, en coordinación con la comunidad, tienen la responsabilidad de fumigar ipso facto, informar con claridad, atender inmediatamente casos, hacer un eficaz monitoreo epidemiológico para darle tranquilidad a la gente. Ahora está entre nosotros el dengue, hay que prevenir y enfrentarlo. Antes de la revisión, afinamiento argumental y precisión de palabras y frases voy al Parque Kennedy en Miraflores. Veo el letrero luminoso: Ibero Librería. Ahí recién encuentro una antología de la poesía de Martín Adán; en Amazonas Martín Adán no existe. El vendedor me dice: “Ya no se lee poesía, caballero”. Leo el libro mientras camino. Al cruzar la zona peatonal mis oídos no escuchan un claxon ensordecedor. El chofer me grita, espeta un par de groserías. Lo miro y levanto el dedo pulgar. Regreso al hotel y en el WhatsApp leo: «Ya se terminó de fumigar el colegio”. Es sábado, hace frío, tomo un café, reviso con paciencia; desde aquí pienso en ti.