Jorge Gabino González
Escritor, articulista, profesor de Lengua y Literatura
A poco más de un año de que se realicen las elecciones presidenciales de abril de 2021, y de que los peruanos escojamos, en consecuencia, a quien tendrá la enorme responsabilidad de convertirse no solo en el próximo presidente constitucional del Perú sino también, y sobre todo, en el presidente del bicentenario, esto es, en erigirse en quien habrá de marcar un antes y un después en el derrotero de nuestra desprestigiada política (muy al margen de que se podría argumentar que son todavía prematuras cualesquiera proyecciones respecto de quienes serían los que cuentan con mayores posibilidades de hacerse con la más alta magistratura del país), no deja de ser ilustrativo de cómo marchan las preferencias de la ciudadanía a ese respecto, el hecho de que quienes encabecen las encuestas en estos momentos, y desde hace ya algunos meses atrás, a decir verdad, sean los señores Daniel Urresti y Salvador del Solar, congresista más votado del último proceso electoral parlamentario y expresidente del Consejo de Ministros del actual Gobierno, de manera respectiva, individuos no caracterizados precisamente por ser figuras representativas de nuestra llamada clase política.
Ello porque, para empezar, si hay algo por lo que destacan ambos personajes a primera vista, es porque no pertenecen a ninguno de los partidos políticos “tradicionales” que (lamentablemente) existen todavía en nuestro país. Lo cual es ya mucho decir en los tiempos en que vivimos, en los que ya nadie parece creer que algo bueno pueda salir del seno de estas instituciones consuetudinariamente venidas a menos por obra y gracia de sus propios militantes, de sus “insignes” militantes. Además de que nos da una clara idea de lo que la población estaría buscando que caracterizase a nuestro próximo Primer Mandatario: que no provenga de las “canteras” de que han salido nuestros últimos “ilustres” presidentes; individuos signados, casi sin excepción, por el estigma nefasto de la corrupción, de la gestión mal hecha. Parecer por lo demás plenamente justificado, habida cuenta de los abundantísimos testimonios que dan cuenta del grado de corrupción a que habrían llegado nuestras más altas autoridades, sin que nadie pareciera haberse dado cuenta del asunto.
Pues bien, el caso es que de tener razón las encuestas, y por qué no habría uno de creer que las pudieran tener; y de haber escuchado por fin Dios nuestras plegarias, y por qué no habría uno de creer que estas pudieran ser escuchadas, lo más probable es que este par de individuos, que de momento no parecen saber por qué diablos gozan de la simpatía de las gentes, serán quienes a las finales terminarán llevándose los votos de una población por decir lo menos desorientada. Y es que, muy al margen de que por lo menos uno de los personajes en contienda pudiera no reunir las credenciales mínimas para ocupar los cargos a que estaría aspirando, resulta indiscutible que solo en la medida en que la población en su conjunto opte por darle la confianza a estos nuevos individuos, se podrá estar garantizando que al menos en este punto se contará con personas realmente calificadas para desarrollar la labor para la que fueron elegidas.
Con todo y con eso, es bueno no perder de vista que, en lo que toca al señor Urresti, por ejemplo, es este alguien que si por algo se ha venido caracterizando en los últimos años en que ha tenido bajo su responsabilidad diversos cargos relacionados con la liberación de la ciudad de los pillos y ladrones que de manera regular han venido haciendo de las suyas en la capital, es por su infatigable lucha en contra de los actos de corrupción a los que, sobre todo en los últimos años de su vida, se lo habría pretendido vincular como parte de las investigaciones llevadas adelante por el llamado Equipo Especial Lava Jato.
Lo que preocupa, en cualquier caso, es que de llegar a ganar las elecciones el señor Urresti en 2021, lo más probable es que termine convirtiendo al Perú en el país que nadie en su sano juicio se atrevería a desear. Es decir, en una triste y patética Nación en la que, por ejemplo, no tendrían cabida los que fueran diferentes de lo que este señor asumiera que fuese lo correcto. Hecho que por más irreal que pudiera parecer, en realidad no lo es tanto; máxime si con quien se relaciona es con el personaje antedicho, de quien se puede esperar cualquier cosa, esto es, por decir algo, que se comience a fusilar a todos los presidentes corruptos que hemos ido descubriendo a lo largo de los años, empezando, dice, por su hermano. Pero cuidado, que quien es capaz de matar, o de mandar a matar, a su propio hermano, por mucho que este pudiera ser incluso el mismo Ollanta Humala, no es nunca “justo”. Un hijo de puta es lo que es. Alguien que, para ganarse el aplauso de los idiotas, sería capaz de mandar a matar hasta a su propia madre. A cuidarse de este tipo de gentes, que los tenemos por montones. Postulan a la menor ocasión. Asesoran al primer papanatas que se les cruza en el camino. Cabrones fusiladorcitos es lo que son.