Escrito por: Marcos Cancho Peña
Durante la tormenta, las ratas se atrincheraron, negándose a abandonar el refugio que las separaba de la realidad. Les importaba poco que afuera el Perú se estuviera matando a pedradas, a disparos. Así vivieron la tormenta nuestros “representantes”: ciegos ante el sufrimiento del pueblo; sordos para las voces que los escogieron. Mientras caían las gotas y los truenos resonaban, ningún poderoso se atrevió a revisar sus manos. Las tenían manchadas, y aún las tienen así. Los rastros de sangre difícilmente se borran.
Durante la tormenta, dejaron de existir Jack Brian (22) e Inti Sotelo (24), mártires de la lucha. Son héroes, pero también víctimas. Está prohibido olvidarlo. La necropsia reveló que ambos murieron por múltiples disparos de proyectiles con armas de fuego. Cada perdigón funcionó como mordaza, su objetivo fue callarlos. Sin embargo, en aquella tormenta, sus voces se convirtieron en la voz del país. Por eso, cuando alguien haga valer su derecho a la libertad de expresión, Jack e Inti recuperarán las voces que perdieron.
Durante la tormenta, entendí que no habría marcha atrás. El pueblo había despertado, se había sacudido del letargo y se encontraba izando la bandera hasta el sol. La masa había sufrido bombas lacrimógenas, perdigones, represión, pero seguía aguantando de pie. Durante la tormenta, recordé algunas líneas de “La conjura de los necios”, el poema de Gilberto Ramírez Santacruz: “[…] Pero de vez en cuando el pueblo se cansa / se cansa y elige morir de pie como un lapacho / y no agonizar de hambre e impotencia […]”. Dejó de llover. Los truenos dejaron de oírse. El caos cesó.
Después de la tormenta, Francisco Sagasti, el nuevo presidente, buscó calmar la ira cruzando la gruesa línea que lo separaban de los manifestantes. Se topó con miradas desconfiadas y cuerpos escarapelados. A ese jodido punto nos llevaron nuestros gobernantes: a no fiarnos de ningún político. Ahora desconfiamos hasta de nuestra sombra. Y eso no lo soluciona un poema de Vallejo, que lo sepa Sagasti. Aquello solo será atenuado con una nueva clase política que priorice el bienestar del pueblo antes que el de sus bolsillos. De versos conocemos mucho; de acciones, poco (por no decir nada).
Después de esa tormenta, vendrán muchas más, y creo que estamos preparados. El Bicentenario del Perú se aproxima y lo recibiremos de pie. Jodidos, maltrechos, heridos, pero de pie.