Por Israel Tolentino
Por los frutos los conoceréis, es la mejor manera de darse cuenta de quien cultiva los árboles. Los tiempos son malos, hay incertidumbre, es un agobio saber que el término MAESTRO se usa sin tener cabalidad, desde quien desgobierna hasta en las actividades del día a día. Llamamos maestro por no decir algo a cualquiera.
Mi abuela, Olga Trujillo Huamán, es la maestra que recuerdo sin haberla conocido, los primeros libros que descubrí en casa de papá Miguel, mi abuelo, tenían su firma. Es extraño, uno no sabe de las huellas de la primera etapa de la vida, hasta cuando maduran los años, revisando el epítome, descubres nombres sin rostros, solamente historias y marcas indelebles en la piel.
Los caminos de la vida, si bien no son los que uno esperaba, como dice la canción, siempre te transportan a sorpresas inimaginables. Es remoto el recuerdo de mi maestra de la escuelita fiscal en San Rafael, cursaba transición, su mano guiando la mía para escribir las primeras palabras salidas de los renglones o los garabatos fuera de los márgenes, Hilda se llamaba la maestra, queda una foto de ese tiempo. De esa idílica primaria, recuerdo a quien es hoy mi amigo, allá en la escuelita Santa María de Guadalupe en Huácar, al profe Illico, Eliseo Salazar Cajas, siempre joven y de buen ánimo como su guitarra, contando a su estudiante de 5to de primaria que su abuelita había fallecido ese fin de semana. Tengo presente a la madre Paulina, monjita risueña y disciplinada, pintando un trozo de triplay para realizar un cuadro con conchitas traídas del mar de Lima, enseñándonos a llevar la más grandecita al oído para oír las olas. Los cerros de Ambo y Huácar eran los límites existenciales.
El país en continuo avance hacia atrás, el Apra en su oportunidad de esquilmar la patria y los sueños, llegó a Huánuco, al colegio San Luis Gonzaga, el primer maestro por impresión fue Juan Robles, enseñaba Álgebra, estricto y justo, años luego su hijo en mi curso de dibujo y pintura, una estima que no podía explicar. El inolvidable tutor, Gino Allende Garavito, aceptaba que le digamos Gino, nos ayudó a encontrar nuestras vocaciones. Padre Oswaldo Rodríguez, amigo de mi abuelo y amigo por extensión. La secundaria para descubrir las letras, el maestro Juanito Giles y Luis Mozombite, que sin saberlo, por poco me vuelven escribidor; el gracioso Juan Martel, nos enseñó a querer a los Visigodos: altos, fuertes de ojos azules como él, fallecido prematuramente. La media se pasó con la rapidez con que se come una papa rellena con col y mucho ají o unas salchipapas en el Huapri o las primeras galletas Pícaras.
Nadie muere en su víspera reza la voz popular, los maestros como las buenas películas iban acercándose, tres films inolvidables: Madadayo, de Akira Kurosawa; La sociedad de los poetas muertos con Robin Williams y Ethan Hawke dirigida por Peter Weir; El profe, con Cantinflas como el maestro Sócrates.
La vida te vuelve duro y necesitas maestros pesados para sortear inflaciones y coches bombas. En Lima con 16 a cuestas, fue mi tío abuelo Romeo Cotrina, el maestro que guió la elección del arte como camino, ya la maestra del colegio Scipión Llona, enseñándome a dibujar el autorretrato me recomendó conocer Bellas Artes. En poco tiempo era estudiante en la Escuela de Arte. El maestro pintor Garagati llegado de Alemania nos habló de Europa y Rembrandt y José Chero, el maestro grabador, fueron los que hicieron que el miedo a enfrentar la vida con el arte se perdiera. Vinieron Joel Meneses, Tina Martina, Hugo Alegre y Paco Vílchez, excelentes dibujantes; Carlos Palma y Eusebio Leandro maestros del color enseñándonos a observar pintura. Haroldo Higa, adiestrándome en los volúmenes.
Crecía en edad y ya con perfil de artista, la subsistencia envió otros maestros: Alfonso Castrillón, quien escribió para la primera individual; Pablo Macera, mi confesor artístico; Víctor Domínguez, quien me devolvió los Andes; Cristóbal Campana, me enseñó a mirar el paisaje andando y el padre Ugo de Censi, con su existencia y cariño le agregó al arte esa aura cósmica.
Llegan los maestros a la vida en el momento en que deben llegar, cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da, nada es más simple, canta Jorge Drexler. Grandes maestros demandan grandes responsabilidades.
Hay profesionales que llevan el país en la espalda y el pecho, es necesario sumar, desde donde se está, una institución Particular como el Isaac Newton o estatal como el Colegio Industrial Hermilio Valdizán o una escuelita rural como San José de Tambo… para todos los MAESTROS desde el último rincón de la región, amazonia y andes, a continuar moviendo conciencias, cada día es una oportunidad que no regresará. Es tiempo de sumar, no queda otra. (amarilis, julio 2022)