Escrito por: Arlindo Luciano Guillermo
Más de 5 meses de cuarentena desde que se diagnosticó el primer caso de COVID-19. Harta paciencia hemos tenido hasta aquí. Vivir heroicamente sin salir a partir de las 8 de la noche hasta el día siguiente; estar 24 horas enteras en casa los domingos. Es realmente un acto de altísima responsabilidad sobrevivir hoy. No hay paseos, cine, KFC ni jarana del sábado hasta las primeras horas del día siguiente. Nada de eso se puede hacer, excepto que le saquemos la vuelta a la inmovilidad social y juegues una pichanguita con chelas incluidas, ir a un tono clandestino o visitar en mancha a la familia donde podría haber algún miembro vulnerable o asintomático. Eso es lo jodido de la vida. Pero estamos de pie, erguidos como una montaña, resistiendo la pandemia, en familia, vivos, sanos, sin covid-19. Estar vivos es ya una gran victoria cuyo responsable es uno mismo. Lamentamos los 30 mil muertos en el Perú y más de 600 en Huánuco. Dejaron esta residencia pasajera, familiares cercanos y apreciados, amigos de ayer y de hoy, ciudadanos honorables y generosos, pero también villanos y bandidos que ante la muerte se blanquean y se despiden con los honores de héroes de guerra.
Estar jodidos no es estar derrotados. Santiago, el anciano pescador de El viejo y el mar de Ernest Hemingway, dice: “El hombre puede ser destruido, pero no derrotado”. Y lo decía por experiencia antes que por ciencia. Santiago atrapa un gigantesco pez espada. Lucha infatigablemente, sin dormir, días y noches en vigilia, defiende su presa de hambrientos tiburones. Finalmente, los escualos solo dejan la cabeza y el espinazo. Con ese trofeo llega al puerto: satisfecho, victorioso, admirado por los demás pescadores. Así es el hombre: guerrero tenaz, jamás se rinde, siempre enfrenta la adversidad de donde saca lecciones valiosas, aprovecha oportunidades y se reinventa ingeniosamente; sobrevive a cualquier circunstancia adversa y vive cómodamente con bienestar y felicidad. Al principio, estamos jodidos, cuesta luchar con “sangre, sudor y lágrimas”, demanda sacrificio y restricciones, se vive con escasez y austeridad, pero también con valentía y audacia, como la Inglaterra de Wilson Churchill durante la Segunda Guerra Mundial. Después de la tempestad llega la calma y otra vez aparece el Sol radiante. Aún en la peor adversidad, la flor renace hermosa, brota la esperanza, se fortalece la fe.
Jode ver la indiferencia de los demás; jode observar la carencia de empatía clarísimamente en las actitudes de miles de ciudadanos; jode aceptar que la cuarentena nos ha recluido como si algún juez hubiera decidido arresto domiciliario o prisión preventiva por un delito que jamás cometimos. Como el covid-19 aún no ha golpeado la puerta de la casa, estamos tranquilos. Por un momento, creemos que estamos inmunes, blindados, con caparazón de tortuga, invulnerables. El trabajo remoto ha reemplazado al presencial: “Chamba es chamba, Lalo. Tengo que cuidar mi empleo, sino de dónde para comer, vivir, comprar libros y ahorrar para casarme el 2021 con mi novia, que también trabaja con Zoom con sus estudiantes de una escuela privada”, me responde por el celular un amigo escritor, que tiene que ir fuera de Huánuco, tres veces a la semana, para supervisar el desempeño in situ de sus colaboradores y así cumplir con las metas que exige el ministerio. Cuando llega a casa hace un estriptís, se desinfecta rigurosamente. Nadie en su familia ha sido víctima del covid-19. Eso le tranquiliza, pero a las 8 de la mañana lo recoge el taxi para llevarlo otra vez a la rutina laboral.
En estas circunstancias difíciles hay razones suficientes para estar contentos, tal vez no felices. Basta ver las publicaciones en Facebook: fotografías de júbilo superlativo, señales de óptima salud, shopping sabatino con el mismo sueldo de antes de la pandemia, escenas fascinantes de familia, frases edulcoradas y reflexiones filosóficas. Eso nos tranquila. La otra cara de la moneda: dolor, impotencia, llanto, resignación, misa de honras, entierros virtuales, imágenes de amigos y familiares fallecidos, otros en dura batalla contra el virus, etc. Eso nos jode de sobremanera. Nos jode un congreso que actúa en función a las próximas elecciones. Nos jode la discriminación racial en pleno siglo XXI, un energúmeno que escupe, como veneno de víbora, insultos racistas. Me jode esta pandemia, pero también tranquiliza la oportunidad para leer y releer libros apreciados, escribir con ímpetu y paciencia, enseñar desde la casa. Eso me tranquiliza. Los zapatos, las camisas y los pantalones del 2020 me quedan ajustados por la vida sedentaria y comer con ansiedad
Con un covid-19 suelto, como toro en plaza, vivimos tranquilos sabiendo que estamos vivos, sanos, sin los síntomas espantosos, saber que los ingresos no chorreen, pero gotean, que familiares y amigos llaman para “echarnos de menos” e interpretar en el ánimo y el tono de voz que estamos aún bien. Eso nos mantiene tranquilos. Solo queda cuidarse con responsabilidad y disciplina al extremo para que el covid-19 no altere la vida tranquila por ahora. Con el virus, como fantasma invisible y mortal, en la calle, en la casa, en la oficina, en la multitud que se congrega a hurtadillas, estamos jodidos, pero al saber que seguimos vivos y respirando, dispuestos a enfrentar un día más, estamos tranquilos. También estamos contentos y “felices” cuando sabemos que un pariente nuestro le ha ganado la batalla al covid-19, que de UCI sale con los dedos haciendo la v de la victoria, sonriendo; pero nos sentimos jodidos sabiendo que otros siguen batallando.