Semianalfabetos

Jorge Gabino González

Escritor, articulista, profesor de Lengua y Literatura

Las declaraciones de Mario Vargas Llosa brindadas a raíz de la disolución del Legislativo realizada por el presidente Vizcarra, respecto de que, si por algo se había caracterizado el defenestrado Congreso, fue porque en su gran mayoría estuvo constituido, además de por pillos, por semianalfabetos, no parece haberle caído nada bien a cierto sector de la población; que, indignada a más no poder, ha pegado el grito al cielo debido a que dizque habría sido injustamente discriminada, por, otra vez dizque, no tener la culpa de no haber podido pasar por la escuela, por no haber tenido la fortuna de acceder a un tipo de educación al que solo accederían las clases sociales pudientes, por no contar, en definitiva, con las incuestionables credenciales académicas que sí posee, ¡y en qué medida!, el nobel.

Y aunque no deja de ser sintomático el que nadie, el que prácticamente nadie, se haya ruborizado porque Vargas Llosa llamase “pillos” a los cuasi delincuentes que tuvimos el infortunio de tener por congresistas, lo imperioso, en este momento, no es tanto el sopesar hasta qué punto la sociedad peruana había llegado a asumir como normal la referida condición de nuestros exlegisladores, cuanto el reparar, habida cuenta de las dimensiones mayúsculas que estaría cobrando el asunto, en las “razones” que llevarían a las referidas gentes a sostener el disparate de que al tildar de “semianalfabetos” a los susodichos, lo que el más ilustre de los intelectuales peruanos vivos habría hecho, algunos dirán que sin querer queriendo, es vejar de paso a los miles de peruanos que, por las razones que fueran (y que tratándose de nuestro país por lo general suelen ser ajenas a la voluntad de estos) no pudieron acceder a una educación formal que les hubiese permitido aprender a leer y escribir (por lo que serían, en rigor, analfabetos); o aun siendo el caso de que hubieran podido acceder a esta, lo habrían hecho de manera más bien elemental (por lo que se justificaría el que se los calificase de “semianalfabetos”).

Pues no. Lamentamos arruinarles la fiesta a los “indignados” de turno, pero la cuestión no va por allí. Que lo que realmente hizo Vargas Llosa al llamar “semianalfabetos” a los semianalfabetos que durante poco más de tres años fueron, como con meridiana claridad a sostenido también nuestro laureado escritor, “una vergüenza para el Perú”, no fue otra cosa que ajustarse con rigor a lo que en un gran número de casos fueron en realidad estos personajes: gentes casi ignorantes, con escasas dosis de cultura, profanos en las más elementales disciplinas (como se deduce a partir de la segunda definición académica de la voz “analfabeto”). Y no, desde luego, personas que no saben leer ni escribir (primera acepción académica de la voz “analfabeto”), ya que por muy elementales que fuesen los aludidos, no era el caso de nuestros excongresistas. Por lo que carece de sentido el que se quiera forzar la cosa, a efectos de presentar a Vargas Llosa como alguien que no es; esto es, como un individuo que, para descalificar al otro, apela al argumento deleznable de que, si alguien no sabe, literalmente, leer ni escribir, no sirve para nada.   

¿Cuál sería, a todo esto, la verdadera intención detrás de esta suerte de campaña de desprestigio que se habría querido, aunque sin éxito, llevar adelante en contra de Vargas Llosa? Desde luego que no sería la de sacar cara por aquellas pobres gentes a las que, sea por las circunstancias que fueran, no les fue dado el acceder a la educación cuando estaban en edad de hacerlo. De lo que se trataría, más bien, es de la ya conocida animadversión que cierto sector de la clase política tendría en contra del nobel, a quien no le perdonan el tener la autoridad intelectual para decirles sus verdades. Fujiapristas de medio pelo, la mayoría de ellos, a los que las diatribas basadas en la vida privada del escritor no les bastan, y buscan, de cuando en cuando, algún motivo para intentar socavar la autorizada voz de quien, implacable como ninguno, les recuerda de vez en cuando que son poco más que una tira de semianalfabetos.

En un país tan lamentablemente dividido como el nuestro, en el que las diferencias resultantes de las posibilidades de acceso a una educación formal son, todavía, muy grandes, no se puede, en modo alguno, estigmatizar a quienes, por las circunstancias que fuesen, terminaron quedándose analfabetos o semianalfabetos (en la primera acepción académica de la palabra). Ya que son estos ciudadanos con los mismos derechos que aquellos que tuvieron la suerte contraria. No se puede decir lo mismo, sin embargo, de personajes como los que recibieron la calificación de marras de parte Vargas Llosa, que han demostrado, y con creces, ser semianalfabetos, sí; pero en el sentido de que jamás se cansaron de hacer gala de su ignorancia supina, de su insufrible incultura, de su ya legendaria profanidad.