FICCIONES POLÍTICAS

Por: Arlindo Luciano Guillermo

En la historia de las elecciones del Perú, siempre, en segunda vuelta, se han enfrentado dos varones o un varón y una mujer. Alberto Fujimori derrotó en las ánforas a Mario Vargas Llosa, este, con la decencia y la amabilidad de un ciudadano liberal y demócrata, felicitó al ganador, porque en democracia se gana o se pierde voto a voto. Ollanta Humala ganó a Keiko Fujimori. A pocos días de las elecciones presidenciales surgen especulaciones, apuestas e hipótesis sobre quién ganará en segunda vuelta.
Una posibilidad, no remota ni improbable, es que la segunda vuelta enfrente a dos mujeres (inteligentes, jóvenes, simpáticas y con todo el derecho del universo de ser elegida) para disputarse la presidencia de la república: Keiko Fujimori y Verónica Mendoza, dos féminas, un solo objetivo: palacio de gobierno. ¿Cuál sería el comportamiento del electorado en esa coyuntura? ¿Cómo se alienarían los líderes y partidos políticos? Si las ficciones literarias son verdades que encubren grandes verdades; las ficciones políticas podrían ser grandes oportunidades de hacer realidad nuestros deseos más recónditos.
En el escenario de la política nada es casual. En política, como en el fútbol y las relaciones amorosas, todo puede suceder; todo vale. Unirse con Dios y con el diablo si se trata de ganar las elecciones y sacar ventaja y beneficio personales es una buena decisión. Es que la definición más pragmática de la política es la vigencia del pensamiento de Nicolás Maquiavelo: “El fin justifica los medios.” Así la política se convierte en el ejercicio diario de la pendejada, de la viveza abyecta, de la astucia transgresora, del cálculo matemático aplicado a los hechos y la maquinación artera en contra del contrincante, del opositor. La política es el arte de lo posible.
¿Qué sucedería si Keiko y Verónica se encuentran, por azares del destino y la voluntad el pueblo, en una eventual la segunda vuelta?
El Perú tendría, por primera vez, una mujer en el más alto cargo político: presidenta de la república. Nunca una mujer llegó a ser presidenta. Si se diera ese escenario, estaríamos ante un caso inédito en la historia del Perú. Desde el protectorado de José de San Martín hasta Ollanta Humala, todos los presidentes fueron varones. La mujer llegó hasta el parlamento, una alcaldía, una presidencia regional y la presidencia del congreso de la república. Si la ficción política fuera una premonición, el anuncio de un hito histórico, el 28 de julio de 2016 estaría juramentando como presidenta de la república Keiko o Verónica.
Keiko tiene 40 años; Verónica, 35. Verónica es sicóloga; Keiko administradora. Ambas son jóvenes, profesionales, tienen esposo, nacieron en el Perú. Alan García fue presiente de la república cuando tenía 36 años. Impetuoso, soberbio superlativo, dueño absoluto del poder. Dejó al país en ruinas en solo 5 años. Alberto Fujimori llegó a palacio de gobierno a los 62 años. Keiko estuvo cerquísima del poder político; Verónica solo llegó hasta el parlamento. Ambas son lideresas políticas que convencen a los ciudadanos electores y convocan multitudes.
El electorado estaría en medio de dos propuestas políticas opuestas. Keiko representa la prolongación de la ideología de Alberto Fujimori. Verónica está plenamente identificada con la ideología de izquierda, que no es el pensamiento Gonzalo ni la aventura guerrillera del MRTA. Keiko es Keiko, pero la sombra densa del padre la persigue por donde sea. Verónica tiene lo suyo: el sur peruano es su gran bastión. El centralismo limeño se enfrentará a la provincia milenaria del Cusco.
El electorado tendrá una gran disyuntiva: votar por Keiko o Verónica, no tendría más salida. Otros, seguramente, optarán por el voto en blanco o viciado, que finalmente, es comprensible, cuando los políticos han dado malos ejemplos de ejercicio y permanencia en el poder. Así sabremos qué tanta madurez cívica existe en el Perú. Los ciudadanos tendrán que evaluar las propuestas, las actitudes de los candidatos y las intenciones que tienen con el poder. El pueblo, que tiene mucha sabiduría y conoce por experiencia lo que sucede en la historia cotidiana, elegirá con su voto a quien gobernará el Perú desde el 2016 hasta el 2021, año en el que la república cumplirá 200 años. ¿Acaso no es una premonición, en la ficción política, que una mujer sea elegida presidenta de la república? Aunque parezca iluso, cándido, esto es posible, salvo que Alfredo Barnechea suba como espuma y PPK se desinfle como neumático de combi. Repito: nada está dicho hasta cuando acabe la votación el 10 de abril.
¿Cómo actuará el elector machista en el escenario Keiko-Verónica? ¿A quién le dará su voto? Que una mujer sea presidenta de la república no garantiza que, de la noche a la mañana, el Perú ascienda a las esferas de los países del primer mundo. La mujer, como el varón, tiene virtudes, fortalezas, debilidades y defectos. La política no se ejerce con los genitales, sino con la decencia, la inteligencia y las habilidades para gestionar, manejar los oleajes de las relaciones políticas, concertar para gozar de gobernabilidad duradera y sostenible y visionar una nación próspera, con equidad y justicia para todos.
La ficción nos otorga el privilegio de soñar, imaginar, crear realidades fantásticas, pero, en el fondo de los deseos, revela un presentimiento, el adelanto de un acontecimiento. Si Keiko y Verónica llegan a la segunda vuelta, votar se convertirá en un acto cívico de gran responsabilidad ética, un dilema filosófico muy complicado, que solo se resolverá cuando el elector esté, solo con su duda y su consciencia, en la cámara secreta, listo para marca por una o por otra.
En el escenario de las ficciones políticas, dos mujeres se disputarían la preferencia del electorado. Una flor representa feminidad, belleza natural, perfume penetrante, esbeltez y fragilidad. Una flor entre los cabellos de una mujer resulta tan exactamente adecuada como un aro en el dedo, pero en un varón resulta impertinente. La letra k representa, en la simbología política, la letra inicial de la candidata, que se asocia con el egocentrismo, el culto a la personalidad. Los colores de los candidatos también tiene mensajes que pueden contribuir con la toma de decisiones de los ciudadanos en el momento de emitir el voto o expresar su simpatía públicamente. El ciudadano informado, del antes y después de los candidatos, emitirá un voto responsable. No está en juego un partido de fútbol, que dura 90 minutos, sino la elección de un presidente de la república que conducirá por 5 años los destinos de la nación.