REFLEXIÓN A LOS CUARENTA

Por: Jacobo Ramírez Mays
Subo a uno de los tantos omnibuses que pasa por Las Pampas, me agarro de los pasamanos y me paro junto a un joven que está sentado. Este levanta la mirada, me observa como a un bicho raro, se para y me dice: «Siéntese, usted». Lo miro, quiero decirle que todavía tengo para rato, que no soy viejo y que soy de los pocos que piensan que quienes deben ir sentados son los niños y los jóvenes, porque en ellos está el futuro del país, y que eso de dar el asiento a los mayores se vaya al carajo. Pero me abstengo de dar dicha opinión cuando siento que mi corazón está latiendo rápido, que respiro agitado, cuando siento un hincón en mi riñón y que lagrimean mis ojos. Entonces le agradezco por la deferencia y mirando de un lado a otro me acomodo en el asiento desgastado.
Sentado, saco mi billetera para tener el dinero a la mano y poder pagar el pasaje, entonces veo mi DNI. Soy de aquellos que han donado sus órganos; pero eso cuando tenía 18 años, ahora ya no sirven ni para mí mismo. Calculo mi edad y me doy cuenta de que estoy viviendo la base cuatro.
Entonces entiendo por qué ahora ya no me corto las uñas de mis pies con cortaúñas sino con tijeras, y que ya no soy aquel niño que jugaba con sus cachaquitos subidos en su carro, hecho con lata de atún portola, sino un hombre que piensa en su familia.
Me miro en un espejo imaginario y me doy cuenta de que me han salido pelitos por la nariz, los cuales me los arranco para verme mejor, aunque me hagan lagrimear. Entiendo por qué se me ha caído el cabello, aun a pesar de que me he echado meados maduro, palta y todo lo que me recomendaron. Pienso: «¿Por qué mis amigos no son seplas?» Me respondo: «No son pelados pero algunos son canosos, y a unos no se les nota porque para disimularlo se pintan sus canas». Claro que ellos tienen otro problema, están siempre atentos, ya que cuando comienza a crecerles el cabello tienen que ir corriendo al peluquero para repetir el tratamiento y si se descuidaran, en menos de un mes se parecerían a zorrillos.
Pero lo bueno de tener más de cuarenta es que a esa edad se le toma sabor a la vida. Si llegas sin casarte te aseguro que ya es difícil que lo hagas, porque lo vas a pensar mucho y en algunos casos no lo harás ni por mandato judicial, ni siquiera si te lo pide tu madre.
A esa edad amas tu libertad más que a tu mamita. Es una edad en donde tienes más jale, eso porque ya hay una profesión o algo con qué vivir; aunque sabes que a los setenta te jubilarás y a los setenta y uno te morirás y que a esa edad ya te dolerá hasta el aire que respiras y seguramente recordarás que cuando eras joven dabas la vida por la plata y en eso momentos vas a querer dar la plata por la vida.
Eso es en el varón, porque las mujeres, a los cuarenta, según mi tía que en paz descanse y que de algo esté gozando, están para el gato; mientras que a los veinte están que dan la hora y lo que no tienen en experiencia lo tiene en intuición.
Creo que los varones se juegan el descuento a partir de los cuarenta, por eso mientras sigo viajando pienso que mejor no atrapo el pájaro mañana porque pueda ser que ya ni mi pájaro pueda agarrar, sino que debo vivir intensamente estos momentos, debo coger, como dice el poeta, las flores mientras pueda, debo aprovechar el momento. Mientras monologo una sonrisa maligna brota de mis labios.
Nunca pensé que iba a llegar tan rápido a esta base. Recordando lo comido, lo bailado y lo bebido llego a mi destino; entonces me levanto del asiento, le devuelvo el lugar al joven que hasta ese momento estaba de pie junto a mí, me acerco al ayudante y le pago mi pasaje y el del joven. Él me sonríe y me agradece el gesto levantándome la mano y haciéndome un adiós.
Las Pampas, 09 de febrero de 2017