RETORNO A LA PRESENCIALIDAD

Por Arlindo Luciano Guillermo 

Siento una intensa emoción de regresar hoy, 7 de marzo, al colegio para interactuar con los estudiantes, luego de 730 días de ausencia. Tengo las tres dosis de Pfizer. Mi canción favorita era Resistiré del Dúo Dinámico y la palabra motivadora ¡Pasará! que me lo dijo Mito Ramos en momentos cruciales. Veo la guerra en Ucrania y canto Sobreviviendo de Víctor Heredia. En los días de matrícula, una adolescente de cuarto de secundaria me dijo sinceramente: “En la cámara se le ve diferente. Creí que medía un metro ochenta”. Reímos. Agregó: “Al tenerlo frente a mí lo veo joven”. La infraestructura educativa, durante dos años, ha sido elegante blanco, sin uso, sin ocupantes, sin griterío ni clases. Hoy regresamos con harto entusiasmo a las aulas y al recreo. Otros lo harán con la modalidad híbrida. Los profesores retomaremos el trato in situ y conversaremos en el receso, reiremos en el cafetín, en los pasillos. Las aulas han sido invadidas por arañas que tejieron gigantes telas, el polvo ha cubierto las carpetas y el pupitre. Otra vez los colegios recobran vida, la voz y el bullicio de niños y adolescentes para deleite de padres de familia, directivos y docentes. Hoy he retornado a trabajar en el colegio presencialmente.

La institución y comunidad educativas han esperado la presencialidad con la paciencia de Job y la tranquilidad de un monje budista. Somos felices sobrevivientes; el Covid-19 se llevó a miles para siempre. No ha sido fácil ni simple adaptarse a la virtualidad ni enseñar detrás de una pantalla, al otro lado donde no sabíamos qué ocurría porque se iba el Internet o había ocurrido de súbito una desgracia familiar. El Covid-19 ya no hace estragos mortales; la vacuna funciona para protegernos, aunque no inmuniza totalmente; peor es morir por falta de oxígeno o dar dura batalla en UCI. Sin estudiantes el colegio es un cementerio, un desierto, una casa abandonada, una parroquia sin feligreses. Con estudiantes y docentes, el colegio recobra la vida y movimiento desde el ingreso, las clases, el aprendizaje esperado, el disfrute del refrigerio hasta la salida. Sin embargo, la virtualidad ha venido para quedarse con usos específicos y ahorro de papel. Jamás la pantalla de la laptop o el celular reemplazará al docente. El aprendizaje no solo es intelectual y cognitivo, sino también socioemocional e interpersonal. La pantalla no tiene sentimientos, es un témpano de hielo donde vemos reflejados rostros. El retorno significa entender cabalmente que el malhadado virus está aún presente entre nosotros. Está debilitado por la vacuna, pero no derrotado. Es necesario cumplir estrictamente las medidas de bioseguridad: uso de mascarilla, distanciamiento, lavado obligado de manos. Es lo mínimo que podemos cumplir. Un compañero de trabajo me dijo que en breve te voy a abrazar todas las veces que no pude hacerlo por tu cumpleaños, Día del Maestro, Fiestas Patrias y Navidad.  

La escuela y las clases presenciales siempre han marcado, como un tatuaje indeleble, la vida de los estudiantes. Los amigos son los perfectos cómplices y confidentes. La mejor etapa de la vida es el colegio. La universidad tiene otras exigencias; las metas están más fijas. El docente es un gran mentor, motivador, impulsor de principios, a veces menos transmisor de conocimientos. Escuchar a los estudiantes es un privilegio. El retorno a clases presenciales implica conectar otra vez la relación afectiva y pedagógica de profesor, tutor y estudiante. Ahora veremos a los estudiantes en directo, “feis tu feis” preguntando o esperando una respuesta a sus inquietudes, pidiendo sugerencias o un apoyo para resolver un ejercicio matemático, pedir una orientación para las tareas o la sugerencia para leer un libro, ver una película, una serie en Netflix o preguntar por una carrera profesional. La casa dejará de ser un aula de clases, los padres, al fin, descansarán del arduo trabajo de apoyo a sus hijos durante la pandemia; habrá menos bulla en la sala, en el comedor o en la habitación. Sin vacuna jamás regresaríamos a las clases presenciales. Si hubiera una cuarta dosis pongo mi hombro patriótico.  

Celebro este happy return a las clases presenciales. Creo que la enseñanza se basa en la interacción directa de estudiante-docente. Las clases virtuales seguirán siendo una herramienta importante y complementaria. Si se ve con enfoque ambiental, la programación curricular y demás documentos pedagógicos se cargarán a una plataforma; así se evitará utilizar papel. Otra vez se activarán los lazos de amistad, de trabajo en equipo y debates en clases, tareas y resolución de problemas, lectura, exámenes escritos. La presencialidad se hizo realidad, pero la virtualidad llegó para hacer su reino exigente en la institución educativa, la enseñanza y el aprendizaje.   

El retorno a clases es un reto de readaptación y adecuación luego de 24 meses de estar distanciados. Estaremos juntos, pero no revueltos, cada quien cumpliendo las exigencias de bioseguridad. Ver a los estudiantes y a los docentes cara a cara, escuchar sus voces auténticas, sin distorsión, emociona. Hay estudiantes a quienes no conozco porque nunca prendieron su cámara. No sé cómo son. Ya no se ocultarán detrás de dos letras con fondo negro o de un avatar gracioso. Ya no estaremos diciendo “¿están ahí?”, “¿me escuchan?” Luego de un par de años, la distancia que nos separaba se acorta. No será como antes, pero estaremos con los estudiantes mirándolos a los ojos, viendo cómo trabajan y aprenden. Dos promociones (2020, 2021) de estudiantes tienen marcadas en su vida personal y educativa la pandemia, el Covid-19, la cuarentena asfixiante, encierro por “un delito” jamás cometido, muerte de familiares, pero también de responsabilidad y disciplina sociales ante la adversidad. El trabajo educativo total o parcial migra de Zoom, Google Meet o Cisco Webex a las aulas físicas con mobiliario y convivencia directa de estudiantes y profesores. La escuela pública pronto retornará a clases.