Jorge Gabino González
Escritor, articulista, profesor de Lengua y Literatura
El presidente Martín Vizcarra se sujetará bien los pantalones; dirigirá a los peruanos el que será a no dudarlo su más esperado mensaje a la Nación; anunciará la inmediata disolución del burdel al que llamamos Congreso; y mandará a la mismísima mierda a toda la sarta de caraduras que habían convertido en cueva de ladrones al Legislativo.
El fantasma de la dictadura aparecerá por donde menos se lo esperaba; nos soplará su álgido y fétido aliento sobre nuestra descubierta nuca; nos dejará la extraña sensación de estar volviendo a vivir cierto ya vivido momento; y se paseará como Pedro en su casa por los deleznables y siempre allanados caminos de las redes sociales.
La televisión de señal abierta dejará de transmitir la basura de siempre porque no le quedará otra; adaptará su refinada y solvente programación a la “difícil coyuntura del momento”; vestirá a sus saltimbanquis de toda la vida de elegantes trajes oscuros acordes con la nefasta ocasión; y los pondrá a estupidizar aún más a nuestra estupidizable gente.
La economía trastabillará como si de los cimientos de una suerte de nueva Torre de Babel se tratara; se especulará a diestro y siniestro en nuestros informales mercados para “demostrarnos” que decisiones como la tomada por el presidente tienen que tener sus consecuencias; nos llegarán acto seguido una sucesión interminable de siniestras e imborrables imágenes del primer gobierno de García; y nos sobrevendrá la maldita incertidumbre.
Los hijoputas de costumbre aprovecharán la oportunidad para llenarse la boca de los maricones “yolodijes” de toda la vida; se frotarán con delectación sus puercas e inmundas manos manchadas con los dineros birlados al Estado; le harán un descarado guiño a la fatalidad de nuestro infausto sino al mejor estilo de Montesinos a Fujimori; y se regocijarán como geishas en el harén de nuestro más “ilustre” dictador.
Los fatalistas de ocasión se rasgarán, horrorizados, sus finas vestiduras, como putas puritanas y pudorosas; apelarán a sus oscuras artes de nigromancia aprendidas a través de las redes, en la llamada “modalidad a distancia”; elevarán sus aullidos a algún incierto dios que les brindará las fuerzas necesarias para ver más allá de lo evidente; y nos vaticinarán el mismo final que Venezuela.
Las feministas recientemente “empoderadas” por la coyuntura social verán en la situación la oportunidad tantas veces esperada para alcanzar lo hasta hace poco inalcanzable; elevarán una sentida y dramática plegaria a santa Flora Tristán, que nunca les ha fallado; postularán una vez más, y a voz en cuello, la falacia de marras aquella de la igualdad de género, y soñarán con el advenimiento del anhelado matriarcado.
Los oportunistas larga e injustamente postergados por el favor del pueblo sacarán plata de donde no la hay para alistar su tantas veces postergada candidatura al Congreso; dibujarán sus putas caras y pintarán sus putos nombres en cuantas paredes encuentren “disponibles” a los efectos; afinarán sus afiladas lenguas con la retórica barata de los manuales de orador que venden en los mercados junto con las papas y los camotes; y se lanzarán a salvar al país de los granujas como ellos.
Los sindicatos habidos y por siempre haber saldrán a las calles a luchar por las reivindicaciones de toda la vida, enarbolando, ¡cómo no!, la bandera de la lucha contra la corrupción como su más señero estandarte; proclamarán a voz en cuello que la dictadura nunca más, que la delincuencia nunca más, que los negociados nunca más, esto es, que el fujimorismo nunca más; marcharán a la voz de “el pueblo unido jamás será vencido” por cuántas calles y plazas encuentren en su camino; y se ilusionarán con el espejismo de la lucha válida por las causas justas, por las causas perdidas.
Los nuevos y pobres defenestrados excongresistas harán uso de su ¿última? carta bajo la manga, con la que dizque buscarán voltearle el pastel al presidente Vizcarra; recurrirán a la figura ampliamente practicada de la leguleyada peruana, recurso de indiscutible tradición en nuestra inefable política; apelarán al fantasma de la dictadura para asustar a los peleles, mequetrefes e idiotas siempre predispuestos a requerir de una buena pasada de huevo; e intentarán vacar al presidente.
Las calles arderán y se desatará la anarquía en cuantos barrios, pueblos y ciudades haya gentes cansadas de tanta majadería.
La delincuencia común emitirá un comunicado a través de sus voceros de prensa, indicando que mientras duren los disturbios y el caos sociales, se abstendrán de la comisión de delitos, pero solo mientras duren las manifestaciones, eh, y a efectos de que no se los confunda con los delincuentes de saco y corbata.
Todo ello pasará porque así estaba escrito que pasara. Porque no importa cuántas veces nos demos contra la misma pared, cuantas veces tropecemos con la misma piedra, cuántas veces pisemos la misma mierda, los peruanos nunca aprenderemos la lección. Jamás aprenderemos.