LA REPERCUSION DEL MOVIMIENTO DEL 68

LA VOZ DE LA MUJER

DENESY PALACIOS JIMENEZ

He querido hacer una reflexión en voz alta, porque lo que pasa en el Perú, es algo que, lejos de avanzar en la calidad educativa, se da paso a una contrarreforma en deterioro de las condiciones básicas de calidad de la educación, y peor aún, adormeciendo a los jóvenes estudiantes con una falsa autonomía universitaria, y sin mayores expectativas de trabajo.

Mayo del 68 es la gesta de protestas estudiantiles que estalla en Nanterre y París, y que de inmediato su onda de indignación se expande por toda Francia, Europa y el mundo. Su impacto global sigue siendo el referente de las protestas estudiantiles, de la rebeldía juvenil, del poder de las calles, de la acción libertaria, de las luchas por el cambio de la vida social.

Sánchez-Prieto (2018), siguiendo a Pierre Nora, destaca que el 68 es una historia imposible de contar, sostiene que el Mayo francés “se presenta desde el primer instante como historia de difícil explicación: supuso el regreso del acontecimiento y fue un acontecimiento imprevisible”. Dusster (2018) define a Mayo del 68 como la “revolución que no prosperó, pero que fue la protesta más influyente en las décadas posteriores”.

Resalta que fue una revuelta que no perseguía llegar al poder, sino cambiar la sociedad, que su espíritu era luchar contra todas las discriminaciones, que se trató de un movimiento para reivindicar más libertades en la esfera privada, que cuestionó la esfera pública. No cambió el poder ni el sistema, prosigue, pero “transformó ideas y valores morales”. Además, “nadie lo intuyó, nadie pudo detenerlo”.

Rieznik et al. (2010) consideran que Mayo del 68 fue el segundo estallido revolucionario francés del siglo XX, después de las protestas de 1936, donde el proletariado también había paralizado toda Francia con una formidable huelga general, que fue desactivada entonces a partir de importantes concesiones –vacaciones, semana de trabajo de cuarenta horas, reconocimiento de la organización sindical en las fábricas– pero, sobre todo, debido a la colaboración contrarrevolucionaria del estalinismo para sostener a un gobierno “socialista”, dirigido por León Blum, que asumió la tarea, no de desmantelar al Estado capitalista, sino de sostenerlo.

Afirman que estos “socialistas” apoyaron después la emergencia de un gobierno de “salvación nacional” de colaboración con el nazismo. Luego de tanto empeño contrarrevolucionario, manifiestan que el socialismo francés queda prácticamente disuelto, pero no el proletariado, que revive su gesta “por la mediación de una joven generación obrera y con la novedad de un movimiento estudiantil de masas, como no había existido hasta entonces”.

El filósofo Francisco Fernández Buey (2008), el más destacado dirigente del movimiento estudiantil de resistencia antifranquista, define que este movimiento que empieza como un memorial de quejas fue un ensayo general revolucionario que asustó a la mayoría de la sociedad francesa del momento, e inclusive De Gaulle, que tuvo que echar mano del ejército; el Partido Socialista, que creía pasada la época de las revoluciones; el Partido Comunista, que aún hablaba de revolución en general, pero no de esa; se asustaron los sindicatos que se vieron rebasados por la espontaneidad de los consejistas en las ocupaciones de fábricas y criticados por los estudiantes por su inconsecuencia; y se asustó una parte de los intelectuales y profesionales que vieron con buenos ojos el arranque de los acontecimientos y se solidarizaron con el movimiento en el momento de la represión. Lamenta, sin embargo, la manipulación mediática para desnaturalizar y trivializar el movimiento. Cuestiona que, de la gran depresión producida por la derrota del 68, y no de las ideas que se expresaron en la protesta, haya salido el llamado individualismo contemporáneo. Rechaza que se trate de convencer de que el individualismo contemporáneo es hijo de Mayo del 68. “Nada más lejos de la verdad”, dice, porque el individualismo contemporáneo “es hijo de los que vencieron a los estudiantes y obreros rebeldes del 68”; o tal vez “el hijo pródigo del matrimonio de estos con quienes, habiendo perdido, se resignaron para acomodarse a la derrota”.

También cuestiona que se haya trivializado el eslogan más célebre del Mayo francés, “La imaginación al poder”, para estigmatizarlo como una simple protesta lúdica. Precisa que la frase era una contundente declaración de principios en la entrada principal de la Sorbona de París y que decía: «Queremos que la revolución que comienza liquide no solo la sociedad capitalista sino también la sociedad industrial. La sociedad de consumo morirá de muerte violenta. La sociedad de la alienación desaparecerá de la historia. Estamos inventando un mundo nuevo y original. La imaginación al poder”.

Este sentimiento de cambio, de rebeldía frente a toda forma de autoritarismo, les llevó a los jóvenes a emerger como actor social y político, a convertirse en líderes de cambio y a desplazar de tal liderazgo a los obreros –actores principales en la época y sujetos revolucionarios del comunismo.

Los jóvenes en la época padecían el malestar social derivado del proceso de modernización económica de los llamados treinta gloriosos años (1945 a 1977), de la prosperidad económica de la posguerra, del estado del bienestar, de la sociedad de consumo reforzada por los medios de comunicación, panorama que contrastó con las nuevas necesidades de la generación del baby boom, con el desempleo, la mayor preocupación por acceder a la educación universitaria, el progresivo ingreso de las mujeres de clases medias a la vida educativa y laboral.

El detonante de esta revuelta se tornó más caldeado sobre el final de 1967, cuando el gobierno anunció una reforma universitaria gracias al denominado Plan Fouchet, en alusión al entonces ministro de Educación Nacional promotor de la iniciativa.

El reconocido periodista peruano César Hildebrandt (2008), en un artículo de homenaje a la generación del 68, resalta que los del 68 querían un mundo mejor “pero antes de quererlo, ellos mismos se hicieron mejores”. Y se hicieron mejores, añade, con “el método más sencillo: sintiendo que la injusticia nos concierne y que el planeta es uno solo, lleno de prójimos y de esperanza”.