NADA MÁS

Yeferson Carhuamaca

Quisiera saber si dentro de mi dolor habitan aún ángeles caídos que brillan con cada fragmento mío y van dejando paso a las sombras de una vil existencia. Y entonces los días se ponen lluviosos en la ciudad, la plaga de mosquitos empieza asomarse y pronto no habrá lugar donde esconderse de estos insectos que podrán violentar con sus picaduras molestas a cualquier sujeto viviente. Pero, la lluvia no solo trae consigo esta plaga, sino también el ambiente de frío enternecedor que colma mi corazón de nostalgias, las calles son lugares donde se reza la palabra melancolía que mata y da vida.

Las lluvias empiezan cuando más anhelas de días soleados, una ironía vital que se presenta, tal cual, como cuando se extraña el frío durante un verano insoportable o también se extraña ese espíritu celestial que pudo congelar tus fuegos odios y encender la luz de mi habitación, además de juntar los vidrios rotos de mi alma y trató de unirlos formando una pequeña botella que ahora naufraga en un mar de silencio, las palabras son escasas de saber en este instante cuánto extraño aquel tesoro brillante. Vagando por las calles, la lluvia ha llegado, todo se torna de manera particular en un olor agradable, así también en lugares donde todo era polvo y desierto, ahora es aroma de suelo mojado, que transmite una cierta paz.

Las veredas del olvido caminan junto a mis zapatos llenos de lodo, mientras el abrigo hace su trabajo y no deja que la lluvia me moje por fuera a pesar de tener un diluvio por dentro, las manos mojadas están, ya que de vez en cuando cambio la música que escucho, y para estos tiempos, una buena canción rompe más el corazón, pero el sabor dulce de la melancolía abriga cierta esperanza de que mañana no será peor.

Y mi alma acostumbrada al brillo de las sonrisas de otros, hoy sale a buscar la suya, entre automóviles y ventanas cubiertas de las lágrimas de la lluvia, mi mirada la busca de entre las gotas de este aguacero de imprevistos y desdichas, entre las gentes que atraviesan y escapan de los charcos empozados en los baches, además de esquivar las cataratas artificiales que salen desde los techos por tubos y van directo a las calles, es agua que recorre por las diferentes vías de la ciudad, así como mis lágrimas que caen por los caminos de mi rostro empapado de sueños que se van por los canales al desagüe de esta tétrica ciudad.

Entonces llego a aquel puente olvidado por nuestras sonrisas, aquel huérfano desnudo que llora con el río, aquel gigante de piedra quien murió de tristeza y no de frío. La tarde es opacada por las nubes y la lluvia que susurran sobre las casas y jirones de la ciudad, y las pocas luces de los postes se van prendiendo como los deseos de una noche buena. Todo es perfecto para poder envejecer mirando como cae la lluvia sobre mis hombros, mis manos, rostro y mi corazón. Te busco una vez más, mis ojos buscan tu silueta entra tantas sombras, entre tanta lluvia que ha llegado en estos tiempos donde sería mejor saber olvidar nuestras risas, nuestros amuletos que colgaban de nuestros cuellos como símbolos de dioses olvidados, ya no la quiero es verdad, no queda nada más, las luces alumbraran mi retorno a mi castillo rodeado de días y nada más.