Entre la tecnología y la estupidez

Jorge Farid Gabino González

El manido debate sobre si la tecnología, resultado, como se sabe, del avance vertiginoso de la ciencia que vivimos en la actualidad, podrá algún día llegar a ser autosuficiente, esto es, logrará en un futuro, que la coyuntura indica que no habrá de ser muy lejano, prescindir por completo de la figura del hombre, reaviva con cada vez mayor contundencia la muy contemporánea discusión acerca de un hecho que por vital, por esencial, por fundamental, debería hacer que dejemos de tomárnoslo tan a la ligera, y comencemos, más bien, a asumirlo con la verdadera seriedad con la que amerita el caso: ¿Terminarán las creaciones tecnológicas del hombre, cual si de engendros soliviantados por su enorme poder adquirido se tratara, con quien en principio les insufló la “vida”, con quien a fin de cuentas se encargó de dotarlas de existencia? O, todo lo contrario, ¿será este quien en un arrebato de cólera opte por destruir, cual si de un dios menor en ejercicio de su vasto poderío se tratara, a quienes en su momento ayudó a ver la luz, a quienes movido por las circunstancias acabó trayendo a este mundo?

Disyuntiva, la anterior, que, al paso que vamos, promete tornarse aun mayor con el transcurrir de los años, por lo que todavía nos encontramos lejos de vislumbrar siquiera lo que nos deparará el mañana inmediato a ese respecto. Como sea, una cosa es indiscutible: hoy casi no existe ámbito de la vida humana que se encuentre exento del influjo de las nuevas tecnologías. Así, comenzando por nuestras propias relaciones interpersonales, en las que predomina, naturalmente, el imperio de los aparatos tecnológicos dependientes de la Internet (celulares, ordenadores, tabletas…); pasando por nuestra excesiva dependencia de cacharros que dizque nos hacen la vida más fácil (relojes inteligentes, sistemas de navegación, cámaras digitales…); hasta terminar con la enorme influencia que significa para nuestro mundo intrapersonal (más, incluso, que para el interpersonal) el uso de las redes sociales (Facebook, Instagram, Twitter…); los seres humanos nos hemos convertido en poco menos que dependientes de nuestras propias “criaturas”.

Lo que no tiene por qué implicar, por supuesto, que tengamos que ser esclavos de ellas. Están en casi todas partes, sí; pero lo están para que las pongamos a nuestro servicio, no para anularnos. Aun cuando a veces lo parezca, aun cuando a veces hagamos no pocos méritos para que lo parezca. Y es que si hoy es cada vez mayor la tendencia a afirmar que las nuevas tecnologías han terminado por someternos a su imperio, la culpa es única y exclusivamente nuestra, pues ello se debe en la mayoría de los casos a que justificamos nuestra ociosidad, nuestra incapacidad, para hacer ciertas cosas, con el argumento facilista de que somos si no nativos digitales, migrantes digitales. Casi sobra decir que una cosa no tiene nada que ver con la otra.

El problema surge cuando en lugar de entender que las nuevas tecnologías surgieron para que las pongamos a nuestro servicio, comenzamos a endiosarlas al punto de afirmar que estas, por sí solas, pueden hacer las mismas cosas que podrían hacer los seres humanos, y hacerlas incluso mejor, muchísimo mejor, a decir verdad. Desde luego que no es así. Quizá en algunas circunstancias pueda darse el caso de que ciertos recursos tecnológicos puedan cumplir con el desarrollo de tareas a las que de ordinario estaban abocadas las personas, pero está clarísimo que en otros no. Pues existe un gran número de ámbitos del quehacer humano en los que ni de broma se podría decir que el hombre llegará a ser reemplazado por la tecnología. Ahí están, por citar algunos ilustrativos ejemplos, áreas como la de la educación, la medicina o el derecho, que si por algo se caracterizan es por la innegable primacía que le confieren al papel que juega el hombre en el desarrollo de tales disciplinas.

Lástima que exista un nada despreciable número de individuos que no lo vean, que no lo quiera ver así. Ya que, en lugar de lugar de considerar a las nuevas tecnologías como una extraordinaria herramienta que, bien utilizada, podría prestarnos un invaluable servicio en aras de abonar en favor de nuestro desarrollo personal y social, lo que dichas personas suelen hacer, más bien, es minimizar la contribución del ser humano como parte de este engranaje que, nos guste o no, hace ya no poco tiempo que viene moviendo el mundo.

Lo que preocupa sobremanera es que la mencionada forma de pensar sea cada vez más habitual entre los peruanos; incluso entre nuestras autoridades, llamadas, como sería lo esperable, a tener un poco más de cordura al momento de opinar sobre este tipo de cosas, sobre todo a efectos de no decir disparates como el proferido días atrás por cierta congresista de la República, quien haciendo gala de la ignorancia que por lo general caracteriza a este tipo de personajes, señaló que con un buen libro de texto, los profesores salen sobrando. Queda claro que hay personas a las que ni siquiera el uso de teléfonos inteligentes les puede ayudar a suplir sus limitaciones intelectuales.