Arlindo Luciano Guillermo
El sacerdote Oswaldo Rodríguez Martínez cumplió exitosamente, el 16 enero, con
frutos cuantificables y visibles, treinta y siete años de ordenamiento sacerdotal, más de
tres décadas al servicio del prójimo. El padre Oswaldo ejerce el más noble y servicial
de los oficios: servir a Dios y al prójimo a tiempo completo, de todo corazón, con todas
las fuerzas físicas disponibles, sin desmayo, sin fatiga, sin quejarse ni buscar
culpables de las desgracias o la felicidad de los ciudadanos, sin esperar recompensa
ni aspirar a medallas, sin enriquecerse, acumular fortuna, abrir cuentas bancarias ni
vestir trajes elegantes para caminar por la ciudad como ciudadano de cuello y corbata.
Como el buen pastor está junto a las ovejas, vigilando el redil de los lobos y las
tentaciones del mundo egoísta y consumista, las recupera, las atiende, les da
bienestar y oportunidades de vida y dignidad; como el buen samaritano,
incondicionalmente, está al lado del desvalido, del menesteroso, del mendigo, del
marginado, del paria, del que no tiene un perro que le ladre.
Cristo dijo: “Por sus frutos os conoceréis”. El padre Oswaldo es la más excelsa y más
idónea comprobación que el mensaje de Cristo no es hablar como un “incontinente
verbal”, criticar con rabia, juzgar como un inquisidor, mirar con ojos de águila la paja
en el ojo ajeno, cuestionar como los fariseos las actitudes de los demás, sino amar a
Dios por sobre todas las cosas y trabajar a puño limpio, a lomo partido, por el
bienestar del prójimo. Quien quiere realmente proclamarse “auténtico cristiano” haga
(hoy mismo) lo que hace el padre Oswaldo. El presbítero Oswaldo no exhibe títulos
académicos de Harvard, maestría en gestión pública ni doctorado en liderazgo o
coaching ni hablar como un erudito de la Real Academia Española de la Lengua. No
necesita cargos públicos para cerrar brechas de pobreza, inclusión social y el derecho
de vivir con dignidad. Nosotros, (ciudadanos no sacerdotes) hacemos por el prójimo lo
que podemos, cuando lo permite el tiempo libre, pero damos nuestro granito de arena.
El padre Oswaldo es el más predilecto hijo de Cochachinche (pueblo acogedor, de
limas, paltas y panecillos en horno artesanal) donde nació, creció y sintió el llamado del
sacerdocio. La única calle larga, que no es más que la carretera polvorienta que va
hacia Yanahuanca, bordeada de casas, el verde campo deportivo, a orillas del río
Huertas, transitada por gente campesina y hospitalaria, lo vio caminar, hacer la
procesión con una imagen del Señor de los Milagros. Regresa a Huánuco convertido
en sacerdote de convicciones claras, formación religiosa basada principalmente (más
allá de la educación filosófica y teológica que recibió en el seminario) en el amor al
prójimo, en el magisterio de Cristo y la vocación inclaudicable en la Santísima Virgen
María. Llegado no más le dieron el primer reto: reaperturar el Seminario San Teodoro
que había estado cerrado por varias décadas. Lo hizo, sin duda. Luego se le dio la
dirección del Colegio Seminario San Luis Gonzaga, donde estudiaba, entre otros,
Toño Robles Jara, cuyas anécdotas conoce de memoria el padre Oswaldo. Dirigió la
parroquia el Sagrario La Merced, donde ya empezó, con la feligresía comprometida, a
atender a los niños trabajadores dándoles almuerzo, abrigo y atenciones necesarias.
Lo demás es historia que todos conocemos.
Si el padre Oswaldo solo hubiese predicado el evangelio en la misa de los domingos o
fiestas patronales, confesado, bautizado, acompañado con rezos en las procesiones,
no tendríamos las grandes obras sociales que hoy conocemos, apoyamos y vemos
cómo se atiende al prójimo desvalido, desprotegido, sin techo ni un plato de comida,
que sabe comer, dormir, sentir cariño y recibir afecto. La grandeza del sacerdocio
(seguramente por eso quedará impresa eternamente en nuestra memoria) está,
precisamente, en las obras benéficas que hizo junto a involucrados colaboradores,
autoridades solidarias y ciudadanos generosos: Aldea Infantil San Juan Bosco (La
Esperanza), “hogar y refugio” de niños y adolescentes donde reciben educación y
afecto familiar; la Casa San José (Llicua) que alberga a enfermos mentales, a quienes
se les da alimentación, hospedaje, tratamiento y medicación; la casa de ancianos Mis
Abuelitos de Cochachinche, donde viven con dignidad, tal vez sus últimos años de
existencia terrenal, ancianos en estado de abandono; la Escuela Técnica Pillcomozo
Huasi (Las Pampas) que da formación técnica a jóvenes que no pueden ir a la
universidad; Casa de las Señoritas Santa Rosa donde, superando adversidades.
encuentran una oportunidad para vivir correctamente; el Colegio Pillcomarca,
institución educativa que educa ciudadanos íntegros.
No hay como el deber cumplido por convicción y responsabilidad. Cuando tengamos
que partir algún día de este planeta, no llevaremos nada, sino la conciencia tranquila,
sin remordimiento ni sentimiento de culpa. El padre Oswaldo, en estos treinta y siete años
de vida sacerdotal, ha vivido trabajando por los hermanos necesitados, practicando el
evangelio, con acciones, con devoción, con menos discurso, llevando esperanza al
prójimo, dándoles una oportunidad para vivir con dignidad.