Jorge Farid Gabino González
Escritor, articulista, profesor de Lengua y Literatura
Si hubo algo por lo que se caracterizó el gobierno del ahora recluido Pedro Castillo, además, naturalmente, de la innegable corrupción que lo infestó a todos los niveles, y desde el primer día de su gestión, fue, a no dudarlo, su proverbial mediocridad. Chatura de miras jamás antes vista en nuestra historia reciente, la misma que no solo se podía advertir en cuantas decisiones de gobierno tomaba el sujeto de marras, sino que además llegaba por momentos a tal grado de paroxismo, que daba la impresión incluso de respirarse en el aire. Ministros que se los mirase por donde se los mirase no daban la talla para el ejercicio de unas funciones de las que en muchos sentidos dependía la suerte de todos los peruanos; altos funcionarios designados en puestos clave del Estado, sin contar con las mínimas credenciales académicas que cuando menos garantizasen que no acabaran mandando al carajo las instituciones que dirijan; familiares impresentables fungiendo de poderosos funcionarios del Estado, con el único y cuestionable objetivo de hacerse con los dineros del erario público; eran solo algunas de las muchas muestras de la incapacidad de gestión, de la palmaria mediocridad, que durante su tristemente célebre paso por el poder nos dejó el sujeto de que se trata.
De ahí, sin duda, que no debería sorprendernos en lo más mínimo el que la ilustre heredera de Castillo, la a todas luces incapaz de gobernar el Perú con solvencia, la ineficiente de Dina Boluarte, no haya hecho otra cosa hasta ahora que continuar, en muchos sentidos, con lo que hasta antes de su ascenso al poder venía haciendo el nefasto de Pedro Castillo: no hacer absolutamente nada. Nada para sacar al país del marasmo en que se encuentra desde la llegada al poder de Perú Libre. Nada reflotar la economía, sustantivamente afectada desde el inicio de la pandemia. Nada para devolverles a los peruanos la confianza en sus autoridades. Nada para deslindar fehacientemente de los actos de corrupción que tanto daño le han hecho al Perú en los últimos años.
Porque basta con dar un ligero vistazo a nuestro alrededor para darnos cuenta en el acto de que el país se encuentra en este momento en piloto automático. Sin nadie que lo gobierne. Sin cabeza que lo dirija. Sin presidente. Que la señora que en este momento se ciñe la banda presidencial, y dice ser nuestra primera mandataria, es cualquier cosa menos eso. Pusilánime, apocada, irresoluta, la señora Dina Boluarte no ha sabido tener hasta el momento (y todo hace indicar que continuará así) la capacidad de tomar al toro por las astas, y ponerse a gobernar de verdad.
Y lo peor de todo es que con su actitud no ha hecho otra cosa que alimentar todavía más el comprensible descontento popular y, con ello, le ha dado el pretexto perfecto a toda esa banda de resentidos, oportunistas y bellacos, que siempre andan en busca de la menor oportunidad para desestabilizar nuestra ya de por sí endeble democracia, para mezclarse con quienes salen a protestar de manera pacífica, para poner al país, otra vez, al borde del abismo.
Claro que esto es algo de lo que la presidente del Perú parece no darse cuenta. La prueba mayor la tuvimos durante su mensaje a la nación por Fiestas Patrias. Alocución completamente desvinculada de la realidad. Que lo único para lo que sirvió fue para reafirmar, una vez más, que no importa cuánto se esfuerce la señora Boluarte por desmarcarse de la sombra de Pedro Castillo, ya que al final del día el resultado seguirá siendo el mismo: el Perú sigue teniendo en la silla presidencial a alguien completamente incapaz para el ejercicio del cargo que se le ha confiado.
Panorama, este, que no cambiará en un futuro cercano, por más que deseáramos lo contrario. Dina Boluarte no acortará su mandato por voluntad propia ni, muchos menos, el Congreso moverá un solo dedo para ahorrarnos a los peruanos el tener que seguir sufriéndola. Así que, por ese lado, no esperemos mucho. Lo que no quita, desde luego, que desde la sociedad civil podamos ejercer una necesaria presión social capaz de llevar a la presidente a tomar verdadera conciencia de que, si no realiza un cambio de rumbo inmediato, la situación acabará saliéndose nuevamente de control, con las terribles consecuencias que ya todos conocemos.
No permitir que se nos contagie la mediocridad imperante en este momento en el gobierno resulta, en tal sentido, de una imperiosidad sin precedentes. Que suficiente tenemos con una presidente y un gobierno mediocres, como para estar nosotros también conformándonos con este estado de cosas. Pues podrá ser cierto que estaríamos peor si en lugar de la señora Dina Boluarte estuviera Pedro Castillo en palacio de Gobierno. Pero, con todo y con eso, ello no disculpa la seguidilla de malas decisiones o, mejor, la falta de estas, que desde que se aupó al poder ha venido cometiendo la señora presidente. El país necesita retomar el rumbo del desarrollo. Para lo que es imprescindible que quien gobierne realmente gobierne. Y resulta evidente que la señora Boluarte no lo está haciendo.