Arlindo Luciano Guillermo
Conmemoración, gratitud por veinticuatro horas, asueto, libre de clases y estudiantes. Recordamos que el maestro es la piedra angular, principal agente de gestión educativa, de aprendizajes y moldeamiento de la personalidad del estudiante; evocamos con nostalgia a los viejos maestros que enseñaron con esmero y con todo lo que pudieron dar y saber. Ahí acaba todo. “Gracias por elegir esta carrera para enseñarme. Gracias por todo lo que hace por mí”, adolescente mirando los ojos del profesor. Una corbata se gasta con el uso, la comida suculenta se digiere pronto, la jarana dura ese mismo día como borrachera dionisíaca, el “sobre cerrado” se gasta rápidamente.
El maestro representa el alfil de la educación. No es el sabio, enciclopédico, culto, polígrafo, Marco Aurelio Denegri reencarnado, depositario del conocimiento y propietario exclusivo de la verdad. Ese maestro está en extinción. El maestro instructor y “dictador de clases” no tiene butaca en el currículo por competencias y el aprendizaje significativo y trascendental. El maestro educa ciudadanos que aprendan a aprender, convivir democráticamente en una sociedad con grandes desigualdades sociales y económicas y pluralidad lingüística y cultura. En ninguna sociedad de la Tierra se ha instalado el paraíso de la felicidad absoluta, de la igualdad social ni la propiedad colectiva. Democracia, mercado libre, principio de legalidad, respeto por los derechos individuales y el Estado de derecho gobiernan el mundo de hoy.
El maestro educa ciudadanos. ¿Algún profesional tiene “el privilegio” para cumplir responsablemente esta noble tarea? Un edificio, un puente o una carretera deficiente se demuele y reemplaza por otra. Una generación mal educada, mal orientada, que no se educó adecuadamente, sin visión ni valores éticos en la escuela, no tiene otra oportunidad para volver a educarse. Esa generación, “recurso humano perdido”, pero redimible con el poder de la resiliencia, tiene un rumbo meritorio en la vida cotidiana y en la profesión que ejerzan. El maestro no es dictador de clases con estudiantes tiesos como estatuas. La labor pedagógico y moral del maestro va más allá de la pizarra y la tiza; es el apoyo incondicional del estudiante cuando este construye aprendizajes, desarrolla capacidades y demuestra que lo que aprendió queda como un “aprendizaje no solo significativo (Ausubel), sino trascendental”, para toda la vida.
La película Al maestro con cariño desafía el desempeño del docente con estudiantes rebeldes, sin fe ni aspiraciones, expulsados de escuelas por indisciplina y actos que lindan con el delito. Qué fácil es trabajar con “estudiantes angelitos”, que no hablan ni opinan, que no se mueven, que no hacen berrinches ni rompen los materiales, que no se ensucian con barro ni se mojan con agua en los servicios higiénicos. Ahí está el reto del maestro: redimir a los estudiantes. Lo hace con paciencia, a veces con desánimo, pero, finalmente, logra que esos “estudiantes díscolos” sean ciudadanos decentes y dignos de respeto y consideración por la sociedad. El profesor Thackeray cumple esa misión. En La Sociedad de los poetas muertos, el maestro de literatura John Keating enseña a los jóvenes de una escuela tradicional que la libertad está por encima de la imposición y la obsolescencia. El club del emperador revela que la labor del maestro no termina en el aula, sino que se proyecta a la sociedad. William Hundert, erudito en historia antigua, enseña con pasión, pero siente decepción por las actitudes antiéticas de Sedgewick Bell, quien plagia en la escuela y después convertido en político demagogo y cínico. Los coristas es un notable ejemplo de fortalecimiento de capacidades artísticas. El músico Clément Mathieu enseña en el reformatorio el Fondo del Estanque. Allí encuentra a Pierre Morhange, con una voz prodigiosa. Esto demuestra que la música puede cambiar positivamente la vida de los ciudadanos. Eso hace Juan Diego Flórez con Sinfonía por el Perú.
El respeto, la consideración, el reconocimiento y el esfuerzo por enseñar a niños, adolescentes y jóvenes, incluso a adultos, empieza en la familia. Si no se “habla con justicia y gratitud” del maestro en la conversación familiar, los estudiantes no lo respetarán en la escuela. Desautorizar al maestro de los aprendizajes, enseñanzas, testimonios, orientaciones, experiencias, instrucciones etc. es exactamente equivalente a “quitarle autoridad” a las decisiones tomadas por los padres para corregir, dar lecciones u orientar a sus hijos. No es verdad que el respeto tiene que ser ganado por el maestro. El respeto es innato en los ciudadanos, de “buena educación en casa”, de tolerancia, de convivencia. “Yo admiraba al profesor sabio, de conocimiento oceánicos, de gran cultura, cerebro asombroso”, dice un ingeniero de sistemas. ¿Y el maestro lector, metódico, deportista, católico, fiel, responsable con él mismo y la familia, con vocación de servicio, que dio todo por los estudiantes (juventud, paciencia, energía)? ¿Cuánta juventud entregó el maestro jubilado de hoy? A ellos gratitud y justicia. A los maestros en ejercicio diario, el compromiso de trabajar infatigablemente debajo del arpa, sin renunciar ni ocultarse de la noble profesión de educar ciudadanos. Gratitud y memoria eternas al maestro Horacio Zeballos Gámez, a los miles de maestro que lucha sin doblegarse para hacer respetar los derechos del magisterio peruano.