Por Israel Tolentino
La pregunta recurrente es: ¿para qué sirve el arte? Las respuestas son múltiples, una por cada receptor. Samuel Cárdich, por unos días, ha traído su cuerpo y alma a las calles de Pozuzo, distrito de Oxapampa, corazón de la migración austro – alemana en esta parte de la selva Latinoamericana.
El poeta, con una maleta de viaje, viene de recorrer varios lugares: bajado a Lima a la charla en torno al cuento y narración infantil “la magia de crear libros para niños y no tan niños” realizado en la Feria Internacional del Libro (FIL), un evento al que ya baja en tres versiones distintas y para presentaciones diversas, en esta última ocasión, ha compartido mesa con las escritoras: Ana Vera y Doris Carranza y el ilustrador Víctor Inami con quienes son parte de la casa editora Ambar.
De la capital retornó a Huánuco y en pocos días, volvía a atravesar los andes para pasar por La Merced, Oxapampa y arribar en Pozuzo, al calor de la selva alta, cerca de doce horas de viaje, interrumpidas por los cambios de movilidad. Lo trae la amistad y sus más recónditas y enigmáticas elucubraciones literarias, su proceso creativo. Las calles y el ambiente geográfico otrora, pueblo aislado del centralismo, le resultan oxígeno nuevo para sus linfocitos.
Lo mejor que se puede atesorar en la amistad con una persona es la lealtad, ideales semejantes que el tiempo va fortaleciendo. Samuel es de esos personajes únicos, un regalo para el pueblo, la sociedad que lo acoge; un artista con quien andar y reflexionar sobre la creación, hacia donde apunta el mundo actual, el lugar donde nos movemos; cavilar sobre arte, recordar a personajes como Manuel Baquerizo, una voz defensora de cuantos creadores de provincia; coincidir con emoción ante un libro de Haruki Murakami; hablar de museos y aeropuertos… Del libro que estamos preparando.
El circuito del arte no tiene puertas abiertas para todos los poetas, para todos los artistas. Samuel sabe de ello y, con la disciplina y paciencia forjadas en el campo de batalla, continúa férreo; dichosamente no necesita saber del valor de su obra, ni de él como persona y personaje, los que le hemos escuchado y leído, sabemos que sobran los porqués.
De su última estada en la capital trajo “Beto el espantapájaros”, libro para reactivar la conciencia hacia el vínculo con la naturaleza, con la interculturalidad, con las indiscutibles diferencias; libro construido con la ternura de un cuerpo de hombre que no sabe volar y, sin embargo, todas las noches una bandada de aves le hacen regresar de un sublime sueño celestial.
Samuel Cárdich, desde hace mucho, su voz ha borrado los límites regionales, los físicos y mentales y puede caminar por cualquier rincón del mundo sin esconder o poner de lado su huanuqueñidad. Los límites no deben ser paredes que nos asfixien, todo lo contrario, señales que nos avisan que dejamos la casa para movernos en otra, que toca mostrar cuan identificados estamos con el espacio geográfico y sanguíneo de donde procedemos. El sello de nacimiento, marca en un primer momento, luego, somos todo el andar transcurrido.
El poeta va, sabe que el arte es la más precisa de las marcas identitarias, mientras transita, tiene su ritmo y velocidad, sin darse cuenta, su valle va tornándose en un punto oscuro, como el color del café que compartimos (Pozuzo, agosto 2023).