Jorge Farid Gabino González
Escritor, articulista, profesor de Lengua y Literatura
Conocidos los resultados oficiales de las elecciones regionales y municipales del pasado domingo, queda claro que, más allá de las diversas interpretaciones que podamos realizar del referido proceso, hay algo respecto de lo cual no existe espacio para la más mínima duda: los grandes perdedores de esta contienda electoral han sido Fuerza Popular y Perú Libre. Y su derrota, su estrepitoso fracaso, adquiere dimensiones verdaderamente mayúsculas, más aún si tenemos en consideración que hasta hace apenas poco más de un año eran estos dos partidos de alcance nacional, y de ya larga experiencia en estos menesteres el primero de ellos, los que se disputaban voto a voto nada más y nada menos que la presidencia de la República. Pues sí, aunque parezca mentira, los peruanos, un amplísimo sector de los peruanos, parecemos, por fin, haber aprendido la lección.
Así, con candidatos en Amazonas, Áncash, Callao, Huánuco, Ica, La Libertad, Lambayeque, Lima provincias, Loreto, Moquegua, Piura, San Martín y Tumbes, por parte de Fuerza Popular; y en Arequipa, Cusco, Huánuco, La Libertad, Lambayeque, Lima provincias, Loreto, Madre de Dios, Moquegua, Pasco, Piura, Puno, Tacna, Tumbes y Ucayali, por parte de Perú Libre; ni el partido de la señora Fujimori ni el del señor Cerrón han logrado obtener ni un solo triunfo. Es más, los porcentajes de votación obtenidos por la gran mayoría de sus candidatos han sido tan pero tan bajos, que en los primeros resultados ofrecidos por las encuestadoras aparecen bajo la denominación de “Otros”. Las razones, naturalmente, habría que buscarlas por distintos caminos. Que el descontento de la población por estas dos fuerzas políticas no se debe en modo alguno a una sola causa.
En lo que toca a Fuerza Popular, por ejemplo, respondería a la tibieza, por no decir sospechosa complicidad, con que sus representantes en el Congreso han venido conduciéndose cada vez que las circunstancias los han puesto en la encrucijada de tener que tomar decisiones trascendentales, resoluciones que acaben ayudando al país a sacarse de encima de una vez por todas al nefasto gobierno de Castillo, o, por el contrario, contribuyan al mantenimiento de ese estado de cosas en el que, lamentablemente, viene debatiéndose el Perú desde el inicio del gobierno del impresentable, que es a fin de cuentas lo que han hecho.
Mientras que en lo que respecta a Perú Libre, por otra parte, la situación sería, si cabe, todavía más grave. No en vano pesa sobre el partido del señor Cerrón el inocultable, el indisimulable, lastre de haber sido quien llevó al poder a aquel individuo suigéneris de nuestra política que en poco más que un año de gobierno se ha ganado a pulso el derecho a ser considerado como el gobernante más inepto e incompetente que haya tenido jamás el Perú, por lo menos en su historia republicana reciente. Un sindicalista básico que, además de avergonzar al país en cuanta oportunidad se le ofrece de representarnos en el exterior, ha demostrado hasta el hartazgo que no importa cuánto la realidad se empeñe en hacerle ver lo contrario, pues él seguirá creyendo, tozuda, cojudamente, que el problema no es él, que el problema son los otros.
En cualquier caso, resulta imposible no soñar con que lo sucedido el domingo último es mucho más que un simple hecho aislado. Muchísimo más que una mera feliz coincidencia. Las razones que nos llevan a sostener lo antedicho no son otras que las que cualquiera con dos dedos de frente podría plantearse en circunstancias como estas: que el nivel de incompetencia para hacer bien las cosas por parte del partido de gobierno es tan notorio, tan evidente, tan extremadamente contundente, que habríamos llegado a un punto en que la población no parece estar dispuesta a continuar sufriendo las consecuencias, económicas y sociales, de los malos manejos realizados por el Ejecutivo.
El tiempo lo dirá. A fin de cuentas, jamás es tarde para enmendar, por lo menos en alguna medida, los errores cometidos. Y los peruanos, como bien se sabe, tenemos a este respecto muchísimo de lo cual arrepentirnos. Arrepentirnos de haber llevado al gobierno a un sujeto de mente cuadriculada y escasas luces para conducir con acierto los destinos del país. Arrepentirnos de haber puesto en el Hemiciclo a una sarta de pusilánimes incapaces de defender con coraje los verdaderos intereses del Perú. Arrepentirnos de no haber tenido la suficiente lucidez como para darnos cuenta de que detrás de ese discurso victimista y plañidero con que solía llenarse la boca el entonces candidato a la presidencia, se escondía en realidad un personaje oscuro y siniestro que sabía suplir muy bien su falta de instrucción y sapiencia con esa viveza criolla que tanto criticaba.
Queda confiar en que en los próximos comicios los peruanos sigamos dándole la espalda no solo a los partidos señalados arriba, sino también a todos aquellos que, en lugar de corresponder a la confianza depositada en ellos por parte de la ciudadanía, solo han sabido destacarse por darle la espalda a la población, sobre todo a aquel sector de esta al que decían querer más: el pueblo.