La ligera esperanza de Rafael

Escrito por: Jorge Cabanillas Quispe

Ahora hay más gente en las calles, como cuando era Navidad o Año Nuevo. Rafael recuerda cómo renegaba su abuelo cuando caminaba por estas céntricas calles y hacía miles de caras porque no soportaba ver tanto desorden y tanto bullicio. Desde luego a él tampoco. Siempre tuvo miedo de que el ruido iba a terminar por volverlo completamente loco. “Aquí en la Ciudad de los Vientos ya nadie teme por su vida”, piensa Rafael; después de todo es mejor hacer el pleito por sobrevivir, luchar por no morir de hambre, cuidarse como pueda cada uno en su trinchera y esperar que ese maldito virus no mate a ninguno de los suyos. Su abuelo solía decirle que nada se podría esperar del Estado, y ahora con mucha pena se da cuenta de que tenía razón: los integrantes de los poderes del Estado también luchan por su supervivencia, por no ir presos, por sus vacaciones en una playa privada, etc.

Rafael recuerda los últimos acontecimientos en nuestro país y siente que aún no se le va la cólera. Sabe que aún seguimos en un laberinto. Es consciente de que así como en su ciudad, todos en el país somos olvidadizos. Piensa en Gringo, el perro atropellado hace poco más de un mes en la plaza principal de nuestra ciudad y de quien ya nadie habla; bastaron unos días para olvidar la furia y la protesta desatadas aquella tarde; recuerda al ciclista que fue atropellado en la Carretera Central por un galeno y por quien hicieron una movilización pequeña que, como muchos actos en su ciudad, solo quedó en la memoria de pocos.

Piensa en su abuelo. “¡Cuántas lágrimas te evitó la parca!”, exclama entre dientes: tres presidentes en menos de dos semanas, dos jóvenes cobardemente asesinados en una marcha, dos jóvenes como él con miles de sueños en mente, dos mozuelos que a quienes les apagaron la vida, les apagaron la ilusión de un país mejor… Evoca las últimas conversaciones con su abuelo en la que este le solía repetir que el gran problema de nuestro país es que tiene pobladores que no lo conocen y por lo tanto no lo quieren. La última noche, antes de que su abuelo sea internado en un hospital del que ya no saldría con vida, él, algo inquieto, le preguntó si creía que los jóvenes no conocían a su país. “Para querer es necesario conocer, aceptar y abrazar con todo el alma sus defectos, su historia, su cultura. Los jóvenes tienen todo a su disposición para hacerlo, pero parece que se les hacen tan cotidianas las herramientas que poseen, que prefieren no utilizarlas. Lamentablemente nosotros, los de la generación a la que ya les falta el oxígeno, condenamos y se las presentamos, y lo poco que les mostramos fue lo peor…”.

Rafael es consciente, aunque quiere creer que no será así, que olvidamos rápido, que no le prestamos atención a nuestra realidad: cerca de doscientos días en traer una planta de oxígeno que no cumple con los requerimientos técnicos; EsSalud, que cada día vuelve a albergar pacientes covid, ya no cuenta con el generador de oxígeno pues este no era propio. Ambas herramientas indispensables para esta crisis fueron inauguradas por representantes del Ejecutivo. ¿No lo sabían? Rafael se muerde los labios.

Mientras tanto en los medios de comunicación salen unos papanatas que hablan de transformación sin noción alguna, como bien decía su abuelo, unos angurrientos, dispuestos a mentir de la forma más descarada para engañar. Debe de haber por ahí uno que otro honesto, pero ¡vamos, hombre! A esos nunca los van a entrevistar y lo peor es que a esos nunca los vamos a elegir. Rafael camina entre el bullicio con el fin volverse de una vez y para siempre completamente loco o con la ligera esperanza de que todo esto sea una pesadilla y un espasmo lo despierte…