Escrito por: Ronald Mondragón Linares
He leído con gran delectación la entrevista al filósofo catalán Joan- Carles Melich (Barcelona, 1961) en negratinta.com, donde reflexiona de temas verdaderamente actuales y cruciales para la cultura como los llamados no-lugares, la lectura, los clásicos, la velocidad como rasgo de nuestra civilización y, por supuesto, la filosofía. Aquí un extracto de la entrevista.
– En Barcelona ya quedan pocos lugares en los que dejar pasar el tiempo a velocidad lenta.
J-C.M: En la calle Tuset, había ido a La Cova del Drac, donde se escuchaba jazz y una vez a la semana la gente leía sus poemas. También teníamos las tertulias de Els Quatre Gats, o en Madrid, la del café Gijón. Ahora siguen existiendo esos establecimientos, pero ya no es lo mismo. La falta de lugares así denota la falta de ambiente cultural de un país. Aunque la situación es global.
– Usted comenta que la presencia del otro altera, rompe tus proyectos. ¿No es lo que le está sucediendo a Barcelona actualmente con el turismo?
J-C.M: Totalmente. Es evidente que todos los barceloneses podemos estar de acuerdo en que hay un antes y un después del año 92, el de los Juegos Olímpicos. Para bien y para mal.Tiene cosas muy buenas, como la apertura de Barcelona al mar. Pero a mí lo que me preocupa de Barcelona es que se está convirtiendo en un no-lugar, siguiendo al antropólogo francés Marc Augé. Un no-lugar es ese lugar en el que no hay personalidad. Tú vas viendo las tiendas del Passeig de Gracia y podrías encontrarte las mismas en Milán. sto a mí me parece terrible. A ti te tapan los ojos y te los hacen abrir dentro de un Starbucks o un McDonalds y no sabes en qué ciudad estás.
– Se están perdiendo las tiendas típicas de Barcelona.
J-C.M: Como el Colmado Quílez o el Vincon. Yo iba mucho al Quiílez, no solo para comprar sino por el placer de estar allí. O La Boquera, que ya no tiene nada que ver con lo que era, y se ha convertido en un show que encima no da dinero, porque la gente va allí a pasearse. El comprador no puede entrar. A mí me gusta mucho ir al mercado; a los que voy más son el de la Libertat y el de Gracia. Allí la pescadera ya sabe lo que me gusta. Yo no compro nunca en un supermercado, entre otras cosas, porque me gusta hablar con los dependientes y los clientes. Este tipo de lugares hace que una ciudad tenga personalidad. Si Barcelona pierde esto se convierte en un no-lugar.
– Hablemos de la lectura como plegaria. Dice que para usted “leer es un oficio y un ritual”.
J-C.M: Este libro es un libro escrito a lo largo de quince años. Mientras leo tomo apuntes en un cuaderno pequeño(…)Y subrayo, siempre con lápiz, nunca con bolígrafo. Después, con pluma, ritualmente copio algunas frases. A continuación, digo la mía a propósito de la frase que me da vueltas, Desde bien joven escribo así. Esta es la obra de mi vida. Hasta ahora los libros que había escrito, a pesar de no ser ensayísticos, eran académicos. Es mi libro más personal.
– ¿La lectura se toma hoy en día como una plegaria?
J-C.M: Actualmente no hay respeto al texto, no hay lectura como plegaria. Sobre todo delante de los clásicos. Hay un desprecio del clásico en favor de la novedad. Una obra que lleva dos mil años allí, y que aún nos sigue interpelando, se merece que te quites el
sombrero, desconectes de todo y solo prestes atención a ella. Hasta que la leas en voz alta. Pero esto no quiere decir que no se pueda criticar.
– ¿Qué es un clásico?
J-C. M: El clásico tiene que ver con la resistencia al tiempo. Tú puedes ser marxista o antimarxista, pero todos somos post marxistas. El clásico es el gran transgresor, abre una grieta en la historia. La escuela tiene que ser un lugar donde se planteen los clásicos. Eso no quiere decir leer El Quijote con catorce años, hecho que me parece una aberración. Con catorce años lo que se tiene que hacer es que el niño disfrute con la lectura. Pero también se tiene que hacer una selección de lo que vale la pena. No es tan importante haber leído, escuchado o visto los clásicos como saber que esos son clásicos. Me preocupa que la gente no sepa que el Quijote es un clásico, no que no lo haya leído.
– Cada vez se aparta más la filosofía, hasta el punto de eliminarla de la Educación Secundaria. ¿Por qué hay tanto interés en esconder la filosofía?
J-C.M: La primera cosa que se necesita para pensar es pararse. Estamos en u mundo en el que nadie se para. La velocidad es la clave de la cuestión. La tecnología no es un medio, es un sistema. Comparan un cuchillo con ella, que tanto lo puedes utilizar para lo bueno como para lo malo. Yo no estoy de acuerdo con esto. Es una forma de vida basada, entre otras cosas, en la velocidad. En el sentido actual, no hay tecnología lenta. Implica rapidez. En cambio, pensar, como leer, como escribir, necesita lentitud. La pregunta es cómo se puede hacer filosofía en un mundo sobreacelerado. “Amigo” ha sido una palabra muy importante para la filosofía, pero a partir del siglo XVII se perdió. Montaigne es el último que habla del concepto de amistad. Si Aristóteles viese que la gente ahora tiene mil amigos en Facebook…
– Alucinaría.
– J-C: Por otro lado, la filosofía implica una transgresión, una disidencia. Y esto da mucho miedo. Al poder -teopolítico, económico, tecnológico-no le interesa. Miedo a gente que piense, que discrepe, que vaya en contra del sistema. La crítica acaba siendo absorbida por el sistema. A una persona que molesta se le puede eliminar de dos maneras: o eliminarlo físicamente o normalizarlo dentro del sistema. El sistema actual vende la camiseta del Che a trescientos euros. Integrar significa desactivar la actitud que supone el diferente.