Que se revuelquen en su propia inmundicia

Jorge Farid Gabino González

Escritor, articulista, profesor de Lengua y Literatura

He pasado la noche en vela pensando en lo que sucederá mañana, cuando se me acaben los últimos centavos que todavía me quedan después de haber comprado los cinco panes y la gaseosa (está de fecha de caducidad pasada, naturalmente; no se puede pedir mucho por estos lares) que distribuí, proporcionales, entre mi almuerzo y mi cena. “Lo peor que me podría suceder, pienso con resignación, es que pase un poco de hambre”. Me llevo la mano derecha a la mejilla, menos por instinto que por mala conciencia, y caigo en la cuenta en el acto de que no me vendría nada mal sacarle algún provecho a mi desgracia. “¿Perdería por fin algunos de los kilos de más que me dejó la pandemia, y que tanto se me han estado resistiendo desde hace meses?”, me pregunto intentando tomar con humor lo que bien vistas las cosas no tenía nada de gracia. Lo cierto es que tengo mis dudas. Fundadas, por supuesto. Quizá adquiera una gastritis, que es lo más probable. O uno de esos putos malestares estomacales resultantes de no comer a las horas en que se tiene acostumbrado hacerlo. En cualquier caso, nada que no se pueda manejar con paciencia y buen humor. Dos cosas de las que para desgracia mía he carecido desde siempre.

Lo que sí que me preocupa, y mucho, es lo que pasará cuando llegue la noche. La dueña del hotel donde he estado hospedado desde que llegué al culo del mundo en que ahora me encuentro para cumplir un trabajo no parece tener cara de beneficencia pública. La otra noche le oí decirle a una joven pareja que, si no tenían dinero para pagar el costo de una cama decente, se guardaran los veinte soles que le habían ofrecido, se retiraran en el acto de su presencia, y se fueran a tirar al parque. Mejor no provocar, por tanto, las iras de aquella simpática señora. Además, tampoco es que le haga ascos a dormir en la calle. Si lo haría tranquilamente. Alguna vez he de haberlo hecho en mi ya lejana juventud. Prefiero no pensar en ello, en todo caso. Los años hacen que uno olvide ciertas cosas. Y las que no se pueden olvidar, las que se resisten a la fuerza abrumadora del tiempo, es mejor no recordarlas adrede. Es solo que hacerlo, dormir a la intemperie, quiero decir, en las circunstancias actuales, con temperaturas bajo cero y lluvias torrenciales dispuestas a desatarse en cualquier momento, no es algo que me haga mucha gracia.

Menos gracia aún me hace, por supuesto, pensar en las razones por las que me encuentro en semejante situación. A punto de tener que pasar la noche en la mugrosa banca de un todavía más mugroso parque. Si ya me lo estoy imaginando: El estómago vacío, el cuerpo todo poco menos que congelado, y, encima, oyendo a buen seguro las pulsiones amorosas de alguna pobre pareja a la que la viejecita hija de puta del hotel ese hubiese enviado a follar por allí cerca. Y hablo no ya de esas razones a las que se podría calificar de fondo. Vale decir, el golpe de Estado realizado por Pedro Castillo, su vacancia por incapacidad moral llevada a cabo por el Congreso, o la asunción de la presidencia por parte de Dina Boluarte (todo ello sucedido en el increíble lapso de unas pocas horas, como es sabido). Hablo, sobre todo, de esas otras razones a las que se podría tildar más bien de efecto de aquellas. Esto es, las marchas, los disturbios y los bloqueos de carreteras que se vienen realizando en varios puntos del país, desde la captura y reclusión del remedo de dictador.

Ello porque gracias a esas mismas marchas, a esos mismos disturbios, a esas mismas protestas, quien esto escribe, y seguramente miles de personas más en diferentes regiones del país, se ha visto de un momento a otro imposibilitado de desplazarse hacia su destino, con las consecuencias que esto puede acarrear si, como sucede en mi caso, uno se encuentra solo con lo necesario para cumplir con una determinada tarea, y, encima, en un lugar en el que tanto las vías como los medios de comunicación son bastante elementales, por decir lo menos. Lo peor de todo, lo que hace que la molestia por lo que está pasando en el Perú sea todavía mayor, es que quienes nos tienen metidos en este nuevo problema son personas que dicen estar luchando por la liberación de Castillo y por su restitución en la presidencia de la República, ya que su vacancia por incapacidad moral y su posterior detención preliminar por haber dado un golpe de Estado, y, por tanto, por haber violado la Constitución, se debería en realidad, según esta tira de desavisados, a una diabólica estratagema urdida por la derecha, y no a la clara intención del impresentable de perpetuarse en el poder, como se tenía pensado que era su intención desde un principio. Ahora que por fin parecía que los peruanos nos habíamos sacudido de encima a la alimaña esa, vienen a salirnos con esto. ¡No ser uno millonario para largarse de aquí, y dejarlos que se revuelquen en su propia inmundicia!