Jacobo Ramírez Mayz
Me siento en el poyo que tiene la entrada al cementerio. Sé que dentro de poco Las Pampas va a cumplir 88 años de fundación, y vienen a mi mente las imágenes de algunos a quienes conocí, y que ya pasaron por la puerta que ahora contemplo, y nunca más salieron.
Benito era el que fastidiaba todos los domingos a las cinco de la mañana para ir al campo deportivo. Todo te podía soportar, menos que hables mal de Alianza Lima. Un día la parca lo visitó y se lo llevó con balón en mano para que lo domine allá en la otra vida.
Sopla el viento y los árboles viejos mueven sus ramas. La imagen de Doña Carmela viene a mi memoria. En su casa, en carnavales, plantaba hasta dos árboles. Allí se comía chochos y se tomaba guarapo en abundancia. Cuando llegaba, me servía huevos fritos con mote y café, mientras me contaba historias.
Me levanto, camino un poco. La ermita de antaño viene a mi mente. Junto a su recuerdo, me llega también el de Shatuco. Cuando estaba en el seminario, él nos contaba que en su huerto tenía cebolla de otro país, y que era muy agradable. Cuando nos enseñó el producto, era la cebolla china. Me lo imagino ahora sentado junto al árbol del bien y del mal, cultivándola con su pico, que casi nunca dejaba.
Doy la vuelta y pienso en José, fumando como chino en quiebra, trabajando en su taller, arreglando cosas que ni en Huánuco podían. Y pienso que ahora debe ser la solución a muchas tareas que Dios no puede arreglar.
El camino del santuario está mejor que muchas calles de Huánuco. Recuerdo a Julita, era pequeñita y, cuando hablaba, gritaba más fuerte que el taurigaray. Siempre con su canasta de chochos, ofreciéndoselos a los transeúntes. Pienso que ahora estará sirviendo lo mismo a los que caminan hacia el cielo o el infierno. Gerardo burilaba mates, andaba shucapeando y esperaba las noches para bajar a pescar al río. Ahora debe estar burilando las nubes allá en el cielo.
Camino lento para mi casa, y recuerdo a doña María y a la señora Uquicha. La primera siempre nos recibía con una buena taza de café con mote y huevos fritos. Ni bien oía nuestras voces, entraba a su cocina y salía con una sonrisa en la boca para servirnos. La segunda era bajita, le llamaban mama Uquicha. Conversar con ella era para que se quemara el arroz, porque no dejaba de hablar nunca. Te contaba sobre todo lo que ocurría en Las Pampas. La vejez acabó con ella.
Sigo caminando y Fernando Quisner aparece en mi recuerdo, con sus cigarros en mano y su más de un metro ochenta, siempre presto a la conversación. Luego Lucho Chepe, con sus bigotes de charro mejicano y sentado en una silla, aparece en mi memoria, dando siempre ideas para solucionar los problemas, y, si se podía con un par de chelas, era mejor. Junto a esa imagen, están las de Miguel y Genaro, amigos de siempre que decidieron acabar sus vidas en las caudalosas aguas del río Huallaga, y que siempre están presentes en las mentes de los que alguna vez gustamos de sus conversaciones y de sus alegrías.
No sé por qué le dirían El Cura. Siempre solo, no tuvo esposa. Creo que fue el hombre más solitario de aquí. Partió un día y hoy debe estar sentado a un costado del paraíso, con su soledad. Junto a él, y en otro espacio, la señora Abilia lo debe acompañar, observado el rostro de Dios, a quién amó en esta tierra.
Camino a mi casa, la lluvia comienza a caer, y oigo el violín de Pedro Narvaja sonar entre los árboles. Debe estar feliz, chacchando como siempre junto a los ángeles divinos.
Entro a la quebrada y la casa de Maxi la veo triste y abandonada. Su horno de pan está caído. Me imagino que debe estar en estos momentos conversando con Dios sobre su soledad y su enfermedad. Miro hacia atrás y Florentino con Vicenta pasan furtivamente por mi mente, con sus paltas, su café y su mote, que siempre me invitaban cuando los visitaba.
Ya en mi casa, recuerdo a la señora Justa, sentada en la puerta de su cocina tomando café cargado y hablándome de su esposo Honorato. Todos ellos y muchos más partieron dejando sus huellas en este pueblo bendito. Se fueron al cielo, lugar no desconocido para ellos porque vivir en las Pampas es ya estar en el paraíso.
Las Pampas, 21 de marzo de 2024