Andrés Jara Maylle
“Ten miedo al aire, al agua y a la candela”, decía mi padre para advertirnos de que tomáramos todas las precauciones para evitar una tragedia con cualquiera de estas fuerzas poderosas, naturales e indomables.
“El ratero, cuando entra a tu casa te deja por lo menos unos cuantos trapos. La candela no, la candela te deja calato, tal como estás parado. Por eso ten mucho cuidado. No se juega con candela”. Nos volvía a advertir con toda la seriedad posible.
Y cuánta razón tenía mi padre, ese viejo labriego, severo y cascarrabias, quien dicho sea de paso sufrió los embates del agua en los tiempos de aguaceros diluviales; de los ventarrones que arrasaban con todo a su paso, en los días calientes, entre agosto y setiembre; pero sobre todo, sufrió la ira destructiva del fuego, provocada a veces por algún descuido, y otras tantas por la mano artera y vengativa de ladrones que quemaban las cercas adrede para, en las noches, entrar a sus anchas a robar lo poco que se tenía en la casa o en los campos de cultivo.
Por eso mi padre odiaba profunda y rencorosamente al ratero y, al mismo tiempo, temía y respetaba con inusual recelo al fuego arrasador.
Además, ¿quién no va a temer al fuego con todo lo que vemos, leemos o escuchamos en la prensa todos los días?
Hace años, por ejemplo, contemplamos estupefactos el ahora tristemente famoso incendio en Mesa Redonda en donde toda una manzana de centros comerciales acabó en cenizas luego del pavoroso incendio que lo consumió. Las escenas eran inenarrables y los muertos, por desgracia, fueron muchísimos.
O esa otra tragedia, también en Lima, en donde un edificio entero fue arrasado por las llamas y en donde terminaron carbonizados dos trabajadores, encerrados en un enorme contenedor, sin poder salir, pues por fuera los dueños del negocio lo habían asegurado con llave para que los obreros no pierdan tiempo saliendo de su área de trabajo.
Y así podríamos seguir enumerando tantas desdichas, tribulaciones y lamentos provocados por la fuerza arrasadora del fuego que aparece en el momento menos esperado y en el lugar menos previsto. Como el que sucedió la semana pasada en la cuadra ocho del jirón San Martín, en Huánuco. Allí sucedió una de las tragedias más grandes jamás vista en por lo menos los últimos cien años. Algo que lamentamos de todo corazón
Y entonces comienza el infortunio de la víctima que ve perplejo, anonadado e impotente cómo esas lenguas de fuego, esa humareda negra e intensa va consumiendo todo lo que se ha construido en largas jornadas de trabajo; cómo se va destruyendo todo lo ahorrado a lo largo de muchas privaciones.
Y lo peor es que a la desalentada víctima solo le queda mirar sin poder hacer nada. Agobiada por la inercia sus ojos verán que los frutos de tanto esfuerzo, trabajo y dedicación terminarán convertidos en un montón de cenizas amorfas e inválidas.
Por otro lado, me parece muy bien la solidaridad de la gente común, de los amigos, de los familiares, de los colegas. Nada más oportuna la ayuda que en esos momentos se necesita a raudales. Todo será bienvenido.
Pero como nada es perfecto, ni siquiera las buenas intenciones, pues de estas está empedrado el mismísimo camino al infierno, hay cosas que nos disgustan. Esos son los inútiles, inoportunos e interesados exhibicionismos.
Lamentablemente, estos exhibicionismos provienen de algunas autoridades que creen que en medio del fuego ellos pueden convertirse en exitosos pescadores. Y el caso lo hemos visto y comprobado hace días con un hecho patético pero que muestra la catadura de algunos funcionarios.
Por ejemplo, qué necesidad tenían los del gobierno regional de filmar y transmitir en vivo (vía Facebook) el recorrido del carro bomberil de Corpac. Porque mientras esta unidad venía desde el aeropuerto, adelante iba una camioneta regional filmando y acotando machaconamente que “gracias a la gestión de la presidencia ahora iban los bomberos del aeropuerto a dar cuenta del atrevido fuego que ardía en el jirón San Martín”. Ya en el lugar del desastre, increíblemente, otras instituciones también vía Facebook alardeaban que gracias a ellos muy pronto el fuego que arrasaba sería historia. Cosas de exhibicionismos y exhibicionistas. Lamentable.