INSTRUCCIONES A ESCRITORES (QUE NO DARÉ)

Escribe: Ronald Mondragón Linares

Reviso a vuelo de pájaro, más con curiosidad que con atención, vía virtual, artículos llamativos que quizá puedan ser útiles al buen escribir: “8 consejos para escribir mejores diálogos”, “¿Es necesario escribir todos los días?”, “Cómo hacer descripciones para tu novela”, “Cómo saber si eres escritor”, “15 consejos de Stephen King para ser un buen escritor”… Y podría seguir.

¿Hasta qué punto semejantes recomendaciones o consejos le hacen verdaderamente bien al escritor? ¿Hay que aceptarlos solo por el argumento de la tolerancia y las sanas formas de convivencia? ¿Tienen un límite o un punto de inflexión los consejos literarios al escritor?

Reconozco que una frase de Carpentier sobre el uso de los adjetivos cambió de raíz mi punto de vista sobre aquellos: son “accidentes del lenguaje”, opinó el escritor cubano, accidentes en el sentido de obstáculos, asperezas o elementos que restan llaneza o fluidez a la escritura literaria. Al comienzo me pareció algo desproporcionado. Pero el tiempo se encargó de darle la razón a Carpentier. Y aprendí (a no adjetivar por adjetivar, como un maniático, un simplón o un iluso).

Pero, como descargo de mi obediencia discente, debo decir que el maestro fue nada más y nada menos que Alejo Carpentier. Y añadir que este no lo dijo en tono instructivo, sino como una honrada convicción y certeza en torno a su quehacer literario e intelectual.

Creo en la sabiduría ganada por la experiencia. Creo en el talento que el tiempo y la práctica se encargan de pulir y perfeccionar. Creo en la necesidad de escuchar a los que más saben.

Sin embargo, también creo firmemente en que el escritor ha de encontrar su propio camino. Ahí, en el desollar de su alma y en las instancias decisivas de su destino y en el sudor de su piel y las entrañas de su espíritu, solo ahí les servirán los consejos de los sabios. Es decir, solo tendrán sentido en el momento oportuno y tendrán eficacia si el aspirante a escritor tiene la conciencia, el espíritu y el brío preparados.

Además, las instrucciones y normativas literario-lingüísticas, de entrada, tienen un riesgo inmediato: la aplicación mecánica de parte del escribidor (como los automatismos correctivos de la computadora que desconoce el contexto) que no hace sino llevar irremediablemente al fracaso el intento de la composición literaria.

Solo se puede aprender a escribir, escribiendo. Dándose de traspiés y cabezadas en los caminos poco amables del ejercicio de crear y de escribir; mirándose y reconociéndose en los espejos del error: aprendiendo siempre.

Con esto, naturalmente, no quiero decir que hay que rechazar de plano aquello que nos instruya en el oficio de escritor. Pero hay maneras y maneras de aprender y de enseñar.

Una manera de enseñanza-aprendizaje puede ser frívola o de carácter mecánica e imitativa. Que cree que con una serie de directivas precisas y un decálogo maravilloso, le resuelve la mitad de los problemas a los aspirantes a escritores.

Otra manera de enseñar sobrepasa los límites de las directrices y de lo meramente cognitivo e informativo, y se transforma en una verdadera comunión espiritual. Entre almas con aspiraciones, dramas y vivencias comunes, donde la comunicación se vuelve realmente profunda y enriquecedora.

Tengo en mis manos “Cartas a un joven poeta”, del gran Rilke, célebre en la historia literaria universal. He ahí un ejemplo del asombroso poder transformador que pueden tener unas palabras de crítica y aliento al mismo tiempo, dirigidas a un joven escritor. Vargas Llosa intentó algo parecido con su “Cartas a un joven novelista”, aunque es bastante discutible si logró lo que Rilke. Cada escritor es un mundo aparte y es un mundo propio. Cuenta con peculiares maneras de ejercer su trabajo y de ahí nace el estilo.

Franz Kafka, hablando en una de sus cartas sobre su particular forma de trabajo como escritor, decía que no solamente necesitaba de la soledad para ello, sino que esta debía ser absoluta, es decir, encontrarse totalmente desconectado del mundo, “como si estuviera muerto en una tumba”.