LA HERMANA

CRÓNICAS DE UN APÓSTATA

Escrito por Jacobo Ramírez Mayz

Subo al colectivo para irme a mis Pampas linda y querida. El chofer me saluda y me dice por qué tan tarde, profe. Si supieras por qué, te jalarías los cabellos, le respondo. Estoy sentado tras del conductor y a mi lado va una señora que me mira de reojo y desconfiada. 

El caos vehicular es una desgracia; calculo un viaje de una hora, y me acomodo lo mejor que puedo para dormir un poco. 

De repente, me llega una llamada, respondo y, coincidentemente, la señora que está a mi lado también tiene una llamada, y casi gritando le cuenta a su interlocutor que un hermano ha sufrido un accidente y que hay que orar por él. 

Su conversación y el ruido de los bocinazos no me deja escuchar a mi amigo, por lo que le digo que después lo llamo, así que cierro los ojos para no ver todo el desorden de los vehículos.

El bocinazo de un camión hace que los abra más de lo normal y le mento a la madre mentalmente al chofer. Creo que la señora que estaba a mi lado, seguramente por algún poder divino, entendió lo que pensaba pues me miró con cara de espanto. Trato de ignorarla, pero después de unos segundos la vuelvo a mirar y me percato de que está revisando su Facebook. Vuelvo a mirar por la ventana y en ese momento comienzo a oír un himno evangélico y, como debo tener el demonio dentro de mí, esas canciones me ponen los pelos en punta. La señora comienza a cantar el himno. Para distraerme, me pongo a revisar mi celular. 

De un momento a otro, oigo un aleluya con esa voz parecía a la de los endemoniados. Entonces la miro molesto, ella hace lo mismo, pero, después de unas milésimas de segundo, la veo bajar sus ojos. Sentí que debe haber visto al demonio, y me río pensando en eso.

Mi demonio me dice que haga algo, que no me quede con las manos cruzadas. Entonces busco la canción Bohemian Rhapsody de Queen y la pongo a todo volumen. Ruego a Diosito que el volumen de mi celular sea más fuerte que el de la hermana evangélica. Después de unos segundos, sonrío porque confirmo que Dios escuchó mi súplica. Revienta dentro del carro la voz inconfundible de Freddie Mercury y la hermanita se incomoda. Veo que quiere subir el volumen de su música, pero no surge efecto. Para ignorar mi música, pone su celular a la altura de sus oídos. Termina la canción y comienza I want to break free. Esta suena más fuerte porque ya estamos por un lugar donde hay menos tránsito y siento que la vencí.

Guarda silencio, apaga su celular y, levantando la voz, me dice: «Esa música que escuchas es del diablo». Le respondo enérgicamente: «Para mí su música es diabólica». Ya está fuera de sus casillas y me aclara: «La Biblia dice que quienes escuchan esos tipos de música no irán al cielo». Me pongo a pensar en qué parte de ese sagrado libro dirá eso y para no darme por vencido, sacándome mi gorrita, le respondo: «También dice que los pelados no heredarán el reino de los cielos», se queda callada y creo que ella también busca en su cerebro en qué parte de la Biblia dice eso. 

Al verla confundida, y siguiendo el ritmo de la canción, muevo mi cabeza como poseído. Me dice que estoy a tiempo de arrepentirme, de pedir perdón, de entregarme al Señor. En caso contrario, me quemaré en el infierno eternamente.

Trato de no hacerle caso. Avisa al chofer que va a bajar y así lo hace, pero no sin antes aclarar: «Te quemarás en el infierno eternamente». Ahí nos vemos, le respondo, y ella tira la puerta. Entonces apago mi música porque todavía me quedan unos 5 minutos de viaje, y el chofer me dice: «Profe, al menos usted ha podido refutarle, en cambio yo, muchas veces me tengo que tragar eso y otros discursos más; qué suerte la de usted». Sonríe y siento su risa como si viniera de ultratumba.  

Las Pampas, 16  de junio de 2022