LOS CINCUENTA DE JACOBO

Por Arlindo Luciano Guillermo

Sábado 20 de noviembre, lluvia persistente en Huánuco y Las Pampas. El Senamhi y el aplicativo del celular coinciden: no habrá sol brillando bajo el cielo huanuqueño (urbano ni rural) ni detrás de nubes grises, pero nada impide que estemos presentes en el cumpleaños de Jacobo Ramírez, el gran apóstata, el escritor, el docente universitario, el de los artículos humorísticos que revelan su personalidad sincera y natural, el poeta, el amigo dadivoso, el afanoso anfitrión. Hacia allá vamos sin demora. Nos esperan la fraternidad, la alegría y los amigos de siempre. Jacobo Ramírez nació el mismo día que dos ilustres huanuqueños: el psiquiatra Hermilio Valdizán Medrano y la folclorista Rosa Elvira Figueroa Núñez.     

Jacobo me dice, mientras ríe con ganas, que a los 50 años ya estamos de bajada en la vida. Le contradigo; insiste. Pero como Jacobo está felicísimo por su medio siglo de existencia, mejor bailamos, festejamos y brindamos. Entonces, se deja por un momento el Cuarteto Continental, Niche y Los Mirlos y se escucha Agua Marina y el Lobo y la Sociedad Privada; la gente se anima a bailar jubilosamente. Luego la banda, ipso facto, continúa con huaynos tradicionales. Retomo la conversación con Jacobo y le digo que a los 50 aparece la meseta de la vida (filosofía barata que se me ocurrió proponerle en ese momento) que se transita con calva respetable, un poco de canas, serenidad, los pies fijos sobre la tierra, madurez y con mayor interés por vivir la vida; a los 60, continúo, empieza el descenso; todo lo que sube, baja de la misma manera. Se ríe y dice: “Es mi cumpleaños. ¡Salud!” La fiesta adquiere el verdadero rostro de la gratitud y la felicidad. En la explanada de cemento, la lluvia impertinente va y viene, bailamos como Dios manda y permite. Es un mirador estratégico, desde donde se contempla el panorama campestre y el verde natural de Las Pampas como un cuadro paisajístico de Francisco Palomino. Estamos al aire libre, separados unos de otros, cada quien tiene su propio vaso, saludamos con el puño; solo a Jacobo lo abrazamos efusivamente.      

Los amigos de Jacobo están en la fiesta de cumpleaños. Han venido desde Huánuco y otros desde más lejos. Y están allí porque lo aprecian superlativamente, lo quieren de verdad, sin interés alguno, le ofrecen su gratitud franca y directa. Somos amigos privilegiados de Jacobo que anda de aquí y para allá brindando a vaso cepillado, se toma fotos posando graciosamente, baila de todo y como le dé la gana porque es su cumpleaños. Nadie cumple dos veces 50 años me susurra al oído. Don Mario le pide a Andrés Jara que acompañe a doña Rosita porque él debe ir a cumplir una necesidad urgente. Luego se acercan Juan Giles y Jorge Cabanillas y le piden a Mario y Rosa que se integren al grupo mayor de los amigos de Jacobo para conversar y brindar. Realmente un privilegio tener a Mario, ora escritor, ora gran caballero, cerca, escucharlo, sentir su presencia y motivación. Jacobo sabe que los amigos son la sal de la Tierra, sin amigos la vida es incompleta, sin sabor, insípida, solitaria. Para él, después de su familia, es la razón de su existencia diaria. Por eso estuvimos (estaremos el próximo año, ya sin pandemia, sin trabajo remoto y en clases presenciales) junto a él y su numerosa y alegre familia festejando sus fructíferos 50 años. La reunión congrega a los que lo quieren y a cada rato brindan con él (nadie puede negarse ni ensayar algún pretexto). Unos son amigos de antaño, otros colegas de trabajo, el colegio y la universidad y una porción significativa han sido sus alumnos en la Hermilio Valdizán o en el Cepreval. Ahí está don Mario, uno de los grandes de Convergencia y de los “Tres en Raya”, junto a doña Rosita Mendoza, compartiendo con Jacobo, que baila, bebe y festeja con la más absoluta libertad y derecho porque es medio siglo de vida. El mejor regalo para Jacobo en su onomástico es la gratitud y la amistad leal, incondicional, franca y a prueba de cualquier disidencia, discrepancia o maledicencia.   

En el paraíso, en el edén terrenal, de Jacobo, su casa en Las Pampas, nos hemos reunidos casi un centenar de personas que lo estimamos, queremos, admiramos y sentimos que somos sus amigos; Jacobo tiene corazón grande, afecto inmenso por los amigos y entrega total por su mujer Angélica (dama menuda y diligente que trabaja como hormiga obrera para atender a los invitados) y sus dos jóvenes hijos con cabelleras largas que lo complacen en todo.  Son las 4:25 de la tarde, la lluvia persiste terca como el deseo de Jacobo para quedarnos. Nos despide amablemente con un último vaso de cerveza Cristal junto al jardín de rosas rosadas. Pide que nos quedemos (a Luis Mozombite, Rubén Valdez y a mí), pero nos retiramos antes que la jarana, que está en su plenitud con banda de músicos, un tecladista cantante y un disc jockey que pone discos de vinilo, el trago variado se haga más dulce y tentador y la alegría desbordante nos atrape y nos quedemos hasta el día siguiente. Lo abrazamos fuerte una vez más, le palmeamos la espalda y salimos saboreando aún en la lengua el locro de gallina de chacra, la pachamanca y el anisado antioqueño. Para saber cómo es el paraíso que promete el cristianismo, no hay que estar muertos ni ascender el alma hacia el cielo como un halo invisible, sino visitar la casa de Jacobo. Nosotros ya hemos llegado a Huánuco, se siente que la tarde languidece, luego de haber comprado pan artesanal, tomado café de huerta y picarones en Las Pampas. Allá, en la bucólica “mansión de Jacobo”, la fiesta, la alegría y la jarana continuarán hasta las últimas consecuencias, como debe ser en el cumpleaños de Jacobo.