Gracias, Rogelio Tucto

Jorge Farid Gabino González

Hace ya no pocos años que la educación ha dejado de recibirse como se recibía antes, ha dejado de impartirse como se impartía antes, ha dejado, en definitiva, de ser lo que era antes. Dicho cambio, variable en cuanto a sus dimensiones según las áreas del globo de que se trate, se debe en gran medida no ya a la adopción de alguna nueva y providencial política educativa que, caída del cielo, hubiese llegado a solucionarnos el que es quizá nuestro más inveterado problema, sino a la irrupción vertiginosa de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Y es que estas, presentes ya en casi todos los ámbitos en que transcurre nuestra vida diaria, han sabido encontrar en el de la educación terreno más que fértil donde echar raíces y donde también, claro, comenzar a dar sus primeros frutos.

Así, resultan hoy indiscutibles los beneficios que brindan a la educación (al logro de aprendizajes, más bien) el uso de las TIC, que no querer verlos denota una evidente cerrazón mental, una más que palmaria obcecación del entendimiento. Ahí está, por ejemplo, entre las principales bondades que trae consigo el uso de las llamadas nuevas tecnologías, su facultad de despertar el interés de los estudiantes por materias que, hasta no hace mucho, su enseñanza solía estar signada por el tedio, por la monotonía; esto es: las matemáticas, por citar un ejemplo harto conocido. Hoy, sin embargo, esto ha comenzado a cambiar, pues gracias a recursos como animaciones o ejercicios multimedia, los estudiantes cuentan con mayores posibilidades de lograr aprendizajes verdaderamente significativos.

Está también, cómo no, su facultad de promover el trabajo cooperativo. Indiscutiblemente una de sus más importantes características. Las razones son obvias: nunca como ahora el ser humano en general ha estado tan interconectado como lo está ahora. Dicha interconexión, naturalmente, se advierte con muchísima mayor medida en los jóvenes, quienes por evidentes razones son los que suelen conformar el público integrante de nuestras escuelas, lo que torna a lo anterior aún más significativo. Así las cosas, resulta una verdad a prueba de todo cuestionamiento el que gracias a los dispositivos tecnológicos (celulares, tabletas, laptops) nuestros jóvenes pueden realizar una más fructífera interacción no solo a nivel social (cuya importancia está, también, a prueba de toda refutación) sino también a nivel educativo.

Claro que, aunque parezca mentira, existen personas que, lejos de entender el mundo de posibilidades que las tecnologías de la información y la comunicación nos pueden brindar, sobre todo en materia educativa, optan, más bien, por despotricar en contra de la presencia de los teléfonos móviles en las escuelas, y por condenar, con ello, a quienes osen portarlos dentro de las aulas. Su argumento, bastante conocido, por lo demás, no es otro que el que señala que los celulares solo sirven para distraer a los estudiantes dentro del aula, impidiendo, con ello, el logro de los aprendizajes, y que, por tanto, merecen su expulsión definitiva de las instituciones educativas. Falso de toda falsedad.

Para empezar, quienes así opinan ignoran, o quieren ignorar, que los celulares son, hoy por hoy, una poderosa herramienta para el logro de los aprendizajes, y no solo dentro, sino también fuera de la escuela. ¿La expresión m-learning les dirá algo a estos desavisados? Dice Wikipedia respecto del m-learning, y yo le creo, lo siguiente: “es una forma de aprendizaje que facilita la construcción del conocimiento, la resolución de problemas y el desarrollo de destrezas y habilidades diversas de manera autónoma y ubicua, gracias a la mediación de dispositivos móviles portables tales como teléfonos móviles, PDA, tabletas, Pocket PC, iPod y todo dispositivo que tenga alguna forma de conectividad inalámbrica”.

Pues bien, es sobre esto último, precisamente, sobre lo que quisiéramos poner nuestra atención. Habida cuenta de que ahora, gracias a la iniciativa legislativa del congresista Rogelio Tucto, y de aprobarse su proyecto de ley, el uso de los teléfonos celulares quedará proscrito de los colegios del país. Ya que, aunque su referido proyecto contempla una excepción, lo cierto es que ya nadie se arriesgará a usar estos dispositivos por temor a las consecuencias que le podría acarrear.

Aquí el susodicho proyecto de ley, que citamos por extenso dada su “importancia”:

La presente ley tiene por objeto prohibir el ingreso y uso de teléfonos móviles y otros dispositivos similares, durante el horario de clases, a Instituciones Educativas Públicas y Privadas por estudiantes de nivel primaria y secundaria. Esta restricción aplicará tanto para los estudiantes como para los profesores.

Constituyen infracción a la presente ley:

  1. a) Aquel estudiante que usa e ingresa por primera vez un teléfono celular u otros dispositivos similares, durante las horas de clases, incurrirá en una infracción leve la cual será sancionada con el decomiso del teléfono celular u dispositivo similar, y será entregado a la madre, padre y/o tutor.
  2. b) Aquel estudiante que comete una infracción leve por tres veces consecutivas incurrirá en infracción grave la cual será sancionada por la Institución Educativa a la madre, padre y/o tutor, en coordinación con la Asociación de Padres de Familia que pertenezcan.
  3. c) El menor que comete la infracción grave junto al padre, madre y/o tutor asistirá a sesiones de orientación especial por el área de psicología de la citada institución o las que haga sus veces.     

Una pregunta antes de terminar: ¿qué rayos pinta la atención psicológica en todo esto? Atención siquiátrica es lo que se precisa, pero para cierto congresista.