Andrés Jara Maylle
A inicios de la década setenta, cuando entré al primer grado de primaria, mi hermana Martha que me quiere tanto, me hizo una de las preguntas más importantes de mi vida. “Pochito, para qué vas a estudiar cuando seas grande”. Yo no dudé un solo instante: “Estudiaré para bailar negritos”, le dije con absoluta seguridad. Ahora que se acerca el fin de año y solemos hacer “balances” me doy cuenta que este debe ser uno de mis primeros sueños incumplidos. Por alguna razón los dioses, el destino y la situación de mi familia se confabularon para que no bailara negritos en ninguna cuadrilla seria. Por eso, ahora solo me conformo con recibirlos en mi huerta, verlos bailar, tomar chicha de jora, adorar al Niño y listo. Creo que eso vale para sacarme el clavo que me incomoda desde mi lejana infancia.
Cuando tenía unos diez u once años, todos los días, infaliblemente, a eso de las tres de la tarde, subía hacia la cumbre del Sengan Urco (el cerro que hoy está poblado por asentamientos humanos) a recoger los toros y vacas y traerlos a la casa. Cuando estaba en la cumbre misma, también indefectiblemente, aparecía desde el fondo de Cayhuayna, rugiendo estrepitosamente, el avión de Aero Perú o Fauccett, y como el Sengan Urco está a un par de kilómetros del aeropuerto, la aeronave pasaba muy cerca de mí, prácticamente a tiro de piedra, rozando el cerro a unas cuantas decenas de metros de donde yo me ubicaba. Era un niño y mi sueño, algún día, era tumbarme el avión de una certera pedrada. Incluso tenía preparado una ruma de piedras bien escogidas que ayudarían a mi demencial propósito, y un día de esos llevé escondido una huaraca para entrenarme y no fallar mi objetivo. Creo que este también es, felizmente, un sueño incumplido.
Pero al margen de aquel anhelo descabellado, a mis diez u once años me encantaba ver el aterrizaje y el despegue de los aviones desde el amplio panorama que me daba la cumbre del Sengan Urco. Y desde aquel momento me prometí que cuando sea grande y tenga mucha plata viajaría en aquel u otro avión más inmenso hacia un destino que yo mismo desconocía. “Algún día yo también viajaré en avión”, me prometía a mí mismo. El destino de depararía una sorpresa: la primera vez que me trepé a un avión, incrédulo y temblando de miedo, fue gratis pues todo lo pagaba un premio literario que hoy casi nadie se acuerda. Por lo demás, ahora que he viajado en avión a muchos lugares dentro y fuera de la patria y que he cruzado incluso el Atlántico después de doce horas continuas de vuelo, puedo decir que esta sí es una promesa y un sueño que estoy cumpliendo largamente.
Cuando en 1992 ingresé a laborar como docente a mi alma máter, la Universidad Nacional Hermilio Valdizán, me prometí que solo trabajaría unos diez o quince años; es decir, hasta el año dos mil o dos mil cinco. No más. En aquel tiempo solo quería ser un poeta y leía y escribía bastante, obviamente con el apoyo y los consejos de mis buenos amigos y maestros que todos conocen. Suponía que ese era un tiempo más que suficiente para construir las bases de mi futuro trabajo literario. Pero nuevamente el destino, las circunstancias o el azar se interpusieron en mi camino y, para bien o para mal, continúo en aquella institución a la que agradezco por el trabajo y por el pan de cada día.
Creo que la vida está llena de promesas y de sueños (cumplidos o incumplidos) y son esos avatares los que al final justifican nuestra existencia. La vida, esa barca que muchas veces flota a la deriva en un mar desconocido e inmenso y que cualquier cambio intempestivo de ruta nos conducirá hacia destinos que jamás hemos imaginado. Conozco a mucha gente buena que buscando hacer realidad sus sueños, persiguiendo sus anhelos, o intentando dar cuerpo a sus promesas han echado raíces en lugares nunca premeditados, igual que los barcos que encallan en algún puerto ignorado.
Por lo demás, soy un convencido de que es la misma vida quien nos da las oportunidades para que nuestros sueños o promesas se cumplan (o incumplan). Para reinventarnos a cada instante y vivir la vida plenamente: con lo bueno y con lo malo, con nuestros triunfos y derrotas, con nuestras alegrías o tristezas, avanzando y retrocediendo.
En lo que me respecta, haciendo un breve “balance” puedo decir que habiéndose cumplido o incumplido algunos sueños o promesas, no me queda otra que agradecer la existencia que llevo, la vida que vivo: tengo amigos que me estiman, una familia que me extraña, un trabajo que me dignifica. Y siempre hice, hago y haré lo que más me gusta: enseñar, escribir, leer y viajar.
Huánuco, 29 de diciembre del 2019.