Escrito por Jacobo Ramirez Mayz
Caminaba por el centro de la ciudad, no sé bien si ajaramayllado o amozombitado, cuando alguien comenzó a gritar: «¡Doctor!, ¡doctor!» Quise voltear a ver si se referían a mí, pero como yo solo soy doctor cuchicapador, continué mi camino.
En esas estaba cuando, alguien se me acercó, me miró a los ojos y me dijo: «Doctor Jacobo, ¿acaso no me reconoce?». La verdad es que hasta ahora no sé quién fue, pero como ya me había dicho doctor, y como no quería quedar mal, le dije: «¡Cómo no te voy a reconocer, chochera, es un gusto verte sano y vivo todavía!». Y le estiré mi puño para que chocáramos.
«Sí pues, doctor, a mí no creo que me mate esta pandemia, pero mi jefa tal vez lo haga». Y soltamos una risa tan estruendosa, que nuestras mascarillas de poco y se nos caen. Yo, por supuesto, creí que cuando me habló de su jefa, de quien me hablaba en realidad era de su mujer. El, sin embargo, me aclaró el asunto: «Usted sabe que yo no soy chismoso, pero le cuento que en el lugar donde trabajo tenemos una jefa que fue contratada hace algún tiempo, y se le han subido los humos no sé hasta dónde. Es que como dice el refrán dale poder a la chola y sabrás qué tan chola es. Es así ¿no, docto?» Y antes de que le responda, continuó: «Entre nos, esa mujer es completamente chusca, no sabe ni responder un saludo. Mi madrecita, que está en el cielo, me dijo incansablemente: “Hijo, nunca dejes de saludar, todas las personas merecen tu respeto”, y, teniendo eso en cuenta, yo la saludé hasta en dos oportunidades (si hasta usted, siendo doctor, me responde siempre) esa chirusa, jefa dice, no lo hizo. En ese tiempo no teníamos mascarillas, me miró, y pensando seguramente que soy cualquier pichiruchi, y usted sabe que también soy doctor, torció su hocico y, haciéndole wiksho, se fue. Docto, no te miento, desde ese día ya no la saludo».
«Docto, a esa jefa, según mis investigaciones, y tengo documentos que lo prueban, la han votado por unos anticuchos de su trabajo antiguo; tiene algunas denuncias que quiere tapar con un dedo, pero hasta ahora está en juicio. Y es triste que se encuentre trabajando en un centro muy importante, porque usted, doctor, sabe dónde trabajo, ¿verdad?». Muevo la cabeza afirmativamente. El continúa: «Docto, usted sabe que por encima de ella tengo más jefes, pero ellos se hacen a los cojudos ante ella. Me dijeron que se comportan así porque están pagando algún favor político, y por eso ella se siente tan segura y friega a todos los trabajadores, como si fuera la reina. También le cuento, doctor, que gana muy bien, si usted ganara así tal vez ya no contestaría ni el saludo, porque dice que el dinero cambia a las personas, pero no creo, usted y sus amigos son diferentes».
«Docto, teniendo ella el cargo que ostenta y en una institución tan importante como aquella donde trabajo, siquiera debería saber responder el teléfono; el otro día tuve que llamarla, y me contestó como si fuera cualquier cosa, es más, hasta me cortó la llamada. Ese día me iba a escucha la vela verde, pero no, astuta ella, me dejó con la palabra en la boca. Es prepotente, malcriada, soberbia, pero ya me cansé, doctor. Para que tenga una idea, en plena pandemia, está obligando a que algunos trabajadores vayan a trabajar; y vuelvo a repetir, no sé si será calzonaso, o pago político, pero los de arriba no dicen nada de nada».
«Docto, esa jefa es como el Covi, muta de personalidad y de aspecto físico. ¿Sabe?, se pinta el cabello para parecer gringa, pero su cara de ñusta no se lo permite; se hecha perfume para oler mejor, pero su pH es fuerte, y apesta como su actuar y se cerebro; se viste como pituca, claro, como gana bien, pero usted sabe, doctor, que la mona, aunque se vista de seda, mona se queda. Y así, doctor, podría seguir contándole más cosas, pero creo que es hora de tomar caminos diferentes. Otro día que nos encontremos le digo su nombre completo; por ahora me lo guardo, porque conociéndole, usted es capaz de sacar en el periódico esta conversación, y ahí sí que me jodo.
Las Pampas, 03 de setiembre de 2020