Por Andrés Jara Maylle
El empresario mercantilista le está reclamando al consejero regional por la provincia de Yarowilca, un tal Vera; le está exigiendo la devolución de un dinero que, se supone, fue entregado para ser favorecido en alguna obrita. “Tú eres un político que está en carrera, no te puedes malograr”, le dice en tono preocupado. Su interlocutor, que debe tener bien dura la piel de la cara, intenta explicar que todo está bien, que nada ha pasado, que ya llegará el mejor momento.
“Tranquilo, tocayo, hay muchas cosas para entrar”, le dice el consejerillo pillo buscando apaciguar los ánimos del empresario mercantilista. Así avanza una comunicación filtrada recientemente a la prensa y que pinta las verdaderas razones por las que Huánuco es un pueblo empobrecido moralmente, un pueblo aniquilado por gente ruin que aspira al poder solo para enriquecerse lo más rápido trabajando lo menos posible.
“Por dos lucas no te vas a perder”, le increpa en tono brujo el empresario mercantilista al consejero pillo. El otro trata de defenderse explicando y hundiéndose más en ese pozo séptico de la corrupción de donde vienen casi todos esos políticos callejeros (salvo honrosas excepciones, que lamentablemente son poquísimas).
“Conmigo no vas a perder, tocayo”, le replica el consejerillo de marras, y sigue hundiéndose aún más en el lodo de sus palabras.
Esto no sería nada grave si se tratara de una amena conversación entre dos amigotes en una esquina, o en la mesa de un bar de bajo fondo. Pero si lo miramos bien, tiene connotaciones fatales para el desarrollo de una región como Huánuco, tan precaria económica, social, cultural y éticamente.
En los últimos quince años, así como sucede en nuestro congreso nacional, para los gobiernos regionales hemos elegido por desgracia (siempre con las excepciones del caso) solo a consejeros pichiruchis que apenas instalados en sus sillas buscan de inmediato ser parte de ese demoledor y, al mismo tiempo, nefasto engranaje de la corrupción.
En todos los niveles, en todos los estratos administrativos campea como una plaga la corrupción: ese cáncer que está convirtiendo a la región en un cuerpo putrefacto sin posibilidades de sanación. Y pensar que, ingenuos nosotros, creíamos que con los sucesivos cambios de gobierno las cosas cambiarían para mejor.
Porque si retrocedemos en el pasado, cuando la señora Templo hizo de presidenta, los consejeros eran sobre todo un séquito a su servicio. Luego vino la gestión del Chino Espinoza, en donde también hubo muy poco consejero identificado con su pueblo, pero eso sí, muchos ambiciosos que querían medrar del presupuesto público.
Inmediatamente después, vino el momento de Picón. En este caso noté hasta un par de ellos vigilando y peleando, solitarios e incomprendidos, con el poder de facto. Los demás eran mudos por las gollerías que recibían. Pero en cualquiera de los tres casos anteriores siempre había uno que otro consejero que hacía la diferencia. Uno que otro que conocía cuáles eran sus funciones, que habían estudiado un poco para no hacer lo que los otros hacían siempre: el ridículo.
Pero lo que sucede ahora ya traspasa todos los límites de la tolerancia. Y, por ello, es inaceptable tanto silencio, tanta indiferencia, tanta apatía… o acaso, tanta estúpida y condenable complicidad.
Porque lo que se ha escuchado en esos audios al consejero de visión provinciana es solo la punta del iceberg. Y el silencio cómplice de sus demás compañeros solo los convierte en unos simples secuaces con mucho rabo de paja que cuidar.
Qué pena y qué desgracia para este pueblo milenario. Elegir a impresentables que nos avergüencen a toda hora en vez de legislar convenientemente, fiscalizar permanentemente y representar dignamente.
Si el silencio cómplice continúa solo estaremos corroborando la real catadura de un consejo regional de medio pelo, pillos de aldea que están allí solo haciendo de comparsa, haciendo el papel de huaripoleras del poder, levantando la mano cuando el amo de turno (o las jóvenes amas) les den la orden enseñándoles, tal vez, dos luquitas ante sus ojos desorbitados por la ambicia.