Arlindo Luciano Guillermo
Tomayquichua sedujo al pintor Ricardo Flórez Gutiérrez de Quintanilla y a Enrique López Albújar, autor de El hechizo de Tomayquichua. En ese pueblo “se supone” nació y vivió hasta los cinco años Micaela Villegas, luego migró a Lima con la familia. En la casa, un guía, acompañado de una hermosa muchacha, que representa a la Perricholi, relata la vida de Micaela Villegas y Hurtado de Mendoza y el romance con el virrey Amat. Alonso Cueto ni Ricardo Palma conocieron directamente a la Perricholi. No había celular ni cámara fotográfica profesional. El novelista Alonso Cueto (Lima, 1954), una década de lectura, investigación y afanosa escritura, ha publicado La Perricholi. Reina de Lima (2019. Pág. 443), donde, precisamente, reconstruye el romance de Micaela Villegas con el virrey Manuel Amat y Junyent, la hipocresía moral y discriminación social en la Lima colonia del siglo XVIII contra Micaela, la presencia de la Perricholi en el Corral de Comedias, la visión empresarial de Micaela y la antesala de la independencia del Perú y personajes históricos y el contexto político-social. La vida y circunstancias de MV fue recreada, con talento de escritor trajinado y experto, por Alonso Cueto apelando a la imaginación, la ficción literaria y la documentación histórica. Micaela socavó la moral colonial, lo que hizo el movimiento independentista con el virreinato. Ricardo Palma relata anécdotas de Micaela Villegas en la tradición Las genialidades de la Perricholi.
Micaela Villegas, muy joven, tuvo un romance sumamente audaz, censurable para la sociedad colonial, dominada por la iglesia, las indulgencias compradas, los prejuicios raciales y sociales y el fariseísmo brutal que criticaba con un tronco leñoso en el ojo todo lo que no convenía a las familias aristocráticas que se congraciaban con el virrey. La trataban públicamente de perra, amante, ramera, puta, mala mujer, perversa, prostituta; ella, con el honor en alto, caminaba por las calles empedradas del centro de Lima desafiante, orgullosa, con el cuerpo enhiesto y la mirada fija al frente, sorda a las murmuraciones y gestos de desprecio. Vestía con elegancia, llevaba joyas, exhibía esclavos e iba en una carroza jalada por mulas como cualquier mujer aristócrata. Era visitante permanente al palacio del virrey, a las fiestas suntuosas, se codeaba con autoridades y ricos. Ella había conseguido lo que ninguna mujer con fortuna, abolengo, escudos heráldicos y descendencia española. El romance más famoso de la colonia tuvo un fruto: Manuel Amat Villegas. ¿Micaela amaba realmente a Amat? Parece que no. Se trataba de una audacia sentimental y un desafío a la sociedad pacata de la colonia. Ambos se tributaron y dieron afecto amoroso, matizado con pelas, celos, indiferencia y reconciliación que culminaba placenteramente en el ajetreo del lecho de amantes. Cuando Amat dejó el Perú, disimuló actoralmente la ausencia. Tuvo un par de romances, pero, finalmente, se casó, por el cabildo y la iglesia, a pesar de la oposición y petición de impedimento al mismo rey de España, con Fermín Echarri, ciudadano que se enfrentó a la campaña demoledora en contra de Micaela. Fue su compañero hasta el final. Micaela terminó en un convento, retirada del ruido de la sociedad colonial.
Micaela fue actriz, cantante, filántropa, tocaba guitarra y arpa, dueña de un molino, emprendedora, propietaria de bienes inmuebles, costeó los estudios de su hijo Manuel en España; se opuso radicalmente que se casara con una doméstica, lo encerró en la cárcel, hasta que se casó con una mujer que Micaela consideró pertinente; apoya económicamente a las parroquias que atendían a pobres y desamparados. No fue una mujer de economía precaria ni vivió en la pobreza. No era ciudadana de segunda clase. La audacia de Micaela tiene una simbología política e histórica en las últimas décadas del siglo XVIII e inicios del XIX. Micaela nació en Lima el 28 de septiembre de 1748, falleció 16 de mayo de 1819. Dos años antes de su nacimiento, un terremoto devastó Lima y el Callao. En 1780, Micaela tenía 22 años. En el Cusco se produjo la rebelión de Túpac Amaru II y posterior ajusticiamiento. La noticia en Lima provocó pánico colectivo, pero no en la Perricholi; veía en el movimiento social el inicio de la independencia. Dos años después de su muerte, San Martín proclama la independencia en la Plaza Mayor de Lima. Uno de los firmantes del acta independista fue Manuel Amat Villegas. Vio llegar e irse a seis virreyes, desde Amat hasta Joaquín de la Pezuela.
La novela histórica tiene un rasgo que no modifica la ficción literaria: la verdad de los hechos y la identidad de los personajes. Micaela Villegas y Manuel Amat existieron. Lo que puede “modificar deliberadamente” la ficción y la imaginación del escritor son las anécdotas y hechos imposibles de verificar con documentos. La novela histórica acomoda creativamente las circunstancias y los acontecimientos de la “historia real” para que el lector disfrute y viva emocionadamente. La novela histórica complementa lo que los historiadores omiten o dejan de contar. Alonso Cueto eleva a La Perricholi como una dama de gran relevancia social, política y artística. Lo hace con prosa densa, ritmos pausados, esforzándose por perfilar la identidad personal y la actuación de Micaela en el teatro y el romance con Amat. La novela abunda en información histórica, personajes reales, un contexto social y político que anunciaba la independencia. En la colonia, Micaela Villegas comparte prestancia con Amarilis y Santa Rosa de Lima. La novela de Alonso Cueto permite disponer ahora una novela que amplía la visión de quién fue Micaela Villegas, la Perricholi. Si nació en Huánuco o en Lima es un asunto secundario.