Por: Mario A. Malpartida Besada
MIRKO VILCA, (Huánuco, 1982), autor también de los cuentarios Ritos nocturnos (2012) y El ají que no picaba (2013), entrega ahora la novela para niños Melgarejo (Lima, Ediciones Condorpasa, 2016) que constituye toda una revelación en el género pues se trata de un libro de muy buena factura, envuelto de calor familiar en todas sus páginas, regada de suspiros y sonrisas, encuentros y desencuentros, travesuras y arrepentimientos de la infancia. Tiene como eje temático las aventuras de un borriquito cariñosamente humanizado, desde su alumbramiento, hasta su final, pasando por su crecimiento y aventuras, cada cual más atractiva. Este burrito, que sintomáticamente tiene nombre de persona, Melgarejo, a medida que va creciendo, se va incrustando en la vida de una familia de corte bucólico, hasta llegar a formar parte de ella.
La obra se estructura sobre la base de cuadros o episodios fugaces que se van eslabonando armónicamente con anécdotas de cierta independencia, pero que se articulan gracias a la presencia del burrito y la permanente confrontación entre niños y niñas en torno del protagonista. El lenguaje es sencillo, transparente y respetuoso de la capacidad recreativa del infante y se sustenta en el tono coloquial del discurso en el seno de la familia. No hay concesiones facilistas, ni en la estructuración de la historia ni en el discurso literario, bajo la manida argumentación de que al niño hay que facilitarle el trabajo interpretativo.
Si bien es cierto la obra tiene como público blanco a la niñez, no deja de ser artísticamente placentero para todo buen lector y, como ocurre con grandes libros de la literatura universal pensada en niños, Melgarejo también termina convirtiéndose en una obra para grandes y chicos, semejante a Platero y yo, por ejemplo, que inmortalizó a ese burrito de quien Melgarejo sería un émulo, pero muy a su estilo y sí que lo tiene.
El texto, novela corta, novela para niños, nouvelle, o como quiera llamársele, ofrece una tierna historia alrededor de Melgarejo y las vicisitudes familiares relacionadas con su vida, desarrollo y lamentable desaparición. En ese trance retrata el mundo de la infancia y las inocentes confrontaciones entre niños y niñas en la antesala de la mocedad, bajo el cariñoso arbitraje de la abuela, siempre generosa y repartidora de afectos por igual.
Los trece cuadros o episodios que la conforman se van eslabonando de manera lineal y cronológica de acuerdo con la evolución del pollino. En ese proceso destaca la complementariedad sentimental que nace entre la cariñosa niña Samanta y el travieso burrito. Esa relación, por otro lado, pone de manifiesto el triunfo precisamente del sentimiento sobre la supuesta fuerza varonil, esgrimida inútilmente por los varoncitos del entorno. En todos los eventos conflictivos de la novela será Samanta quien triunfará sobre la base del comportamiento cariñoso más que por la energía mal llevada del hermano Marcos, líder de la pandilla de niños imbuidos de un prematuro machismo.
La historia empieza desde la expectativa de los niños generada por la llegada del burrito. Su madre es la personificada Gina quien, sin importarle tal espera, “continuaba con la barriga grandota y redonda sin dar señales de alumbramiento” (pág. 15). Luego vendrán la algarabía por el nacimiento, el enfrentamiento de los niños para establecer supremacía sobre el control del burrito, el entendimiento de Melgarejo con Samanta, presencia de la abuela, los triunfos del pollino, retrato de las costumbres familiares, dramática desaparición de Melgarejo, el encuentro, el afianzamiento del afecto entre el burrito y Samanta, y muchas otras anécdotas, hasta la tragedia final, realmente inesperada, pero también incomprensible porque rompe el esquema tierno y, a veces, festivo del libro. Sin embargo, se trata de un final abierto y pasible de muchas interpretaciones, aun cuando la metáfora sea el choque de la inocencia con la cruda realidad.
La personificación de Melgarejo funciona desde antes de su nacimiento (el narrador habla del alumbramiento y no de parir) y se consolida con su llegada al mundo y con el hecho de usar su libre albedrío para tomar su propia decisión entre someterse a los niños o congraciarse con Samanta, es decir entre las malas intenciones de los primeros y el cariño de la niña. Escoge lo correcto: “El borriquito no había dado patadas ni sacudidas, estaba feliz con las caricias de la niña. Ambos parecían ser amigos desde siempre” (pág. 18). De esta manera el lector queda atrapado por la simpatía que despierta el protagonista, lo que motivará su interés en seguirle los pasos, así como en descubrir cómo terminará la contienda iniciada entre Samanta y los niños, con el burrito de por medio. Visto así, el capítulo inicial resulta muy prometedor, como los más logrados comienzos.
Más adelante la abuela se incorpora al grupo de personajes para tratar de conciliar los ánimos de los infantes. El episodio sirve para clarificar la importancia de su papel dentro de la familia. A partir de aquí se van a suceder una alternancia en el juego de roles, con ligera prevalencia de Melgarejo. Por ejemplo, Melgarejo es indiscutiblemente el héroe en los capítulos “Desfile de mascotas”, “El regreso”, “La pelea” y “Robo frustrado”; pero la familia y sus costumbres cobran relevancia en “La misa”, “La fiesta”, “Día de investigación” y “Río caudaloso”, solo para citar los casos más evidentes.
En medio de la vida bucólica no faltan instancias dramáticas y hasta trágicas. Lo dramático surge con la sorpresiva desaparición del pollino y la angustia que siembra en el hogar: “Samanta pensaba la peor, que al pobre Melgarejo se lo habían robado o que este se fue a vivir a otros campos llenos de alfalfa” (pág. 43). El episodio concluye con la reafirmación del lazo establecido entre la intuición del animalillo y a candorosidad de Samanta: “-Pequeño, vamos a casa –le dijo, en tono dulce y suave, faltando algunos pocos metros. Entonces Melgarejo se acercó hacia Samanta y se dejó colocar la reata” (pág. 49).
Lo trágico es el capítulo final y tiene que ver con el final incierto de Samanta y su burrito como consecuencia del “río caudaloso”, capítulo que cierra el libro y que deja más de una desazón por la insinuación de una desenlace terrible e injusto para dos almas gemelas: el pollino y su dueña. Podría tratarse de un final con puertas abiertas para que puedan continuar las aventuras de estos dos simpáticos personajes.