SIQUIERA ALGUITO

 Escrito por: Jacobo Ramírez Maíz

Llego a mi casa después de mostrenquear como perro sin dueño y veo algunas personas en la quebrada. Paso saludando y me responden con un movimiento de cabeza. Guardo mi motocicleta y regreso para ver qué está pasando. Entonces observo a un hombre delgado con sus manos atrás que camina como meditando; a su lado, un individuo con cara de pocos amigos me mira fijamente a los ojos. Su mascarilla no me permite reconocerlo, pero como yo no tengo miedo ni al Malamén, lo miro, desafiante.  Junto a ellos, hay otro más amigable, quien me saluda, y en el acto nos ponemos a conversar.

Mis ojos observan, metros más arriba, a un grupo de personas que conversan. Una de ellas está con casco blanco, y deduzco, por su vestimenta, que es un ingeniero. Habla levantando las manos a unas cuantas personas que, manteniendo el distanciamiento, escuchan. Entonces, el de ojos buenos me dice: «La descolmatación de esta quebrada ha quedado bonita, ¿verdad? ¿Qué opina?». Entonces mis ojos recorren el espacio por donde hasta hace unos cuántos días solo había arbustos, cabuyas, plantas silvestres e incluso un pequeño basural; y, ahora, todo eso se ha ido: la quebrada quedó limpia. La acequia, que es también una especie de puente por donde pasa el agua de regadío, estaba casi al borde del piso y ahora se ve a casi dos metros de profundidad.

Vino, entonces, a mi memoria aquella vez en que corté unos carrizos que estaban al medio de dicha quebrada, y que una señora muy aseñorada, por medio de una llamada telefónica, me reclamó y pidió que, en menos de lo que canta el gallo, devuelva los carrizos, porque esa parte por donde corre el huayco le pertenecía; y como ahora uno no puede decirle nada a una mujer porque es falta de respeto, porque estamos yendo contra sus derechos y muchas cosas más, decidí devolver los carrizosos; los mismos que, esa misma noche, por arte de magia, desaparecieron de donde los puse.  

Vuelvo a mirar el cauce por donde estoy seguro que ahora el huayco correrá directo al río, y lo veo limpio. Me emociono, y haciendo un esfuerzo para que mi voz se oiga, le respondo: «Sí, está bonito. ¿Sabe?, después de diez años o quizá más, recién lo han limpiado, y aplaudo la iniciativa y la buena voluntad de las autoridades».

«Es increíble que, a pesar de los problemas sociales, de salubridad y culturales, al menos este trabajo se esté realizando, me responde. Fíjese, ya no hay carrizos, árboles de eucalipto, de jipuchi, de molle que puedan impedir el recorrido de un huayco si es que lo hubiera; y los árboles de guayabo y chirimoyo que han quedado sirven como refuerzo, porque están a los bordes, y además servirán para que los pajaritos se paren».

En ese momento se escucha una voz varonil que dice: «¡Don Juan, venga, que el ingeniero va a entregar la obra!». «Señor alcalde, le dice el de cara mala, le están llamando», y el hombre delgado, con chaleco, comienza a caminar cuesta arriba.

Junto a las pocas personas que se encontraban en el lugar, se dio inicio a una pequeña ceremonia, en la que los encargados de la descolmatación entregaron la obra al alcalde y a las autoridades de Las Pampas. Unos aplausos y las firmas correspondientes en el libro de actas.

Comenzamos a bajar y me acerco al alcalde para felicitarlo, a lo que me dice: «Profe, siquiera alguito por ustedes, porque no vaya a ser que las lluvias se incrementen y pueda bajar un huayco. Haría mucho daño a los pobladores». Le respondo: «Lo felicito por el alguito; peor es nada».

Ahora, fumando un cigarro para matar el virus, escribo lo que pasó hace unas semanas atrás; y puedo decir que ese hombre solitario, delgado, de hablar casi sincero, al menos alguito ha hecho por parte de este bendito pueblo donde vivo. Y no le doy las gracias porque sé que ese es su deber como alcalde. Sin embargo, sí lo felicito, porque a pesar de todo se acordó de Shereg y de los que ahí habitamos.

 

Las Pampas, 18 de marzo de 2021