Jacobo Ramírez Maiz
… me levanto y Bilma Salazar, así con “B”, conversa con sus hijos en el pequeño holl que da a la calle, y Juana Portal está friendo picarones en una pequeña ramadita. Juan Pardavé observa las flores moradas que adornan su jardín. Un árbol de saúco con frutos morados adorna la casa de Nado y, al frente, Elena Cabrera persigue a sus gallinas para hacer un caldo con sabor pampino. Me encuentro con Humberto, está con su motosierra para ir a derribar algún árbol viejo que sabe guardar historias de amor. Y Shisha, su hermano, corta alfalfa para sus cuyes.
Rebequita está sentada en la vereda, recordando a Genaro, su esposo. Leydi, desde su balcón, observa a los transeúntes y doña Rusmilda, flores en manos, sale caminando, como antaño, hacia la ermita. Toco la puerta de madera y Juanito Alvarado me recibe. Sentados debajo de un guayabo viejo, me cuenta historias que escuchamos junto a doña Consuelo, su esposa, y Juanita, su hija, quien hace jabones naturales que nos dejan la piel como potito de bebé.
Racuchi, sus gemelas y Tita conversan en su tienda. Su perro me mueve la cola, alguien tenía que hacerlo en medio de la calle principal. Llego al cauce antiguo del huayco, me detengo y observo casas nuevas y, al fondo, me imagino a Tony chacchando, junto a la losa deportiva, donde chiuchis pampinos se rompen las canillas todos los días y donde hace algún tiempo perdí un diente jugando creyéndome Chumpitás.
Sigo mi ruta y saludo a doña Blanca, quien me responde con la amabilidad de siempre. Siento el olor del arroz con pato que sale de la casa de doña Tuca, y su hermana Lily, con pico en mano, limpia la sequia que pasa por su casa. El olor a pan recién horneado, que está preparando su hija, hace que me detenga y compre unos cuantos para mi cena. Llego a la otra calle, donde la escuela que recientemente cumplió un año más de creación, y oigo los gritos de los niños. Prendo otro cigarrillo y me siento sobre una pequeña piedra, y Carlos de la Mata entra a mi recuerdo. Su pequeña tienda, donde doña María y su hija Soledad atendían, y donde acudía a comprar en mis tiempos de seminarista. Las plantas de plátanos, que alguna vez Pancho Nano me obsequió, hacen que lo recuerde cuando paso por la puerta de su casa.
Paloma, Oswaldo junto a sus hijos César y Arturo, cuyos trabajos de tallado en madera adornan gran parte de las iglesias, capillas y casas particulares, están tomando una cerveza para refrescarse. Camino lento y oigo la voz aguda de Consuelo cantando la ranchera cuyas letras dicen: De piedra ha de ser la cama, de piedra la cabecera… y Jesús Viviano abre su puerta para vender sus ricos picarones con café de huerta.
Recorro por la vereda de la escuela de inicial y llego a la curva que sube a Gachirón. Parado, recuerdo a doña Alica de la Mata con sus hijos Elmer, Óscar, Ricardo, Armado y Hugo, más conocido como Chichilique, quien a cada fiesta a la que iba terminaba peleando, y, si no había con quién, lo hacía con su sombra.
Otro día subiré por esa calle. Ahora me voy donde doña Delfina, quien me invita ese aguardiente que Goyo destila en Tomayquichua. Shiuri pasa con su camioneta gritando mi nombre a todo dar. El cielo está anublado, apresuro los pasos hasta la casa de Hilario y Luchita. Me reciben como si fuera su hijo, me cuentan sus historias, y veo en sus rostros que los años no están pasando por gusto. Al frente, doña Maca atiende a unos clientes. Entre todos sus hijos, recuerdo a Enrique, más conocido como Toro, y lo único que hago es doblar la cabeza porque su generosidad es enorme. Unas gotas caen y, para no mojarme, me meto a la casa de Mary Cueva, me paro junto a su capillita donde una cruz antigua me hace pensar en las fiestas que están por llegar.
Me persigno, prendo el último cigarrillo y contemplo las gotas de lluvia que van cayendo. Mañana iré a comer donde Chicho, de pasadita visitaré a Jorge y, sentado en el recreo de las hijas de Víctor Custodio, tomaré una cerveza recordando la gran amistad de todos los pobladores de este maravilloso pueblo.
Las Pampas, 30 de marzo de 2023.