¡QUÉ AÑO, DE…!

Andrés Jara Maylle

Doce meses, 52 semanas, 365 días, 8 760 horas, 525 600 minutos, 31 536 000 segundos que pasarán en apenas 15 días más. Y se habrá ido el 2018 para siempre.

Quince días más y este año (uno de los más tormentosos, raros y extravagantes) se habrá ido dejándonos en la memoria esas imágenes imborrables que recordaremos siempre.

¡Qué difíciles días, qué sorpresas nos deparaban el nuevo amanecer, qué escándalos que nos apabullaban!

¡Qué manera de descubrir este país podrido por dentro! ¡Qué manera de comprobar que quienes nos gobernaban eran auténticos farsantes, cacos descarados, crápulas protegidos por ese manto impermeable llamado “política”!

Este año que se está yendo debe haber sido uno de los más divertidos para todos. Porque quién se iba a aburrir con tanto espectáculo diario. De los buenos y de los malos. Quién se sentiría hastiado de la vida con tanta fiesta, con tanta distracción, con tanto entretenimiento.

Pero sospecho (porque hay gente que piensa, felizmente) que muchos aprenderán las lecciones, por muy dolorosas que sean y sacarán conclusiones positivas de toda esta cuchipanda.

Incluso, el simple ciudadano, estoy seguro, sabrá aquilatar el verdadero peso y sus consecuencias de los hechos trascendentales ocurridos en estos meses sorprendentes.

Muchos, es cierto, nos sentimos hechizados con el mundial de fútbol, con la posibilidad de volver a esa competencia después de treinta y seis años, nada menos. Los fanáticos y los patrioteros hablaban, incluso, de la unidad nacional alrededor de un equipo, se ponían la camiseta blanquirroja y andaban luciéndolo por calles y plazas como símbolo de amor por este territorio (territorio que por dentro se gangrenaba. Y no queríamos verlo).

Todos estábamos adormecidos con las “hazañas” peloteras de esos muchachos que habiendo salido casi de la nada, ahora ocupaban las primeras planas, hacían goles en arcos argentinos, uruguayos y ecuatorianos y hasta eliminábamos a chilenos, nuestros más encarnizados enemigos, en todo orden de cosas.

La droga del fútbol hacía efecto en nuestros corazones y, por supuesto, en nuestros cerebros. Pero algo importante debió ocurrir, que de un momento a otro despertamos, nos quitamos algunas vendas de los ojos (faltan muchas otras, todavía) y pudimos ver el panorama que teníamos en frente.

Y lo que veíamos en frente era para llorar, para morirse… de vergüenza. Era la ignominia, la ruindad, el espectáculo obsceno. Y entonces, creo, reaccionamos, porque frente a nuestras narices, individuos con ambiciones retorcidas se adueñaban de los escombros de este país milenario.

Y entonces vimos, por ejemplo, la verdadera catadura de muchos congresistas reclutados en centros mafiosos, eufemísticamente llamados partidos políticos. Y entonces comprobamos que jueces forajidos subastaban la justicia, canjeaban libertades. Vimos a jueces facinerosos que se enriquecían cobrando cupos a sus pares: es decir a otros delincuentes.

Y entonces, no para nuestra alegría, sino para entender que nada es eterno, que ante tanta basura y despojo moral, tenía que haber alguien con algo de decencia, pudimos ver lo que todos vimos; lo que puede hacer cambiar la cara de este país canceroso; claro… si no nos acobardamos.

Vimos a la señora K, con chaleco antibalas siendo conducida a la cárcel. Vimos a un juez ladrón y cobarde huyendo por la frontera norte.

Vimos a Alan García, escondiéndose en una embajada, para salir luego y solo hacer el ridículo.

Vimos a un tal Oviedo, dueño del fútbol peruano, enmarrocado, calladito y asustadizo, siendo llevado a la carceleta judicial.

Vimos a muchos congresistas, asustados, sobrecogidos y silenciosos porque se saben cómplices, por angas o por mangas, de esas gavillas delincuenciales que se estaban apoderando del país.

Faltan aún quince días para que este año termine. Quién sabe si todavía nos espera a la vuelta de la esquina alguna sorpresa más. Quién sabe. Nada está dicho. Amen…