Hace poco se celebró el día de las madres y mañana se celebrará el de los padres, y aprovechando la ocasión decidimos hablar con mi alter ego sobre su niñez y adolescencia, aventuras y desventuras.
John Cuéllar. Sin rodeos, quiero preguntarle si tuvo una infancia feliz.
Jorge Breen. Mi infancia fue como la de cualquier mortal, con momentos felices e infelices. No creo que haya ser humano en este mundo con una felicidad o infelicidad absoluta. Ni el mismísimo Jesucristo, siendo Dios-Hijo, pudo darse semejante lujo.
John Cuéllar. ¿Podría contarnos algunas anécdotas al respecto?
Jorge Breen. Nací en una familia medianamente pobre. Mi padre era una especie de trotamundos, iba de un lugar a otro desempeñándose como cocinero. Mi madre casi siempre se encargó del cuidado de la familia. Un estigma difícil de superar fue la muerte de mi hermano mayor “Ocollo”. Según refieren mis hermanos, cuando teníamos entre dos y tres años yo provoqué su muerte. Para serte sincero, no recuerdo nada anterior a los seis años de mi vida.
John Cuéllar. ¿Es el único hecho que le recuerdan sus familiares?
Jorge Breen. También me hablan de un sanitario que cuidaba de mí, le decían “Shanico”. Dicen que una vez me llevaba, mientras caminaba triste, y, al estar por el mercado, me ofreció una fruta, para sorpresa suya elegí la más grande, algo que le causó una gracia singular.
John Cuéllar. Pasemos a la etapa que más recuerda, su niñez.
Jorge Breen. Siempre digo y, según lo recuerdo, fue así: empecé a trabajar desde los seis o siete años. No porque mis padres me obligasen, sino porque tenía la necesidad de contar con un dinero para comprar lo que deseaba en ese entonces. No tengo claro si primero vendí Sibarita, Ajinomoto o bolsas. Luego pasé a los lápices, las pastas dentales, los utensilios, los relojes, los útiles escolares, los panetones, los chisguetes, etc.
John Cuéllar. ¿Y se sentía bien al hacer eso a temprana edad?
Jorge Breen. Sí. Es que hacía lo que me gustaba, además de ser una buena excusa para la libertad.
John Cuéllar. ¿Libertad?
Jorge Breen. Sí. Mi padre era como esos señores de la Santa Inquisición, que decían una cosa y eso era ley, sin importar cuán absurdo fuese: no podías estar fuera de casa más de las 7:00 pm; debías obedecer a la primera, sin importar si hayas escuchado o no; no tenías que levantar la voz; no podías negarte a una orden; no debías salir en defensa de tu madre; tenías que dormir luego de las tareas; no podías repetir de año; no debías traer novedad alguna del colegio; no tenías que descansar durante el día; no podías faltar a las clases, etc.
John Cuéllar. ¿Quiere decir que su progenitor no fue un buen padre?
Jorge Breen. Fue un buen padre en la medida en que pudo o quiso serlo. Con todos sus defectos y con todas sus virtudes. Castigaba con rigor, sí. Mis hermanos sufrieron más que yo, nadie lo puede negar. Pero juzgarlo como debiera solo le corresponde a Dios.
John Cuéllar. ¿Y usted fue un buen hijo?
Jorge Breen. Creo que esa pregunta debe responderla mi padre o mi padre, que son las personas más indicadas.
John Cuéllar. Pero, imagino que usted es un buen padre.
Jorge Breen. Ya quisiera responder. Pero esa pregunta la tendrían que contestar mis hijos, en un futuro no muy lejano.
John Cuéllar. Pero, ¿por qué no? Si hay gente que fácilmente contesta estas dos preguntas.
Jorge Breen. Allá ellos. En lo que a mí respecta, no soy ególatra, ni necio, ni soberbio, ni falsario, ni badulaque como para contestar una pregunta que no me corresponde responder por sentido común, por honestidad y por cuestiones ético-humanistas.
John Cuéllar. Cambiando de tema, ¿su padre está vivo, aún lo visita?
Jorge Breen. Mi padre vive, gracias a Dios. Digo gracias, porque mientras uno está vivo tiene oportunidad para reivindicarse. Y creo que mi padre está en esa tarea y yo también. Suelo visitarlo de vez en cuando, hoy más que antes.
John Cuéllar. ¿Y cómo es hoy su padre?
Jorge Breen. Es diez veces más de comprensivo que antes, escucha más cuando se le habla, quiere que lo visiten seguido… Está en esa edad en que uno recapacita. Aunque mis hermanos que viven junto a él dicen que a veces se levanta con sus rabietas, aunque de seguro algunas son justificadas.
John Cuéllar. ¿Y su madre vive?
Jorge Breen. Sí, vive, camina, cocina y cuida sus animales y sus plantas.
John Cuéllar. ¿Qué opinión tiene de su madre?, ¿algún recuerdo de la niñez?
Jorge Breen. Mi madre fue y es la mejor madre que pude tener. En realidad fue un privilegio ser su hijo. Cuando yo era niño, era una madre a quien le dolía tocar para castigarte. Honestamente su golpe era indoloro, pero uno tenía que llorar aparentando. Recuerdo que al estar en la primaria, en el 32858 de Aparicio Pomares, hubo un concurso de Matemática. Y como era malo en matemática, no quise ir. Así que me enrumbé al colegio por la colina, me quedé en la cima y me recosté para ver desde lejos cómo iba la cosa en el colegio. Cuando retorné a casa, me di cuenta que aún era temprano, mis padres habían salido dejando a mi hermana menor Lady. Como mi padre no aceptaba que uno llegue a casa antes de la hora, le pedí a mi hermana que me encierre en el cuarto del fondo. El caso fue que las horas pasaron y mi hermana tuvo que ir a la escuela, olvidándose de mi encierro. Creo que me quedé enclaustrado hasta las tres de la tarde. En ese tiempo, pude oír que mi padre preguntaba por mí a todos. Nadie sabía nada. Y yo que me moría de miedo, pensando en la golpiza que iba a recibir si era descubierto por quien ya te imaginas. Después de mucho esperar y, cuando sentía que las fuerzas me fallaban por no haber almorzado, escuché que alguien barría el pasadizo, muy cerca del cuarto de encierro. Era mi madre. Me alegré y sin pensarlo dos veces, aunque un poco temeroso, golpeé la puerta. Sorprendida, me abrió, diciéndome que mi padre estaba muy incómodo.
John Cuéllar. Percibo una especie de resentimiento para con su padre.
Jorge Breen. Con mi padre me llevo bien, hoy más que ayer. Lo pasado, pasado es. Aunque ello no signifique que tengamos que coincidir en todo, o que tengamos que pasar por alto agravios, si los hubiere.
John Cuéllar. Un mensaje para los padres…
Jorge Breen. Mejor para ambos, para los padres y para los hijos: “Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra. Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. Efesios 6:1-4
[Continuará]