Que se case conmigo otra vez

Por Irving Ramírez Flores

Me enamoré para siempre a los 17 años con un amor de insomnio que me llevó a la depresión, a la manía, a la poesía nocturna y al trago corto… y largo. Eran los primeros años del 2000. Yo subía las escaleras de la Facultad de Educación y ella descendía. Al verla perdí un poco el equilibrio. Era una imagen de ensueño, una visión postrera que en ese momento, para mi desconcierto y felicidad, se materializaba. Bella por donde se la mirase; “Dios mío”, recé, era ella: la virgen de mis sueños, la mariposa mora de mis tardes oscuras allá en la selva, donde vivía, y que veía volar hacia la oscuridad de los grillos.

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Solo pude, desde la materia incólume de mi voz, decirle: “Hola”, con timidez, sin cálculo ni premeditación pero con torpeza. Creo que la sorprendí, porque me respondió, sin remedio, con otro hola, y pasó por mi lado dejando la luz de una ausencia que me salvó durante años. Entonces me enamoré como un adolescente descarriado y suicida. Cuántas veces perdí la razón por no besar esa boca de dibujante italiano, esos ojos almendrados, esa frente de losa. Pero no desmayé… Fue la época que leí “El amor en los tiempos del cólera”, y como Florentino, el héroe de la novela, decidí porfiar, pensarla hasta el hartazgo, soñarla, adivinar sus sueños y escribirle poemas de amor.

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Con los años, Dios me escuchó, soy creyente a pesar que no vaya seguido a misa, y desde el 2007 comparto con ella un amor sosegado y feliz. Nuestra boda se postergó muchas veces. Mi madre, que la quiso mucho, había enfermado y murió dejando a mi familia un dolor gravitante… Durante ese trance doloroso, ella siempre me acompañó y fue mi salvación. En enero de 2014 al fin nos casamos.

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Nuestra boda de civil fue en Tomayquichwa, lugar donde la besé por primera vez, y religiosa, en Huánuco. Asistieron todos los que queríamos, aunque nos olvidamos de algunos buenos amigos. Mi hermano César y Sonia, su esposa, le regalaron un maravilloso vestido de novia que enviaron desde EE. UU. y que Aduanas quiso quedarse. En la iglesia al verla, más hermosa que nunca, y al escuchar su sí, supe que la vida recién empezaba otra vez para nosotros. En la fiesta casi pierdo a mi novia o ella casi me pierde a mí. A duras penas pudo rescatarme de las garras de los amigos que me hacían beber a mansalva. Fue mi heroína esa noche. Me sentí el hombre más afortunado por tenerla… Al año siguiente nació Loana. ¡Qué más podía pedirle a la vida?

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Confieso que estoy pensando seriamente pedirle que se case conmigo otra vez, que me deje entrar una vez más a su corazón, que renovemos nuestros votos, porque me muero de amor por ella. Espero que me acepte así como sigo siendo: un profesor de colegio, un librero de esquina que maneja moto y que está perdidamente enamorado de dos mujeres, que en sueños me miran alargándome sus manos.