PROCRASTINAR

Escrito por Yeferson Carhuamaca Robles

Un suave viento arrima los cabellos de las gentes y el polvo se levanta como un gigante de historia medieval, las hojas de los libros empiezan a revolotear en el puesto de don Barbas. 

En aquella librería de la calle se inicia para muchos la aventura de sumergirse en las tierras maravillosas de las historias más increíbles y entrañables que guardan los libros. Gracias a aquel librero y su puesto, muchos han caminado de la mano con un libro “nuevo” en sus brazos, uno que no habían leído quizás o que tal vez tenían en otra edición; de un libro que sirvió para conocer a un autor desconocido o simplemente porque les llamó la atención.

De pronto el viento cesa, vuelve una calma de Domingo Santo y como un espectro que sale de la polvareda y algo cansado, un joven profesor aparece. El reloj marca casi las tres de la tarde, camisa y pantalón, un bolso donde seguramente lleva un registro de sus alumnos y otros papeles sin importancia, se acerca al puesto donde siempre va a ojear los libros que acaban de llegar, le da una mirada rápida y entre las tonalidades de colores de las portadas, su angustiado rostro cambia y hace denotar una cierta sensación de alegría y emoción.

Entre todos los libros de segundita puede observar que hay muchos títulos que ya tiene en su biblioteca, los ve ordenados cuales soldados en fila; todos ellos en la intemperie todos los días junto a los vientos y sus fugaces polvaredas; ahí se encuentran el Mío Cid,  Mi planta de naranja lima, 20 poemas de amor y una canción desesperada; enciclopedias incompletas, diccionarios de inglés y español, revistas noventeras, libros escolares entre otros inmortales títulos de la literatura.

El joven docente, abre los libros para sentir el olor a lo eterno y a lo inesperado, su textura y los años; sus páginas y su olvido han quemado el tiempo y guardan entre sus hojas las cenizas de un tiempo, de su infortunio, de su orfanato obligado, de todas estas mellas que este joven va percibiendo, de las imágenes y el tipo de letra y si el lomo de cada uno de estos aún son resistentes y si sostienen las letras de los sentimientos de aquellos que alguna vez lo dejaron caer con tinta en sus manos y alegría en sus ojos.

Don Barbas se da cuenta que el joven profesor está por buen tiempo observando y como siempre le dice que han llegado más libros, y que están por allá, el joven sonríe y en su vanagloria se acerca a los costales llenos de libros y empieza su búsqueda; siente con presura que debe obtener un libro que todo el mundo quiere, que deje maravillado a sus amigos al mostrarlo, si la suerte estuviera con él ese día, ¿quizás una primera edición? Se pregunta y se ilusiona. De pronto don Barbas le presenta una colección de 15 tomos de una editorial muy conocida, libros de maestros de la literatura, tapas duras, portadas increíbles y de colección, le dice don Barbas, el joven con una calma disimulada, le pregunta: ¿cuánto? y la respuesta no se hace esperar, don Barbas le dice que solo pide 100 soles, la mirada del joven cambia, tiene el dinero, pero quiere negociar, ¿último?, le pregunta y Barbas a denotar que no existe una rebaja. El joven hace que no esté interesado en la colección y se fija en otros libros, como una estrategia para que le baje el precio en algo tan inusual y exquisito premio.

Después de varios intentos fallidos, don Barbas acomoda los libros de la colección a vista y paciencia de todo transeúnte. El joven profesor se marcha, sin antes decirle que mañana regresa por esos libros. Al día siguiente y después del trabajo llega de nuevo el joven profesor al puesto, nota que han desaparecido unos tres libros de la colección, pregunta por ellos, Barbas le dice que ya se los han llevado, pero que el precio no ha variado mucho, el joven se dice que mejor mañana regresa y se los lleva.

Y así pasaron los días, el joven profesor no pudo ir al tercer día por estar cansado, el cuarto día solo fue a mirar si aún los libros estaban ahí esperando como los árboles esperan la lluvia, y en efecto, seguirán ahí, pasó el quinto día y el profesor los observó de lejos, pero no se animó a ir a comprarlos, ya que no tenía el efectivo, espero al sexto día, era sábado y fue muy temprano, pero recibió una llamada y se fue a beber con sus amigos.

El domingo, a primera hora y ya en el puesto de don Barbas, el joven profesor escuchaba que los libros ya habían sido vendidos el sábado.